Eusebio Leal: dos años en la eternidad
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En la fotografía que acompañaba la urna con sus cenizas, el historiador Eusebio Leal Spengler aparecía besando la bandera cubana. La imagen, que vieron los cientos de cubanos que fueron a rendirle homenaje al Capitolio Nacional, el día de su funeral, era un símbolo de la consagración de un hombre a la obra inmensa de su pueblo.
Estudioso impenitente de la historia de su país, Leal asumía que en la gesta independentista cristalizaron las mejores esencias de la identidad cubana. Por tanto, no se podía vislumbrar un futuro (ni trabajar por este) ignorando el acervo de décadas de lucha. Una sola Revolución: la de Céspedes, Martí y Fidel Castro. Una Revolución interminable.
Pero él nunca fue un hombre enquistado en el pasado. Cambió el sentido del famoso adagio: “Cualquier tiempo por venir tiene que ser mejor”. Y no era simple retórica. Trabajó con ahínco en pos de realizaciones palpables, porque entendía que el hombre no vivía solo de discursos (aunque los suyos estaban animados por un espíritu vibrante).
Caminaba las calles de su ciudad, conversaba con la gente, proyectaba obras sociales, fundaba escuelas y talleres… Multiplicaba las horas.
Era un hombre de pueblo, de su pueblo. Aunque su proyección se hizo universal.
Él mereció el respeto y el cariño de millones de personas: era una de las más entrañables personalidades de la cultura cubana. Se ganó el reconocimiento unánime a golpe de trabajo y por una ejecutoria sostenida en la ética y la lealtad a principios irrenunciables.
Era voz imprescindible, polemista agudo y respetuoso, orador extraordinario. En años de profundos debates sobre el devenir de la nación, sobre los desafíos comunes, él fue siempre guía y referente.
Cuba lo idolatraba porque él idolatraba a Cuba. Y por Cuba y con Cuba trabajó siempre, en un ejercicio que pareció sacerdocio, que fue todo el tiempo magisterio, consagración.
Nadie podrá poner en duda la magnitud de la obra de Eusebio Leal: es concreción maravillosa, piedra sobre piedra; es aporte indiscutible, material y espiritual, a la calidad de vida de muchos cubanos. Él cumplió con creces la divisa martiana de que honrar honra. Honrar ha sido su itinerario.
Eusebio Leal se ganó el homenaje permanente de un pueblo que lo ubicó, hace mucho, en el sitial de honor de sus más encumbrados hijos. Su muerte, hace dos años, lo instaló en la eternidad.
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