Desentrañando a Céspedes III (final)

Desentrañando a Céspedes III (final)
Fecha de publicación: 
24 Abril 2022
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¿Cómo fueron las contradicciones entre Carlos Manuel de Céspedes y otros políticos y militares? ¿Qué actitud siguió tras ser depuesto de la presidencia de la República en Armas? En torno a estas y otras interrogantes sobre los últimos años del Padre de la Patria, Cuba Sí comparte la tercera y última parte de su diálogo ─a propósito de que el pasado 18 de abril se cumplió otro aniversario de su natalicio─, con el historiador y museólogo granmense Aldo Naranjo Tamayo, quien ha investigado sobre el tema. 

En Guáimaro y otros escenarios se evidenciaron contradicciones entre Céspedes y los camagüeyanos iniciadores de la guerra, en especial Ignacio Agramonte. ¿Eran superiores sus posturas? 

De historiografía tradicional se ha heredado el supuesto mayor democratismo de los hijos del Camagüey que el de los líderes orientales porque en sus decretos comenzaron pidiendo la abolición inmediata de la esclavitud, la separación de la Iglesia y el Estado, y fueron los patrocinadores de la Cámara de Representantes en medio de la guerra. 

Lograron, en nombre de la democracia, que fueran cuatro diputados por cada una de las regiones presentes en la lucha: Oriente, Camagüey, Las Villas y La Habana. Digo “presentes en la lucha” y no “sublevadas”, porque realmente La Habana no se había alzado, pero los prohombres de Camagüey lograron que habaneros presentes en ese territorio ─antiguos maestros o compañeros de estudios en colegios de la capital─ tuvieran derecho a las votaciones.

Sin embargo, los orientales trazaron estrategias diferentes relacionadas con la pronta conclusión de la guerra y la menor pérdida posible de vidas humanas.  Querían que la abolición fuera gradual e indemnizada; es decir, pagando a los dueños de esclavos las inversiones realizadas en ellos, con lo que buscaban atraer a la órbita revolucionaria a la clase de los hacendados y terratenientes. 

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Por otra parte, si se buscaba la unidad, no creían oportuno separar al Estado y la Iglesia, por lo que Céspedes nombró vicario general al cura Diego José Batista, de la Iglesia Parroquial de Bayamo. Además, ensayó un mando único y centralizado para las circunstancias excepcionales de la guerra.  

El general mambí Enrique Collazo consideró que lo alcanzado en Guáimaro era prueba de la inexperiencia política de los cubanos, porque la civilidad nacida de sus entrañas no se correspondía con las demandas bélicas. “Si el día de la proclamación de la República —sustentó el militar santiaguero— se hubieran oído en Guáimaro los disparos de los rifles o de los cañones enemigos, hubiéramos tenido una Constitución menos republicana y un gobierno más adecuado a nuestras necesidades”.

¿Qué opinaba Céspedes?

Entendía perfectamente las necesidades indispensables para el éxito de la empresa liberadora, los que constantemente mencionaba: mantener la unidad y la disciplina en las filas y en los núcleos de cubanos emigrados; abolir la esclavitud; extender la revolución hacia Occidente, destruyendo su emporio económico, que servía de sostén al colonialismo; conseguir el apoyo de las demás naciones de América; y otorgar al poder ejecutivo libertad de acción para dirigir correctamente la insurrección. 

En Céspedes predominaba la realidad viva y directa de la lucha. Actuaba en correspondencia con lo que tenía ante sus ojos. 

¿Por qué se deterioraron sus relaciones con Francisco Vicente Aguilera?

No se puede ocultar que hubo diferencias de métodos, no de principios, entre Céspedes y Aguilera; pero no tan agrias como algunos contemporáneos presentaron en libros y artículos posteriores, incluyendo a Eladio Aguilera Rojas, hijo de Aguilera. 

Cuando se leen los diarios de Céspedes y Aguilera se aprecian mejor los elementos que los distanciaron: la desunión en la emigración, que Aguilera no pudo unir; la tardanza de Aguilera en regresar a Cuba, petición que el presidente de la República en Armas le realizaba todas las semanas, consciente de la importancia del prócer bayamés en Cuba Libre; los inoportunos comentarios de Ana de Quesada, esposa de Céspedes, exiliada en Nueva York, sobre la gestión de Aguilera al frente de la Agencia General; y su destitución al frente del organismo de los exiliados.

Pero en el balance general de las dos figuras, sale ganado la patria y la unidad revolucionaria.   

También hubo confrontaciones con los militares…

En todo momento Céspedes mantuvo la dignidad de su puesto ante los jefes militares regionales; muchos de ellos, blanco del caudillismo, el regionalismo y el desdén ante el desorden y las indisciplinas de sus subordinados. A los que cometían errores en sus mandos los criticaba de forma sincera y honesta. 
Corrigió a los mayores generales Máximo Gómez, Vicente García, Manuel de Jesús Calvar, Calixto García y Carlos Roloff. Llegó a destituir a Gómez del mando de la División de Santiago de Cuba. Por suerte, más tarde, Agramonte comprendió su política centralizadora y la apoyó en buena medida.

¿Qué lo llevó a ser depuesto?

Aunque tenía prohibido participar directamente en los combates, dirigió varias acciones combativas y estuvo en medio de 18 lances de guerra. En la manigua perdió dos hijos, padeció enfermedades, sufrió afecciones limitantes en un brazo y una pierna, pero nada de esto le impidió continuar. 

En carta escrita a su esposa el 9 de agosto de 1873, contaba de su pugna con la Cámara: 

“Trabajo sin cesar por Cuba: no puedo asegurar que lo haga con acierto, pero es con buena fe. No robo, no mato, no violo, no hago intencionalmente agravios a nadie. Procuro proceder imparcialmente en mis resoluciones, y que haya orden y justicia. Jamás transigiré con los españoles sino sobre la base de nuestra independencia. Más no puedo hacer: no soy santo”.

Los conflictos entre los poderes ejecutivo y legislativo José Martí los estudió profundamente, sacando lecciones para la nueva organización de la lucha revolucionaria. Céspedes era el abanderado de actuar de acuerdo a los principios de la guerra y no como si estuviera en los espacios de una república libre. Los patriotas no eran dueños ni del terreno que pisaban, porque ante la llegada de una columna española, la mayoría de las veces debían abandonar sus campamentos. 

En tal sentido, el Apóstol señalaba: “Se le acusaba de poner a cada instante su veto a las leyes de la Cámara. Él decía: ‘Yo no estoy frente a la Cámara, yo estoy frente a la Historia, frente a mi país y frente a mí mismo. Cuando yo creo que debo poner mi veto a una ley, lo pongo, y así tranquilizo mi conciencia’ (…) La Cámara; ansiosa de gloria pura, pero inoportuna, hacía leyes de educación y de agricultura, cuando el único arado era el machete; la batalla, la escuela; la tinta, la sangre. Y venía el veto”.

Unos pocos legisladores reunidos en el caserío de Bijagual, en Jiguaní, campamento de Calixto García, el 27 de octubre de 1873 acordaron deponerlo. A unos pocos kilómetros se encontraba el hombre de Yara. Pero prefirieron desacreditarlo sin su presencia. 

¿Cuál fue su actitud posterior?

A la mañana siguiente de la deposición, llegó hasta Céspedes un correo oficial. Con desgarradora y patriótica expresión anotó en su diario: 
“Ya sin responsabilidad estoy libre de esta carga. La historia proferirá su fallo. A todos he recomendado la prudencia y que sigan sirviendo a Cuba, como yo lo haré mientras pueda. Los prisioneros enemigos presenciaron la escena de la deposición con mal encubierto regocijo (…) ¡Pobre Cuba! En cuanto a mí, solo diré que estreché la mano del que me trajo la deposición, diciéndole: ‘¡Gracias, amigo mío! ¡Me ha traído usted mi libertad!’. 

No movió el labio para protestar y cerró el oído a voces amigas de jefes militares que le ofrecían sus fuerzas para mantener la investidura. 

 

Leer más: Desentrañando a Céspedes (I)

Desentrañando a Céspedes (II)

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