Otra cara de la maternidad: la historia de Ana
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Ana estudió arte y desde esos ojos intenta siempre comprender el mundo, así que imaginaba la maternidad como un lienso lleno de colores cálidos: risas de su bebé, noches de arrullos y un amor que le daría sentido a todo. A sus 32 años, cuando nació su hija Mariam, pensó que esos sueños estaban a punto de hacerse realidad.
Sin embargo, los primeros días con la bebé fueron un torbellino. Las noches sin dormir, el llanto constante de la pequeña Mariam y las visitas de familiares llenaron su pequeño apartamento. Ana, una profesional exitosa y llena de proyectos, profesora, curadora de una importante galería, había tomado una licencia de maternidad y sonreía ante los comentarios de "¡Qué bendición!" y "¡Disfruta cada segundo!", pero por dentro, algo no encajaba. Sentía una tristeza profunda, una que no podía explicar. "Es solo el cansancio", se repetía, mientras intentaba amamantar a la niña, aunque a veces sentía una desconexión que la asustaba.
Mariam era perfecta, de ojos vivos y azules como los de la abuela de Ana, nadie más los había heredado. Fue un embarazo deseado, planificado incluso, pero lo que no esperaba la madre recién estrenada, era la sombra silenciosa que comenzaba a envolverla, una que la medicina identifica como un problema de salud mental materna, pero que para Ana se sentía como un abismo sin nombre.
Capítulo1: la tristeza
La maternidad es a menudo idealizada como una etapa de plenitud y alegría, pero para muchas mujeres, esta experiencia viene acompañada de desafíos emocionales significativos. La salud mental materna, un tema que ha ganado visibilidad en los últimos años, sigue siendo un área crítica que requiere mayor atención, tanto en el ámbito médico como en el social. Diferentes factores pueden afectar profundamente el bienestar psicológico de las madres, especialmente en los primeros años de crianza.
La ciencia explica que los cambios hormonales posparto, como la caída abrupta de estrógeno y progesterona, pueden desencadenar síntomas de depresión o ansiedad, según la Organización Mundial de la Salud (OMS) en alrededor del quince por ciento de las madres.
Además, el estrés, la falta de apoyo, la presión cultural de ser una "madre perfecta" en una sociedad donde las mujeres suelen ser juzgadas por su desempeño en la crianza, pesan también.
La interrupción del sueño, común en los primeros meses de vida de un bebé, especialmente cuando recibe lactancia materna exclusiva, a libre demanda, puede tener un impacto significativo en la salud mental de la madre, aumenta su irritabilidad y, al mismo tiempo disminuye su capacidad de afrontar las características propias de esa etapa.
Por otro lado, una mujer trabajadora, acostumbrada a la interacción social constante, tiene más probabilidades de experimentar una sensación de aislamiento y frustración a riesgo de sufrir crisis de depresión y ansiedad, sobre todo si no cuenta con una red de apoyo sólida.
Por supuesto, elementos socioeconómicos como la inseguridad financiera, la violencia doméstica o la propia incomprensión familiar del proceso por el que está pasando, resultan catalizadores de los problemas de salud mental materna. Otro factor a tener en cuenta serían situaciones traumáticas ocurridas durante el embarazo o el parto.
Capítulo 2: la culpa
Clara, la madre de Ana, la juzgaba: "Yo crié a cuatro sin quejarme, ¿cómo tú no vas a poder con una?". Y entonces Ana se sentía incapaz, culpable, hasta desnaturalizada a veces, pero estaba segura de que no, ella no podía.
A la segunda semana los signos eran más claros, aunque nadie conseguía reconocerlos. Ana lloraba por las noches, no porque Mariam insistiera en no dormir a ninguna hora, sino porque sentía que no era suficiente para ella. "¿Y si no puedo cuidarla bien? ¿Y si le hago daño sin querer?". Estos pensamientos, que los expertos identifican como una señal de alerta para la depresión posparto, la aterrorizaban.
Ella no era conciente, pero su salud mental dañada estaba dando todas las señales: sentimientos de tristeza profunda, desesperanza, llanto sin motivo aparente. Ansiedad extrema, preocupaciones sobre la seguridad de la bebé, aquella sensasión de desconexión con la recién nacida, poco apetito, insomnio, agotamiento constante, desmotivación…
En algunos casos extremos, pueden aparecer incluso ideas de autolesión o daño al bebé, los cuales constituyen una emergencia médica y requieren atención especializada inmediata, pero todos, hasto los signos aparentemente más simples, es fundamental reconocerlos para buscar ayuda a tiempo.
Capítulo 3: la soledad
No se atrevía a contárselo a su esposo, Miguel podía pensar que Ana estaba loca o que era muy floja. En una ocasión despertó en plena madrugada y la vio sentada en el sillón de amamantar, pero sin Mariam, un abrazo habría sido suficiente, pero él alzó la cabeza y la regañó suavemente “¿Qué haces llorando? Deberías estar feliz, deja la bobería, aprovecha que la beba se durmió y descansa que después estás quejándote”.
Como si algún diablito le hubiera soplado al oído las frases prohibidas. Miguel era un buen hombre, amaba profundamente a su esposa, pero como Clara, no entendía nada, no estaba listo para el primer acto necesario: escuchar a Ana sin prejuicios.
Compartir las tareas domésticas y el cuidado del bebé, aliviar la carga de la madre y darle tiempo para descansar o buscar ayuda profesional, acompañarla sin juzgarla, facilitarle encuentros con amigos, grupos de apoyo para madres o actividades recreativas para combatir el aislamiento, son algunas de las maneras en que la familia puede y debe contribuir a mejorar la salud mental materna.
Capítulo 4: el abrazo
Una mañana, Ana simplemente no se levantó de la cama. No podía. La fatiga era más que física, como si un peso enorme le aplastara el alma. El llanto de Mariam despertó a Miguel, como siempre, llamó a la madre, seguramente tenía hambre, pero Ana no respondía. Miguel se levantó, dio la vuelta hasta el otro lado de la cama, y descubrió la mirada perdida de la mujer de su vida, como si estuviera ausente del mundo, como si nada importara. Entonces sacó a Mariam de la cuna, la meció pacientemente en el sillón de amamantar, imitó las palmaditas en la espalda que Ana le daba después de lactar, la pequeña eructó como un hombre, luego como un adolescente mal educado, finalmente, expulso un gas suave que parecía suspiro y se quedó profundamente dormida.
Miguel entendió entonces que, justo antes de caer en aquella suerte de ausencia, Ana había alimentado a su bebé, quizás hasta la había besado como cada día y la había puesto en la cuna. Pensó decirle a su esposa la gran madre que es, lo orgulloso que está de ella y prometerle que estaría más presente en todo momento, pero solo atinó a abrazarla en medio de un silencio que se rompió con el llanto desenfrenado de Ana y no fue el último, sino el primero en que comenzó a sentirse acompañada.
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