Redes sociales: más palabras, menos odio
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Cada vez es más común ver a personas, de diferentes edades y sexos, insultarse sin filtros en redes sociales como Facebook.
Las redes sociales prometieron conectarnos. Pero, en muchos casos, nos están separando. Lo que era una herramienta para compartir ideas, hoy se parece más a una zona de guerra, donde el odio, la agresión y la intolerancia dominan la conversación.
Cada vez es más común ver a personas insultarse sin filtros, escudadas en una supuesta libertad de expresión que, en realidad, es falta de respeto. En lugar de debates, hay linchamientos virtuales. En lugar de argumentos, gritos. Las diferencias no se discuten, se atacan.
La violencia verbal online se ha convertido en parte del paisaje digital. Es rápida, impune y, muchas veces, celebrada. Lo que antes se decía en voz baja, ahora se grita con emojis, en hilos virales o comentarios cargados de desprecio.
Los algoritmos, lejos de frenar este fenómeno, lo estimulan. El contenido más violento y polémico es el que más alcance tiene. La indignación vende. La furia entretiene.
Fito Páez y el fuego cruzado del machismo
Un caso reciente fue el del músico argentino Fito Páez. Durante una entrevista, hizo comentarios que muchos interpretaron como machistas, aunque otros defendieron como elogios mal formulados. Habló de cómo las mujeres “lo salvaron”, pero desde un lugar que muchos juzgaron condescendiente.
El resultado fue una explosión de odio en redes. Quienes lo cuestionaron fueron atacadas como exageradas o intolerantes. Quienes lo defendieron, tachados de retrógrados o cómplices del machismo. El foco ya no era el comentario, sino destruir al otro.
Este tipo de dinámicas muestra un patrón: no se busca diálogo ni reflexión, sino posicionarse en una trinchera. Cada caso se convierte en un campo de batalla, donde las redes sociales amplifican el ruido y reducen el entendimiento.
El machismo, lejos de ser erradicado, se reinventa en formatos virales, bromas sexistas y discursos cargados de violencia hacia las mujeres, disfrazados de libertad o humor.
Donald Trump y la normalización de la agresión
Otro caso emblemático es el presidente de Estados Unidos, Donald Trump. Su estilo directo, ofensivo y arrogante marca un antes y un después en la comunicación política en redes sociales. Twitter, hoy X, fue su arma preferida.
Trump insulta rivales, periodistas, activistas, mujeres, migrantes, científicos y hasta gobiernos extranjeros. Usa adjetivos humillantes, apodos despectivos y mentiras repetidas como estrategia. Lo hace sin filtros, con total impunidad, y millones lo aplauden.
Más grave aún: legitima la agresión como forma de liderazgo, un estilo que imitan políticos, influencers y usuarios comunes, que ven en su arrogancia una señal de poder. Lo que antes era condenable, con él se volvió “auténtico”.
Este tipo de figura pública, con gran alcance, da permiso a otros para odiar. Cuando quien lidera no respeta, muchos sienten que tampoco deben hacerlo. Así, el odio se contagia como una moda.
La violencia en todas sus formas
Los ataques en redes no se limitan a figuras famosas. Cualquier persona puede ser blanco de burlas, amenazas o acoso. Basta con tener una opinión distinta, una apariencia “fuera de norma”, un acento, una creencia, una bandera o una orientación sexual.
El racismo se esconde en memes. La xenofobia se disfraza de “opinión sincera”. La homofobia aparece como “defensa de valores tradicionales”. La violencia digital adopta muchos rostros, pero todos tienen el mismo efecto: silenciar, intimidar y dañar.
Las plataformas siguen fallando. Reportar no siempre sirve. Moderar es lento. Y mientras tanto, los agresores siguen activos, ganando seguidores, reproduciendo discursos tóxicos.
Un nuevo contrato social en las redes
El problema no son las redes sociales en sí, sino cómo las usamos. Necesitamos nuevas reglas de convivencia digital. Respetar al otro no debería ser una opción, sino la base.
Las plataformas deben actuar con más firmeza. La sociedad civil debe levantar la voz ante cada discurso de odio. Y cada usuario debe hacerse cargo de lo que publica, comparte y consume.
No se trata de censurar. Se trata de construir un espacio, donde se pueda disentir sin destruir. Donde las palabras sirvan para explicar, no para herir.
Más palabras. Menos odios. Ese es el mensaje. Ahora falta que lo escribamos entre todos.
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