Diego Rivera: Entre amores y amoríos

El famoso muralista mexicano Diego Rivera estaba muy lejos de ser un galán, pero poseía el atractivo de su avasalladora personalidad.

Pasiones fogosas de la juventud, bocas soñadas, susurros a media noche, amores triunfantes, otros al borde del abismo. Las páginas de su vida se fueron llenando de historias; algunas quizás ciertas, otras estampadas en la leyenda.

Amoríos ocasionales con la ojinegra Sofía; la rubia a quien llamó Santita, sin nunca serlo; la muy discreta señora X, quien se ocultaba el rostro con un velo. Sí, era casada. Mujeres, mujeres, que se perdieron en el olvido... ¿A quiénes verdaderamente amó Diego Rivera, uno de los más grandes pintores del muralismo mexicano?
 
Para muchos, este artista había sido un gran amante. Cuando se referían a ese comentario que lo acompañó hasta sus últimos días, él, simplemente, se encogía de hombros y afirmaba que esa fama era totalmente mal habida. Lo real es que estuvo casado cuatro veces. Ellas se nombraron Angelina Beloff, Guadalupe Marín, Frida Kahlo y Emma Hurtado.

Nacida en San Petersburgo, Angelina Beloff fue su primera esposa y madre de su hijo, quien, de solo un año murió de neumonía en París por la crudeza del invierno. A ella, también pintora, la llevó al lienzo en varias ocasiones.

Algunos óleos la muestran con su semblante dulce, lleno de nobleza. Juntos compartieron emociones, angustias; no obstante, en 1921 se rompió el matrimonio. Al final, confesaría: «Me dio todo lo que una mujer puede dar a un hombre. En cambio, recibió todos los dolores y toda la aflicción que un hombre puede infligirle a una mujer».
 
En esa etapa de crisis, el muralista tuvo, de una unión extramatrimonial con la pintora rusa Marievna Vorobieva, a su hija Marika.
 
Diego se casó en 1922 con la escritora mexicana Guadalupe Marín. Él recreó la belleza de esta mujer en varios murales como el titulado La tierra fecunda, en el que ella aparece desnuda. También está en algunos retratos que hizo obsesionado por aquel amor que le renovaba el corazón. Quizás trataba de penetrar en su alma, de ahondar en los ríos de su sangre apasionada, perpetuando así la imagen de quien le había robado la tranquilidad a su espíritu. Tuvieron dos hijas, Guadalupe y Ruth.

Algunos biógrafos aseguran que el artista tuvo un vínculo amoroso con la fotógrafa italiana Tina Modotti, quien como modelo posó desnuda para él.
 
Vida junto a Frida

La pintura de Frida nació de su propio drama, que la marcó para siempre. Aquel accidente, cuando el ómnibus en que regresaba a su hogar colisionó con un tranvía, dañó su columna vertebral y quedó inválida; en la convalecencia tomó los pinceles para no abandonarlos más. Antes, de niña, había padecido de poliomielitis.

Tina Modotti le había hablado de Diego y ella tenía curiosidad por conocerlo. Todavía enyesada comenzó a visitar la Secretaría de Educación, donde él pintaba sus murales. En los inicios se sumó a la pintura del maestro; luego fue cada vez más Frida.

Se casaron en 1929 y su relación estuvo marcada por venturas y desventuras. Incluso se rumoraba que Cristina, la hermana menor de Frida, no era solo la modelo preferida del pintor, sino su amante. En cuanto a Frida, se aseguraba que tuvo amores con León Trotsky en la temporada en que este y su esposa Natalia residieron en el hogar de los artistas en Coyoacán.

Frida hizo muchos autorretratos. Algunos críticos los aprecian como pintura de confesión porque hay en ellos un deseo de desnudar el alma, tan llena de pesares. Su imagen aparece en los cuadros La herida abierta, La cama volando, Las dos Fridas, Diego y yo, Retrato de Frida y el doctor Farill.

Realizó su primera gran exposición en la galería Julián Levy, en Nueva York, en 1938. André Bretón la incluyó entre los surrealistas. Ese mismo año se divorciaría de Diego, para casarse de nuevo con él en 1940. La artista expuso en París junto al fotógrafo Manuel Álvarez Bravo, y sus pinturas impresionaron vivamente a Kandinsky y a Picasso.

Al referirse a la obra de Frida, Diego Rivera la calificó como «el más agudo y terrible concentrado vital hecho pintura, caricia crudelísima que se realiza dentro de la poesía más amarga y grande de nuestro tiempo».

En la época en que Diego fue contratado para pintar murales en Detroit, ella no solo lo acompañó, sino que realizó algunos valiosos cuadros. Él dijo: «Frida empezó a trabajar en una serie de obras maestras sin precedentes en la historia del arte, pinturas que exaltaban la cualidad femenina de la verdad, la realidad, la crueldad y la pena. Nunca antes una mujer había puesto semejante atormentada poesía sobre la tela como Frida en esta época de Detroit».

Juntos vivieron veinticinco años; hubo períodos terribles y otros de gran serenidad. Él fue la luz de la que ella se alimentó y, a pesar de los reveses, el niño amado que la vida le negara.

Aunque en amores Frida y Diego fueron veleidosos, los unía un afán común: salvar la tradición indígena y el folclor, y dar a conocer la cultura prehispánica de México. A lo largo de sus existencias reunieron numerosísimas piezas arqueológicas: hoy se muestran en La Casa Azul, museo de la Kahlo en Coyoacán.

Luego de la muerte de Frida el 13 de julio de 1954, Diego se casó, al año siguiente, con Emma Hurtado, quien había sido su confidente y amiga. Finalmente, su viuda.

El pincel de Diego se deleitó con luminarias del cine como Dolores del Río y María Félix, y siempre se comentó que esta había sido uno de sus grandes amores frustrados. Cuando ella marchó a París, se carteaban frecuentemente. Él ilustraba esa maravillosa correspondencia y creó verdaderas joyas de papel.

Una vez que le preguntaron acerca de sus relaciones con la famosa artista, dijo: «Muerta Frida, nadie hay en el mundo a quien yo admire, respete y quiera con más admiración que a María. Nadie puede quererla más que yo, nadie».