Haroldo Camptallops, un guerrillero de Camilo
especiales
Los hermanos rebeldes Camptallops junto a su madre.
“No me gusta ofrecer entrevistas ni asistir a conmemoraciones de fechas históricas, me aflijo mucho si recuerdo y hablo de los compañeros que ya no están y de las demás cosas tristes de la guerra”.
Así decía Haroldo Camptallops Mulet, veterano del Ejército Rebelde que nació el 31 de diciembre de 1927 en Banes, antigua provincia de Oriente. Fue muy cercano a Camilo Cienfuegos, al punto de ufanarse de que era “el único que podía usar su caballo”.
De joven escogía la pelota para los tiempos libres. A sus 88 años, con caminar casi encorvado, me recibió en la sala de su morada, en el Vedado habanero. Tenía pendiente atenderse la vista porque quedó lastimado en un ojo tras una operación anterior y los últimos espejuelos, a su vez, no tenían la medición correcta.
Prefirió saber la hora antes de saludarme y se la preguntó a un familiar. En ese momento recordé sus últimas palabras por teléfono la víspera: “Mañana a las dos de la tarde. ¡A las dos!”. Más adelante en la conversación explicaría su empeño por la puntualidad.
-Me lo enseñó mi madre: hay que llegar a tiempo, es norma básica de educación. En la Sierra también era imprescindible cumplir con los horarios ordenados.
A pesar de tanta distancia temporal, contó que se incorporó a la guerrilla el 17 de junio de 1957. El hermano mayor pertenecía al Movimiento 26 de Julio, pero a él no le gustaba la política y se dedicaba al trabajo: era técnico en Contabilidad y laboraba en bancos capitalinos.
Un día la policía batistiana fue a su casa tras el hermano mayor, quien no estaba, y llevó preso a Haroldo y al más chiquito. Contó que los maltrataron a ambos y les dieron golpes, lo cual no es difícil de entender si se conoce la situación que vivía Cuba en 1957.
Cuando los soltaron regresó a Banes. El hermano mayor salió clandestinamente para Estados Unidos con pasaporte falso. El más joven se trasladó para Güira de Melena con los padres, para evadir el acoso de que serían objeto en la capital. Haroldo hizo los contactos correspondientes y subió a la Sierra Maestra.
Llegar a la Maestra y encontrar a los rebeldes sin chocar con alguna patrulla del ejército constitucional fue siempre algo complicado. Hacía falta, por ejemplo, un buen guía que fuera realmente un guía y no un traidor. Él lo logró y dio con Fidel Castro en una zona llamada El Zarzal.
Formó parte de la Columna 4, dirigida por Che Guevara. Como combatiente participó en los dos combates de Pino del Agua, en El Hombrito y en el de Altos de Conrado.
Para él, Pino del Agua II fue la pugna más violenta de la Sierra. “Una pelea dura de verdad”, comentó con cierto temor a recordar detalles. En ese hecho de armas, como cuenta el general Enrique Acevedo en su libro Descamisados, hirieron a Camilo: primero en un muslo y después en el abdomen mientras trataba de recuperar una ametralladora abandonada. De allí lo sacaron en parihuelas para el hospital de campaña.
En la acción murió el teniente Gilberto Capote, guerrillero que mataron al lado de Haroldo. “Le dieron un tiro en la frente y me llenó las botas de sangre”, recordó más para sí mismo que para mí.
Haroldo relató la muerte del también teniente Enrique Noda, a quien tenía al otro lado. “Tiraron una granada y cuando la vi le grité ´¡Agáchate!´, pero no le dio tiempo a agacharse lo suficiente y la granada le arrancó la cabeza”.
Fueron instantes difíciles. Tras 59 años parecieron, por la repentina inflexión de la voz y el húmedo brillo en sus ojos, golpes aún no superados. “¿Cuál fue su reacción en ese momento?”, le pregunté. El viejo guerrero respondió que tuvo que aceptarlo y luchar, pelear... Con su ametralladora Johnson arremetió contra el francotirador que los hostigaba desde una caseta, la desbarató y aquel soldado desapareció. Después del combate el Che lo hizo teniente, al frente de una escuadra.
-Para dirigir una escuadra tenías que ganártelo por tus méritos y demostrar que eras un hombre capaz de combatir.
-¿Y cómo lograba mantener la disciplina de los hombres bajo su mando?
-Por lo general todo el mundo era disciplinado y se cumplían las órdenes. En un combate organizaba las posiciones. La comida, otra tarea del jefe de escuadra, la repartía equitativamente.
De teniente a Occidente
En agosto de 1958 Camilo Cienfuegos, ascendido a comandante, fue designado al frente de la invasora columna No.2 “Antonio Maceo”. Haroldo quedó con él. Hablaron de La Habana y simpatizaron. Bajo sus órdenes llegó a Occidente.
La invasión fue dura, con cansancio, mucha hambre y poca comida, rememoró. El 12 de septiembre de 1958 estaba cerca del río Jatibonico. Eran 53 hombres, para los que había 53 trozos de yuca, un poquito de arroz per cápita (el que cabía en una mano) y un pedacito de carne.
“Cogí la ración. Comí la mitad de mi yuca y guardé el otro pedacito para el arroz. Un compañero, para intrigar, le insinuó al capitán William Gálvez que yo estaba comiendo doble. Willian vino a regañarme y a decirme cosas injustas, por lo que sacamos discusión y nos fajamos”.
Como recuerda el propio Gálvez en sus memorias, Camilo preparó un consejo de guerra con todos los oficiales, los degradó a soldados y los ubicó en la columna de primeros.
“Los voy a poner alante, por si caemos en una emboscada sean ustedes los primeros en morir, por mierda, por traidores, porque me engañaron”, les recriminó Camilo. Después de un tramo, les puso las manos en los hombros y les comunicó que volvían a ser oficiales y sus compañeros.
“Llevaba tiempo en la guerrilla y nunca había tenido ningún problema. Por principios no soy capaz de comerme la comida de otro. Por eso le reproché a William que debió haber pensado mejor”, recordó.
En una ocasión un rebelde le dio a guardar un uniforme, con grados de capitán. A su vez, Camilo se lo pidió prestado, hasta que recogieran uniformes nuevos. “¿Y qué hago con los grados?”, le preguntó a su comandante. “Guárdalos para que te los pongas cuando triunfe la Revolución”, recibió por contesta. Cuando cayó el gobierno, Camilo le dijo: “Póntelos, son tuyos, te los has ganado”.
Tras la huída de Batista quedó como capitán ayudante del regimiento, por petición de William Gálvez -ascendido a comandante y jefe militar de Matanzas-.
Haroldo había recibido clases particulares con 16 años de un oficial del ejército constitucional que le cobraba tres pesos mensuales y conocía un poco del arte militar. Entre sus primeras responsabilidades tras el triunfo estuvo estructurar y componer el Estado Mayor del mando de Matanzas, organizar las guardias y a los oficiales.
Antes de irse a la Sierra ya tenía dos hijos: una hembra y un varón. Como en el ejército de Batista el ayudante tenía una casa en el regimiento, él la ocupó junto al cargo y llevó para allá a su familia. Después se divorció de su primera esposa y se casó con una muchacha que había conocido en los días de la batalla de Yaguajay.
Estuvo en ese cargo en Matanzas hasta 1963, cuando Fidel lo mandó a pasar la escuela militar en Minas del Frío. “No me gustaba aquello, prefería estudiar y, además, ya conocía lo que allí estaban impartiendo. Por eso hablé con Sergio del Valle, que estaba al frente del Estado Mayor General, para que me diera la baja. Fui a trabajar en la rama de la mecanización agropecuaria”.
Realizó estudios de Economía, en los que convalidó varias asignaturas. Alcanzó el nivel universitario en la carrera de Mecanización y siguió trabajando en ese giro hasta que pasó a director económico del Instituto de Investigaciones Forestales.
Al igual que otros miles de cubanos, militares o no, ocupó un lugar en las gestas en África. Fue jefe de un contingente de maquinaria y mecanización en Angola desde 1982 hasta 1984.
Cuando regresó se retiró. Luego trabajó en el hotel Cohíba como organizador de la seguridad. También fungió como secretario del núcleo del Partido Comunista en su zona.
-¿Cuándo usted se volvió comunista?
-¿Comunista? Creo que desde niño, por la educación que me dio mi madre principalmente, porque mi padre nunca se ocupó de nosotros. Pero ella siempre nos exigió ser honestos, trabajadores, compartir con los demás y no apropiarnos de lo ajeno. Así que siempre fui comunista.
En 2016 decía tener 13 hijos, 20 nietos y cinco bisnietos. Su descendencia hubiera sido aún mayor si no hubiera fallecido, de pequeño, uno de los hijos del último matrimonio, cuando vivían en una casa frente a un cementerio. Desde entonces su mujer pasaba el día mirando hacia el camposanto. Recurrió, una vez más, a Sergio del Valle para que lo ayudara a cambiar de casa y se mudó para Paseo, en el Vedado.
-¿Con mis compañeros? No, hace tiempo que no nos reunimos. Antes lo hacíamos más…
Preguntó la hora. “Ya podemos terminar”, dijo. Hay recuerdos que también son puntuales.
*Sirva esta versión de la entrevista realizada en abril de 2016 a Haroldo Camptallops Mulet (fallecido) como homenaje a Camilo Cienfuegos en el aniversario de su natalicio, y como tributo a la memoria de Camptallops, uno de los oficiales rebeldes que lo acompañó en la Invasión a Occidente.
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