Laura se fue… pero siempre dejó lecciones (+ Fotos)

Laura se fue… pero siempre dejó lecciones (+ Fotos)
Fecha de publicación: 
26 Agosto 2020
0
Imagen principal: 
La tarde se puso gris, y con ella el viento que vestía Laura se hizo presente. Fotos: Del autor.

La tarde se puso gris, y con ella el viento que vestía Laura se hizo presente. Fotos: Del autor.

Cuba es un país que por su posición geográfica está siempre expuesto en temporada ciclónica a ese tipo de fenómenos climatológicos. Afortunadamente, y luego de invocar, lo confieso a todos los dioses, el Panteón Yoruba en pleno y hasta el mismísimo Zeus, Laura es cosa del pasado, Laura se fue, como diría el cantante Nec, se nos escapó de nuestras vidas sin causar muchos estragos.

Sin esa contundencia, y con condición de Tormenta Tropical, ahora la muchachita se ha vestido de huracán, con vientos sostenidos en el rango de los 120 km/h y un paso inminente por los estados de Texas y Luisiana en Estados Unidos, luego de ganar en intensidad en las aguas del Golfo de México.

De vuelta a Cuba, fueron los territorios de Guantánamo y Santiago de cuba en el Oriente, y Artemisa-Pinar del Río en Occidente, los más afectados, sin daños considerables a la economía en ninguno de los casos, una que se afana por soportar estoicamente y apostando a todo subterfugio posible ante los embates y las consecuencias de la pandemia del Coronavirus.

Pero vayamos a los que nos compete, Laura visto desde mi prisma, y enseñanzas que siempre quedan tras el paso de un huracán, ciclón o tormenta tropical.

La primera es que nunca se está 100% preparado, amén de los múltiples esfuerzos tanto gubernamentales como individuales, a nivel de familia y ciudadano. Por ende, toda providencia que se tome no está de más.

En 39 años de vida mi prisma sobre ciclones y medidas de contención para enfrentar su paso ha variado mucho. Uno de los recuerdos más escalofriantes que poseo data de 1985. Recién nos habíamos mudado al apartamento de microbrigada en Mulgoba, Boyeros, una familia de ocho miembros en un quinto piso.

Decidió Kate hacer de las suyas y juro que en varios momentos parecía como si fuese a tumbar no solo nuestro apartamento, sino también el edificio completo. A eso le sumamos la penumbra de casi una semana, sacar agua como si de un submarino luchando contra el hundimiento se tratase… además de todo lo que, en materia de aseguramientos, garantía de que los alimentos no se descompusieran se tratase. Claro, con cuatro años, uno no es consciente de muchos de esos problemas y mi preocupación se limitó completamente a buscar refugio en los brazos de mi mamá, tíos y abuela (mami), ante las devoradoras rachas de viento, la insoportable presencia de los truenos y el “barco” de las alturas a medio hundir.

Ha habido otros tatuados en mayor o menor medida en mi memoria, ya sea como parte del imaginario o sensibilidad colectiva, o por el hecho de haber dejado su huella incidentalmente en mi ser.

Hablo de Georges (1998), Michelle (2001), Lili (1996-2002), Charley (2004), Dennis (2005), Wilma (2005), Gustav (2008), Ike (2008), Sandy (2012), Matthew (2016), Irma (2017) … y Laurita.

Retomando el sendero de las enseñanzas, créanme que toda percepción de riesgo o providencia cambia cuando usted se convierte en un padre de familia.

Lo digo porque teniendo el referente anterior de Irma, Laura puede decirse no fue nada apenas.

Lo primero en septiembre de 2017 fue llegar de unas vacaciones interruptas a ponerlo todo a punto en apenas 48 horas. Hablo de cargar lámparas recargables, linterna en ese caso, hacer un conteo exhaustivo de los medios que se disponían y aquellos objetos más vulnerables dentro y fuera de casa, garantizar alimentación que pudiera ser rápida y fácil de preparar.

Tener bien localizables los abanicos para intentar atenuar las condiciones de calor y la presencia hostil de los mosquitos de nuestro pequeño de diez meses, Enzo Samuel, asegurar ventanas y puertas, limpiar tragantes, desmontar o asegurar la antena del televisor, y todo cuanto pueda caber en el apartado de medida preventiva.

Irma ciertamente mereció todo lo antes expuesto. Su paso arrollador por buena parte de la geografía nacional, y los latentes estragos de los cuales en mínima medida aún se están recuperando en algunos sitios, así lo confirman.

Mi benjamín, apenas si se enteró de su tránsito, apenas si más allá del calor puede decirse. En cambio, yo hasta tuve que llevar buena parte de lo que contenía el congelador a casa de mi suegro en el reparto Bahía, privilegiado pues solo careció del fluido eléctrico un día y medio, en comparación con los tres y medio que vivimos nosotros en Micro X, Alamar.

Ahora, salvando las enormes distancias entre un fenómeno y otro, fue complicado desde otro punto de vista lograr que Enzo Samuel, casi ya con cuatro abriles, comprendiera lo que es una tormenta y lo que acarrea consigo.

Lo primero, tener a un niño en la penumbra por un espacio prolongado de tiempo, sin las habituales actividades que componen su entretenimiento ya de por sí es complejo. Si a eso le sumamos, alguna que otra racha de viento, explicaciones constantes ante cada una de sus interrogantes y un brazo mecánico de abanico-ventilador desde la media noche, horario en que concilió el sueño hasta pasadas las tres de la mañana, podrá usted sacar sus propias conclusiones.

Darle la comida, jugar a las sombras reflejadas en la pared del cuarto apoyados en la luz de una de las lámparas y pretendiendo no abusar de las mismas, repertorio de canciones infantiles y cuentos, y la presencia obligada de Made y mía en la misma habitación que él, complementaron otra noche inolvidable, y ojalá que irrepetible.

Lo que sí les puedo asegurar, es que movida estuvo, desde la chapea previa del patio, hasta reconectar todo y retornar a la normalidad a las cuatro de la mañana, cuando regresó el fluido eléctrico.

Con todos y esos detalles, puedo considerarme afortunado. Ningún fenómeno meteorológico ha tenido consecuencias mayores para ninguno de los miembros de mi familia, más allá de los asociados a higienización posterior, el malestar lógico derivado de la ausencia de electricidad, y la movilización en casa, con el paso eterno de las horas.

Porque lo confieso, por muy rápido que sea el paso de una tormenta tropical o Huracán, ese tiempo de agonía, se antoja eterno.

Al momento de leer usted estas líneas, nuestras autoridades gubernamentales todavía están enfrascadas en la ardua batalla recuperativa, especialmente en las provincias que sufrieron las afectaciones más serias. Miles de cubanos se esfuerzan, desde sus respectivos puestos de trabajo, para que otros tantos retornen a la normalidad. En tiempos de anomalía y Pandemia, de azote por la Covid-19, disciplina social versus indolencia de algunos, y voluntad enorme de salir adelante… todos y cada uno de los que cumplen el deber en su pequeño escenario, merece de manera inobjetable tanto nuestro respeto, como nuestros aplausos.

 

Las personas disciplinadamente iban rumbo a guarecerse en sus hogares.
Afortunadamente la tormenta tropical Laura no causó estragos en La Habana.
La quietud propia de cuando pasa un fenómeno meteoróligico se apoderó de la tarde noche del lunes.

Añadir nuevo comentario

CAPTCHA
Esta pregunta es para comprobar si usted es un visitante humano y prevenir envíos de spam automatizado.
CAPTCHA de imagen
Introduzca los caracteres mostrados en la imagen.