La fiebre inversionista por la IA: sí pero no
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Imagen: tomada de moaflip.com
Sam Altman, director ejecutivo de OpenAI, se posiciona hoy en una curiosa dualidad: es el artífice principal del auge de ChatGPT, y al mismo tiempo, se ubica entre los primeros en alertar sobre los riesgos de la actual fiebre inversionista en IA.
En una cena reciente con periodistas en San Francisco, compartió una reflexión que ya resuena con fuerza: "¿Estamos en una fase donde los inversores, en general, están sobreentusiasmados con la IA? Mi opinión es que sí. ¿Es la IA lo más importante que ha ocurrido en mucho tiempo? Mi opinión también es que sí".

Imagen generada por IA para CubaSí
La primera de sus afirmaciones tiene visos de alerta y parece estar dando paso a un debate sobre la sostenibilidad del entusiasmo actual por invertir en la IA.
Altman remite al fenómeno de las burbujas, esas coyunturas históricas en que “la gente inteligente se entusiasma demasiado con una pizca de verdad”, como sucedió durante la burbuja de las puntocom, también conocida como la burbuja de internet, y que fuera un frenesí especulativo entorno a las empresas basadas en internet, a finales de la década de 1990.

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Las palabras de Altam encuentran eco en un contexto donde ya se evidencian señales de ajuste en los mercados bursátiles: en las últimas semanas, valores ligados al sector tecnológico como Palantir han caído cerca del 10 %, y Nvidia, alrededor del 3 %.
Y junto a lo anterior vale subrayar con un marcador bien destacado que el 95 % de las empresas que invierten en IA generativa aún no han registrado retorno económico alguno.
Esa sensación de urgencia, de correr para no quedarse afuera, anda generando inversiones masivas sin los necesarios fundamentos, así como valoraciones infladas; es decir, compañías con pocos empleados y sin ingresos reales que alcanzan valoraciones de cientos o miles de millones de dólares.

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El corre-corre competitivo igual está llevando a que grandes empresas incorporen herramientas de IA de forma acelerada, más para demostrar “que están sobre la bola” que por necesidad o por un plan estratégico sólido.
Y, al igual que ocurrió con las puntocom, ese exceso de capital en proyectos inviables puede desembocar en un ajuste brusco, es decir, en una “burbuja”.
Un análisis de New York Magazine sobre Silicon Valley describe que muchos fondos de capital riesgo están inyectando dinero en IA por temor a perder la próxima “Microsoft” o “Google” si no se suben al tren a tiempo.
Sin embargo, no existe unanimidad en torno a esta visión en negativo. Conocedores como el ex-CEO de Google, Eric Schmidt, replican que no necesariamente se trata de una burbuja, sino del inicio de una nueva arquitectura industrial, apoyada por infraestructuras sólidas y una demanda tangible de hardware para alimentar el desarrollo de IA .

Imagen: Internet
Sin dudas, el panorama financiero que rodea a la IA refleja tensiones. La ansiedad de inversores, empresas y hasta gobiernos por no participar en la revolución de la inteligencia artificial y quedarse atrás (la fiebre “AI FOMO” -fear of missing out-) ha impulsado la inversión en startups sin productos sólidos y pocos empleados, aspecto que Altman criticó como “irracional”.
Nueva burbuja
A diferencia de burbujas puramente especulativas, esta de la IA aparece en un panorama donde sí existen y se siguen construyendo poderosas redes de centros de datos, GPU e infraestructuras cuya operatividad es innegable y trasciende el culto a “lo viral”.
Toda esta infraestructura persistiría, aun si ocurre una corrección, un ajuste en los mercados bursátiles, como igual sucedió con la fibra óptica tras el estallido puntocom.
Hoy, al igual que en el 2000 con la burbuja puntocom, el peso de unas pocas tecnológicas ligadas a la IA es tan grande que el mercado depende de ellas de forma desproporcionada. Y si llegara a producirse una caída de valor, el impacto sería enorme porque esas empresas son hoy un insustituible sostén.

Imagen:tomada de computerhoy.20minutos.es
Aunque, claro, no puede olvidarse el contraste entre el desempeño de grandes empresas y las emergentes. Aunque algunas de esas startups pueden estar sobrevaluadas, gigantes como Google, Microsoft o Meta ya integran la IA de forma profunda en sus modelos de negocio, lo que les otorga resiliencia ante una posible desaceleración.
Parece existir cierta disonancia entre el avance tecnológico real y la viabilidad de las inversiones asociadas a este, lo cual entraña un llamado a la prudencia como el hecho por Altman.
La comparación que el propio CEO hiciera con la burbuja puntocom refleja tanto el potencial revolucionario de la IA como los peligros de invertir en espejismos porque, aunque el escenario no ha colapsado como en 2000, y donde se dice IA los ojos brillan siempre con luces de optimismo y futuro, sí existen indicios claros de que ciertas corrientes especulativas están alimentando un sobrecalentamiento peligroso en cuanto a inversiones en ese campo.
Colonialismo digital
La ola de inversiones en inteligencia artificial generativa está reconfigurando la economía global, pero su impacto en regiones como América Latina y el Caribe plantea contrastes profundos.
Destacan en ese sentido las brechas estructurales y la dependencia tecnológica, al punto que solo el 67% de la población latinoamericana tiene acceso a internet de alta velocidad, una innegable barrera para implementar soluciones de IA generativa (IAg), que requieren ancho de banda y potencia de cálculo.
El 92% de las herramientas de IAg utilizadas en la región son desarrolladas por empresas extranjeras (OpenAI, Google, Meta), lo que perpetúa la dependencia y fuga de capitales.

Imagen: tomada de revistamercado.do
Golpea también lo que algunos han llamado Colonialismo de datos, que se traduce igual en nuevas formas de dependencia incluso en el tema del idioma. El 89% de los datos utilizados para entrenar modelos de lenguaje en español provienen de América Latina, pero solo el 3% de las ganancias de estas herramientas se revierten en la región.
Se añade a lo anterior que un solo entrenamiento de GPT-5 consume energía equivalente al uso anual de 1,200 hogares latinoamericanos, agravando las crisis climáticas en la región.
El desarrollo de la IAg en el Sur Global no es un problema técnico, sino un campo de batalla político donde se juega la posibilidad de modelos civilizatorios alternativos.
Mientras el Norte habla de "alineación de valores", el Sur exige reparación histórica por siglos de extractivismo que ahora se digitalizan.
Si antes ese extractivismo se concentraba en la explotación intensiva de recursos naturales no renovables (petróleo, minerales, biodiversidad…), ahora se trata también de un extractivismo digital cuyo “oscuro objeto del deseo” son datos personales, saberes ancestrales y todo un capital cognitivo generado por usuarios que nunca ven retornar sus aportes traducidos en beneficios económicos y sí son expoliados digitalmente sin piedad.

Foto: tomada de es-us.noticias.yahoo.com
Un solo ejemplo, paradigmático, pudiera hacer más evidente lo apuntado: el uso de grabaciones en quechua/guaraní para mejorar traductores automáticos, sin beneficio para las comunidades originarias.
Es así que mientras Sam Altman alerta de una posible nueva burbuja, esta vez de la IA, en el mercado bursátil, en el lado del mundo donde alientan las naciones menos desarrolladas se perpetúan patrones coloniales ahora bajo nuevas formas: donde antes se extraía plata y caucho, ahora se explotan patrones lingüísticos, acervos culturales, y un sinnúmero de datos que alimentan el dilatado vientre de la IAg y de sus principales y grandes propietarios.












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