Pancho Quinto. Vida de un gran batalero

Pancho Quinto. Vida de un gran batalero
Fecha de publicación: 
10 Febrero 2023
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Y en cada sueño hubo un fulgor de estrella porque Francisco Hernández Mora, Pancho Quinto, estaba entre los elegidos. Él había heredado de sus antepasados ese maravilloso caudal de sabiduría que lo consagraron como omo oña, hijo del tambor.

El día que nació, 23 de abril de 1933, la madre sintió que llevaba un cielo de alegrías en el pecho, y seguramente pensó: “Este hijo ha de ser grande”.

Por el barrio de Belén vivió Pancho la niñez, y sin patines viajó al centro de la tierra porque tenía risas y alas en los pies. De noche se inventaba paraísos y hasta creyó que era fácil el espejo de dorar la vida aunque... Y ahí está salvando de los recuerdos los amados fantasmas de la infancia.

El niño había nacido con su aché, por eso caía simpático y era bienvenido en la vecindad, aunque a veces un buen cocotazo avisaba de alguna travesura.

Empezó a mostrar su fuego creativo: le gustaba sacar sonidos lo mismo de una lata que de un viejo madero abandonado; pero también se huía a las casas santorales no solo para hacer su mayugbo (invocación a los orishas), sino para “disfrutar de aquellas cascadas incontenibles de ritmos”. Era el llamado del Iyá, que lo convocaba con toda su fuerza ancestral; y lo que imaginó misterio fascinante luego fue la gran verdad, porque los batá han determinado en su camino de hombre, de artista singular.

“Durante años el tambor alimentó mi esperanza; tuve que trabajar y duro. En el muelle empecé de cero y fui ascendiendo a estibador, cubiertero y jefe de brigada. Y, óigalo, en aquel lugar aprendí las primeras letras, porque un poco más y era analfabeto. A la escuela en mi niñez le pasé por frente porque había que inventar como fuera para tener unos kilos y resolver la comida”.

“Me aficioné a los toques porque eso era lo que se respiraba en mi vecindad y aún en mi propio hogar, pues mi abuela Patricia era una santera famosa. Tuve oportunidad de estar en contacto con los mejores bataleros de aquella época: Miguel Soldevilla, Raúl Díaz, el Nasakó; Águedo, el Bembón, Yeyo el Sucio: Giraldo Rodríguez, entre otros”.

“Siempre yo andaba en pillerías y, una vez, bien lo recuerdo, el hijo de tamborero Pablo Roche Akilakuá, y yo subimos a los palos de una especie de goleta y cuando más contentos estábamos ésta se viró; entonces, no sé cómo saqué al muchacho del agua y lo salvé. Tuve el tremendo agradecimiento de Pablo para toda la vida y ahí nos hicimos amigos”.

Fue importante para Pancho Quinto la influencia de Akilakuá (brazo poderoso), quien había heredado del padre Andrés, el primer juego de batá con fundamento religioso construido por Ño Juan y Ño Filomeno”.

Fue así que el joven trabajó con el tamborero y portuario; al mudarse la familia del barrio de Belén para Regla conoció a otro batalero, que se llamaba Francisco y con él permaneció durante un tiempo, pero con tambores judíos; es decir, sin consagrar. Alquilar estos instrumentos costaba siete pesos, los de fundamento 14.50, aunque para percutirlos había que ser santero o abakuá reconocido.

“Me fui con José de Calazán Frías, Moñito. El grupo lo componían además Raúl Díaz, Armando el Zurdo, Armando el Marinero y Giraldo Rodríguez. Salimos a la calle y tocamos sin parar ¡cinco meses! ¡Qué piquete! Por su empuje, a Moñito le decían la bomba atómica, estábamos en la Segunda Guerra Mundial”.

Pancho Quinto se integró al grupo de “Jesús Pérez, otro de los venerables”.

“Ya yo era “mayocero”, y por respeto le tocaba el segundo; algo así como una reverencia a los más viejos. Estuve con Nicolás Angarica y de cada uno fui aprendiendo para después, con el paso del tiempo, irme desarrollando”.

“Volviendo a los toques… Una vez tuve que sustituir en una procesión a la Virgen de Regla a Trinidad Torregrosa, otro de los maestros, muy venerado. Dicen que aquel día toqué como un ángel; al terminar recibí la felicitación de un buen conocedor como, Armando Gómez, quien me abrazó emocionado: “Tú eres omo aña”, lo que significa hijo del tambor”.

“De la primera etapa son Raúl Díaz, Giraldo Rodríguez y el mismo Torregrosa. Luego, hay otros nombres muy importantes: Andrés Isaki, Armando Sotolongo, Armando López Molina, Ramiro Hernández y tan famosos como Andrés Chacón, Regino, el de Danza Contemporánea, Armando Aballí y Papo Angarica”.

Es bueno destacar que en los cabildos- cofradías religiosas y de socorro mutuo-, resonaron en la etapa de la colonia tambores yorubas, congos, ararás, mandingas, carabalíes, iyesás… pero quedaron confinados a esos lugares y a los barracones, y en un lento proceso en la República; y a pesar de las prohibiciones, lograron arraigarse en el pueblo. Fue a partir del son que la percusión cubana se introdujo con mayor fuerza en nuestra música.

Los batás sagrados aparecieron fuera de los templos en 1936 durante una conferencia de Fernando Ortiz sobre el tema yoruba en Cuba. Son tres tambores: el iyá o madre, tañido por el músico más conocedor, exige gran virtuosismo, por lo que el tamborero que lo toca es designado como akpuataki. El tambor más pequeño se denomina okónkolo, y el mediano itótele. Los músicos que lo tocan se llaman olubatá. Se dice que dentro del iyá radica el secreto de Añá, mensajera de los dioses.

El batá volvió a estar presente en público cuando el maestro Gilberto Valdés lo hizo sonar con una orquesta sinfónica que él mismo dirigió; se trataba de tambores profanos conocidos por judíos, por lo que pueden ser tocados por mujeres.

A rumbear, rumbero

“De mayorcito me metí en cuerpo y alma en la rumba; estuve con Los Dandys de Belén, que es del barrio donde nací; por esa etapa conocí a Chano Pozo, atrapado en la bohemia. Él vivía en Desamparados y Habana; se decía que era guapetón, chulo y mil cosas más. Yo lo recuerdo como el gran músico que fue”.

Los Dandys se destacaban por lo elegante del vestuario y las imaginativas coreografías; el propio Chano fue una de sus figuras principales. En las comparsas empecé de hachero, pero después dejé la farola, cogí el cajón y empecé a quintear, que es una de las cosas que más me gustan y lo que me dio nombre. Estuve con otras agrupaciones del carnaval como Los Guaracheros de María Carballo, y Los Componedores de Bateas; aunque te digo a mí la comparsa que siempre me llamó la atención fue La Jardinera por sus cantos melodiosos”.

Tambores como raspadura

Pancho siempre estuvo comprometido con los tambores y desde niño los hacía en las cajas de sidra que venían de España o las de bacalao. “Fue mi tío Juan Caballo quien me enseñó a quintear y a fabricar cajones, pues antes la rumba se percutía en cualquier lugar, solo había que tener ganas y unos buenos rones encima; igual servía la puerta del escaparate que una gaveta”.

Con lo que aprendió del tío, recogiendo maderas por aquí y por allá y armado de mucha paciencia, Pancho se dedicó a construir unos cajones muy especiales parecidos en su forma a la raspadura, y logró hacerlos de excelente sonido. La armazón rítmica logra una fuente inagotable de timbres, color, tonalidades, por lo que afirma: “Ahora todo el mundo los tiene, pero la patente es mía”.

Pancho Quinto trabajó en Tropicana y con figuras y orquestas como Celia Cruz y la Sonora Matancera. Además de tocar con Yoruba Andabo, agrupación con la que hizo varias giras, documentales y discos, entre ellos Callejón de los rumberos y Espíritu de La Habana.

Músico de larga trayectoria, le cabe la gloria de haber sido el primero en quintear un cajón y tocar al mismo tiempo un Iyá, una combinación realmente mágica que enriquece la dimensión sonora.

Envuelto en el oro de la leyenda va por el mundo Pancho Quinto. Importantes escenarios de Estados Unidos, Bélgica, Finlandia, Canadá, Holanda y otros países lo recibieron por ser  uno de los más grandes tamboreros cubanos. The New York Times le dedicó una elogiosa crónica, y su CD El solar de la Cueva del Humo despertó la admiración de la crítica y el público por sus cantos y toda la riqueza que en la percusión atesora.

Pancho tuvo los grupos Añaki y Los cinco solitos. Participó en el proyecto de Afrekete, dirigido por Javier Campos. Su quinto se escucha en el fonograma de 1995, Rapsodia rumbera. Entre las últimas grabaciones del destacado batalero figuran las placas Chamalongo, Cuban Odyssey y Rumba sin fronteras. Además, los fonogramas Ritmo y Soul (Blue Note, 2000) y Del alma (Soñador, 2002). Permanece inédito su álbum en solitario Toronto. Su filmografía incluye: Yoruba Andabo en casa y En el país de los Orishas. Hizo grabaciones con su grupo y fue cultivador del guarapachangueo, que siempre atribuyó a Los Chinitos de la Corea. Sobre este extraordinario músico se realizó el documental de 27 minutos Pancho Quinto, Olú Batavia y obra de un maestro de la percusión afrocubana. Dirección de Eurídice Charadán y Arsenio Castillo.
 
El célebre tamborero falleció el 11 de febrero del 2005 en La Habana.

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