Eduardo Blanco, el noveno coreógrafo del ballet de Cuba 

Eduardo Blanco, el noveno coreógrafo del ballet de Cuba 
Fecha de publicación: 
24 Mayo 2021
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Foto: Cortesía del entrevistado.

De madre músico y padre bailarín, a Eduardo Blanco (Santiago de Cuba, 1982) le corría el arte por las venas. Creciendo en una familia donde Beethoven y Tchaikovsky ambientaban el desayuno, el camino estaba trazado. Fue así que con nueve años comenzó sus estudios de violín en la Escuela Vocacional de Arte José María Heredia, de su ciudad natal, mas no es por violinista que su nombre resalta hoy en la escena artística nacional y foránea.

“El violín me cansaba, lo veía estático, me daba dolor en el cuello. No aguantaba eso de estar así parado tocando y sin mover mi cuerpo. Vigilaba al profesor de música y me escapaba del aula a las clases de ballet a ver a las bailarinas y eso me fue gustando mucho.

“El maestro le dijo a mi mamá que yo me escapaba de las clases de violín y solo se consolidó un año. Debía haberlo hecho, pero no se pudo, la demanda era el ballet, que era lo que me gustaba y por lo que yo sentía pasión.”

Un día, según cuenta, llegó a la institución una mujer que le asombraba, con su trenza larga y sus ojos azules, era la gran Ramona de Saá, por aquel entonces asesora nacional de las escuelas de arte y hoy directora de la Escuela Nacional de Ballet (ENB) Fernando Alonso. “Eduardito” recuerda haberle dicho: “¿Usted sabe que yo quiero ser bailarín?” y ella en seguida… “pero qué esperan para poner al niño en la escuela, necesitamos hombres que estudien ballet.”

“En cuanto ella aprueba eso, en una época muy dura donde no había varones porque estudiar ballet era un tabú, mi mamá acepta y empiezo mi carrera”.
Sin embargo, la inquietud creativa de este artista unida a lo que consideró un impedimento físico para trascender como le hubiera gustado, serían factores decisivos en su temprana transición de bailarín en ciernes a coreógrafo consumado.

“Yo tenía muchas cosas en mi contra por mi físico como bailarín hombre. En ballet cuando una mujer se para en puntas sobrepasa al hombre y yo soy muy pequeño y era imposible que llegara a ser un primer bailarín. Entonces mi mamá me dijo “dedícate a montar en grande, a hacer cosas grandes”.

Eduardo se entrega así a la creación con apenas 12 años y comienza a labrarse un camino que lo ha llevado a resaltar como el primer recién graduado en ingresar al Ballet Nacional de Cuba (BNC) directamente como coreógrafo, siendo el más joven creador de la danza clásica cubana.

“Para mí es un privilegio, me siento súper realizado con el apoyo que tuve para ser coreógrafo, que es una palabra que pesa mucho, que defiendo, porque antes de mí, antes de ser coreógrafo del BNC, existieron obras magistrales de grandes coreógrafos como Pettipá, pero también de cubanos como Hilda Rivero, José Pared, Alberto Méndez, Gustavo Herrera, Gladys González, Iván Tenorio.

“Yo aprendí de ellos y estar en las filas de esos coreógrafos y ser el número nueve, porque ahí se quedó el listado, en el número nueve, es para mí un honor y también haber sido el último coreógrafo que Alicia Alonso (1920-2019)) nominó dentro del ballet de Cuba en su mandato como directora”.

Blanco recuerda entre esos pilares de apoyo en su carrera a la maestra Ramona de Saá, con quien tuvo mayor acercamiento cuando llegó a estudiar a la ENB en La Habana; a Fernando Alonso (1914-2013), quien al ver su coreografía Invitación al baile, señaló a los maestros que le prestaran atención a ese niño, y a él le convidó: “Tienes que seguir esta línea”.

Pero, sobre todo, agradece a la maestra Martha Iris Fernández, hoy subdirectora del prestigioso centro, por “darme el tiempo de montaje, por hacerme todos los espacios en el horario para que yo pudiera montar”.

Nacía así el joven coreógrafo que hoy afirma que “lo más importante es sentir lo que uno hace. Coreografiar es un momento sublime, único, porque es lo que voy a plasmar en un escenario y lo que va a quedar sobre mi obra. Entonces tengo que dar lo mejor de mí cada vez que voy a montar. La coreografía es algo que se siente, que si no lo sientes tú como creador, el público no lo va a sentir, porque no le vas a transmitir lo que haces y lo que sientes como ser humano y como creador”.

Rememora Eduardito que en lo que unos querían conversar o merendar en el tiempo de receso, él aprovechaba para montar sus ballets o limpiaba el salón que la maestra Martha Iris le daba para los ensayos con los alumnos que querían continuar su “locura de la coreografía”.

Quizá desde entonces obtuvo esa preferencia por el trabajo con infantes, y también por el impulso que le dio Alicia al entrar al BNC, desde la cátedra de danza de la compañía, aunque su historial recoge la creación para diferentes grupos etarios.

“Creo que mi obra abarca el trabajo con adultos, la adolescencia y la niñez, y creo que todas son importantes. Incluso lo pequeño que haga para mí es importante, porque si haces algo y no le das importancia mejor no lo hagas. Hasta una clase que des, piensa que es la última que darás en tu vida y dala con amor para que eso se quede en la memoria de ese alumno y ese alumno es la semilla de lo que tú siembras, para luego recoger el fruto.

“Entonces pienso que lo más lindo es trabajar con la semilla, que son los niños, porque voy a fomentar en ellos una base, que siempre va a perdurar”.

Luego de alcanzar relevantes premios desde su etapa de estudiante en eventos coreográficos y montar en Cuba una larga lista de piezas basadas en la literatura y en diversos géneros y sonoridades, porque a la música no la abandonó jamás, pues “el coreógrafo debe tener un oído musical”, el mundo le abrió las puertas como coreógrafo y como artista.

Siete años estuvo en Canadá, montando una versión para niños de Hansel y Grettel. Trabajó con pequeños en el Centro Coreográfico de Valencia. Ha laborado en casi la totalidad de los estados de México y habla con especial cariño de su tiempo en Brasil, para la puesta en escena de La leyenda del agua grande, a la que considera una de las piezas más descollantes de su carrera.

Hoy trabaja en un gran proyecto que lo llevará a colaborar nuevamente con otro creador que ha velado siempre por el desarrollo espiritual de la infancia, esta vez desde el teatro, y que es Carlos Alberto “Tin” Cremata.

Renovando la experiencia del montaje de un Hansel y Grettel en dos actos entre La Colmenita y estudiantes de ballet de entre cinco y seis años, con el apoyo de Alicia Alonso, Eduardo reedita su emblemático ballet El camarón encantado, en lo que promete ser una ambiciosa puesta de la ENB con los infantes colmeneros que disfrutaremos cuando el regreso a los escenarios sea posible.

La celebración por sus 20 años de carrera como coreógrafo le sorprende en medio de una pandemia que le reta a no detener su accionar. Y es que a pesar del confinamiento o quizá gracias a él, ve nacer iniciativas en las que nunca habría pensado en tiempos normales, como un proyecto que le llevará a colaborar con el maestro José María Vitier, la gran flautista Niurka González y el destacado realizador Lester Hamlet.

El joven artista se siente ahora en un sueño, más bien una pesadilla de la que despertaremos para, como desea, “continuar el legado de Alicia, de Fernando, y de tantas personas que se sacrificaron por nosotros, para que hoy el ballet de Cuba y la escuela cubana de ballet sean las instituciones que son en el mundo”.

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