Los sustos que da el James Webb

Los sustos que da el James Webb
Fecha de publicación: 
1 Agosto 2022
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Foto: Internet

Hace poco, el ya famoso telescopio espacial James Webb les hizo contener la respiración a los ingenieros de la NASA que lo tienen bajo su cargo.

Y no fue al contemplar una de esas fabulosas imágenes que andan revelándonos un universo que ni imaginábamos y poniéndonos a dialogar con galaxias y estrellas ya extintas.


La Nebulosa del Anillo Sur, una estrella moribunda que en sus últimos estertores expulsa una nube de gases de colores. Foto: NASA

Los expertos ya habían vivido su buen sobresalto cuando, en mayo, el telescopio fue impactado por un micrometeorito —que le dejó una pequeña rotura en un espejo— y, de nuevo, se les alteró la respiración, y probablemente también el pulso, y hasta la temperatura corporal cuando, de momento, detectaron que ese fabuloso instrumento, cuyo proyecto sumó 10 000 millones de dólares, no había desplegado los protectores solares para sus paneles.

Al desplegarlos, debía activarse un interruptor, pero a la Tierra no llegó la confirmación de interruptor activado.

Luego de minutos de suspenso, tensión, y de otro intento fallido, volvió la calma. Había sido una falsa alarma. 


Telescopio espacial James Webb. Foto: NASA

Las cubiertas protectoras, diseñadas para evitar que los instrumentos de ese, el más potente observatorio espacial del mundo, se sobrecalienten a causa de la exposición a la luz solar, sí se habían desplegado, solo que no activaron el dichoso interruptor. Así concluyeron al analizar los datos de telemetría aquellos encargados de procesar la información térmica.

Pero otros sustos continúa dando el telescopio James Webb y no es ya a los científicos, sino a todos los mortales comunes y corrientes que nos hemos detenido a contemplar las imágenes que va aportando.


GLASS-z13 es la galaxia más antigua y nunca antes vista. Foto: NASA

Aunque uno entienda bien poco de astronomía, basta con asomarse apenas a esos orígenes del universo que nos permite el aparato, basta con observar detenidamente aquellas galaxias, probablemente formadas solo 300 millones de años después del Big Bang, para corroborar, entre esas insondables oscuridades y luces, cuán pequeños somos.


Imagen; Getty Images
 
Y no es que a estas alturas alguien siga creyendo que la Tierra es el centro del universo ni mucho menos —lo cual casi sería suscribir aquello de que la sostenían cuatro elefantes apoyados sobre el caparazón de una tortuga—, pero aun conociendo a grandes rasgos sobre años-luz, distancias y otras inmensidades, de todas formas impresiona constatar, imágenes mediante, qué lugar nos toca.


Primera imagen difundida del James Webb: un cúmulo de galaxias cuando eran muy jóvenes, ubicadas a 13 mil 100 millones de años luz. Foto: NASA

Al referirse a la primera foto pública que fuera captada por el telescopio, la imagen infrarroja más profunda y nítida del universo obtenida hasta la fecha, la NASA comentaba que era solo «una minúscula porción del universo, del tamaño de un grano de arena sostenido en el dedo de un brazo extendido por alguien desde el suelo».

¡Y mira que veíamos chiquitas a aquellas hormigas con que jugábamos en la infancia!

Por eso, porque ni un grano de arena somos, lo mejor sería, aun sin perder el susto, disfrutar con grandeza de nuestra pequeñez.

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