Contracrítica: Anderson o lo aburrido de discursar sobre uno mismo

Contracrítica: Anderson o lo aburrido de discursar sobre uno mismo
Fecha de publicación: 
25 Noviembre 2023
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Hablemos de Asteroid City, la última cinta del director Wes Anderson. Este autor está acostumbrado a crear desde un tono manierista y autorreferencial que alude de manera constante al propio proceso creativo y coloca el centro de atención en el arte como principio y fin de todo. Pudiera catalogarse ese interés como escapista, ya que los conflictos en torno a esta dimensión de la existencia suelen quedarse en lo meramente irónico y no abordan a cabalidad otras cuestiones extracreacionales que también deberían estar presentes, a nuestro juicio, en el cine. Asteroid City habla acerca de dos planos de la realidad que se tocan a partir del uso de una técnica de vasos comunicantes. Por un lado, existe una disección por parte de un presentador del proceso de escritura de una obra de teatro, por otro, está la concreción de dicha pieza en un pueblo en medio del desierto. Si la historia número uno consiste en planos en blanco y negro que intentan remedar una suerte de acercamiento a la estética de inicios del siglo XX, la segunda es una explosión de colores que de alguna forma juega con la cuestión absurda que le sirve de trasfondo a la película. En los vasos comunicantes ambos planos narrativos se deben ir contaminando hasta que exista una especie de complicidad novedosa. 

Pero aquí comienza todo a complicarse y es que Anderson se concentra tanto en remarcar su tono autoral que pierde de vista que está construyendo una historia para el público. Su sombra en medio del proceso de recepción se convierte en un ruido tan poderoso que las tramas particulares esbozadas en esta cinta quedan en un segundo plano y los personajes, que poseen interesantes planteos y que están bien defendidos por pesos pesados como Tom Hanks y Scarlett Johansson, no alcanzan un nivel de plenitud ni de autonomía dramática como para tomarlos en serio. Se agradece el interés de Anderson por entregar un cine diferente de las propuestas del mainstream, pero no resulta suficiente en materia de recepción que lo distinto solo se concentre en la marca autoral, sin que haya una tesis defendida, un compromiso estético con la gente que consume la obra. La autocomplacencia fatal posee la inmensa y ridícula capacidad de aburrir y la película transcurre entre sus dos planos consabidos sin que se presente el conflicto en toda su dimensión, más allá de la recreación constante que alude a un elemento de absurdo perpetuo. Así, la cinta no se sale de su planteo inicial y como tal no posee la progresión dramática requerida. Existe un regodeo en la fotografía y en los planos interesantes, en los acercamientos de cámara o en detalles que pudieran parecer manieristas y excéntricos, pero más allá de ese gesto egoísta, la gente se queda esperando por esa revelación fundamental que un filme debe cumplimentar. 

Asteroid City es un filme hecho para que el director muestre toda su pericia técnica como constructor de una cinta que aspira a una belleza estética formal, pero traiciona el pacto con los públicos a quienes se les tiene que respetar y no darles una paliza a partir de los conocimientos o de la experticia del hacedor de la obra. Ello quiere decir que la solución argumental conspira en contra de la recepción y hace de las dos historias paralelas un elemento de adorno que no posee un peso en la resolución. Anderson nos trasmite la idea de que es un genio y se regodea en eso, pero nosotros vamos al cine a presenciar un espectáculo. Y esa traición se nota. El personaje del dramaturgo, que debería poseer una dimensión poderosa ya que el reflector se coloca en el carácter autoral de la pieza, no se desarrolla pues priman los detalles técnicos descritos como si al público pudiera interesarle la tramoya teatral detrás del teatro. El aburrido proceso de concepción y de dirección de los artistas pasa a un primer plano y la gente termina presenciando una crónica sosa de un director de cine que discursa sobre sí mismo. Quizás si otros elementos estéticos acompañaran este decursar, pudiéramos soportarlo, pero luego de treinta minutos de blanco y negro y de una explosión de color en el desierto, aún estamos tratando de hallarle el encanto a la cinta. 

La película no solo se detiene en el planteo del absurdo, sino que no propone otras soluciones. Hay un regodeo gratuito en este aspecto y los actores que pudieran defender la trama a partir del talento y del conocimiento de sus personajes quedan petrificados en la cuestión del arquetipo. El tono de farsa está logrado, pero se prolonga tanto que termina siendo un cascarón de autor que no genera resonancia y resulta al cabo una pedantería que se nos recuerde cuán genial y versado en la técnica es el director. La gente requiere de un cine en el cual se cuente algo y que salga de la banalidad del mercado, pero también de la vanidad de las élites de cineastas que hacen obras para la autocomplacencia y para demostrar en el gremio quién posee mayor musculatura. No son necesarios los ejercicios de onanismo, sino los que conduzcan a un disfrute estético y a la edificación de tesis que les hablen humanamente a las personas desde una cercanía emocional, dramática, polémica. 

El arte no ha dejado su función social y emplazadora, que va más allá del simple regusto del autor. No se trata de un despliegue de elementos técnicos, como lo hace la trama en blanco y negro, sino de que la técnica tribute y sea invisible. A la gente no le interesa si usted tuvo que leerse a Sartre para hacer su obra, sino que estén presentes las angustias y las construcciones filosóficas. En otras palabras, es una muestra de debilidad creacional versar un argumento en la carencia del mismo o en la búsqueda de argumento, ya que además eso se ha hecho y no constituye ningún tipo de novedad. Desde Luigi Pirandello con sus seis personajes en busca de un autor, lo autorreferencial posee elementos de una maestría inigualable y no constituye una marca de excelencia ni genialidad para los hacedores posteriores. Se necesita además de esa pasión por el yo, algo que se nutra de los conflictos reales de las personas y que sea capaz de robarle las emociones al público, a fin de cuentas, de eso trata el arte. 

Una porción importante de la crítica especializada de internet que pulula por los sitios y revistas ha hecho una visión apologética de esta cinta que en nuestra opinión no encaja con la realidad de la propuesta del autor. Se basan más en una genealogía de Anderson que en la pieza en sí misma y hacen la cuadratura del círculo consabida que llama ignorantes y tontos a quienes los contradicen. Si eres culto, si eres conocedor; debes aprobar y alabar la película o no serás tenido en cuenta. Ese arte sin emociones o que no logra una construcción real de las motivaciones del personaje, pero que busca en lo referencial y en la distorsión de la trama las marcas de un cine de culto, cae en la sospecha de lo manido y lo mediocre. Desde Kubrick lo posmoderno no ha alcanzado tan altas cuotas de contenido y de multiplicidad de significados. Hay una gran distancia entre algo como Eyes wide shut y Asteroid City. Y la crítica que quiere ser honesta debe renegar de las fórmulas que pervierten su quehacer para complacer las tendencias canceladoras de las redes sociales y del sistema de consumo, que no permiten que el salmón nade en contra de la corriente. Cuando uno se sienta a ver esta cinta de Anderson, cree que puede hallar algo parecido por ejemplo a The big fish, que jugaba con la trama, la torcía, la hacía esclava de la creatividad del autor. Pero no, tal parece que en los tiempos que corren el mercado ha hecho tal mella en los creadores de Hollywood que ya lo original es hablar de ti mismo. Y eso es lo que hace alguien que construye una obra con vasos comunicantes donde una parte importante se diluye en cosas que no le interesan a nadie y que se trata de cuestiones técnicas o muy personales. Hay que estar muy seco de iniciativas o de ideas para imponernos esa idea del arte, en la cual se nos llama ignorantes y se nos trata desde un talante elitista. 

Asteroid City es retratada como la película de culto de este 2023 que todos debemos ver. Tan sagrada resulta a la sacrosanta crítica especializada que no podemos tocarla con nuestras nada pulcras manos de profanos. Entonces para nosotros solo quedaría un papel secundario de simples espectadores que, si no gustan de la película, es porque somos ignorantes y no estamos a la altura. La técnica de los vasos comunicantes debe conducir a algo, amén de que resulta una de las más difíciles por su sutileza. La comunicación tendrá que darse por alguna parte y de esa forma contaminar las tramas que corren. Y no me refiero solo a una cuestión de estética, sino de contenido. Una de las obras basadas en esa técnica que han alcanzado mayor virtuosismo es Las palmeras salvajes de William Faulkner. Allí, dos historias van en paralelo y pareciera que no se tocan, pero la maestría de este escritor hace que la violencia y la calma que subyacen hagan el contrapeso perfecto para que el lector tenga una impresión artística y de esa forma halle lo que busca en toda pieza: las emociones.

Un cine frío, uno que no comunique, uno que no apuesta por ser cine, sino simple onanismo, no podría tener jamás la complacencia de la crítica. Pero ya sabemos que se vive en el mundo de las marcas, en el cual cuando algo ya está legitimado resulta difícil juzgarlo en su real dimensión.  Y Anderson es eso, la cuestión de un nombre con el cual no nos vale meternos, pues hay consecuencias. Y no nos referimos a lo que pueda pasar con la carrera del crítico, sino que nadie en este mundo de hipocresía quiere ir contra lo que aprueba el poder y embrutece a la masa a la vez que desprecia a la gente. Un cine de esta envergadura no solo es estéticamente deplorable, sino éticamente, ya que se separa de la fundamentación de este medio y viaja en una introspección egoísta hacia el interior de una subjetividad que francamente no nos interesa. 

 

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