Con Silvio, cantar a dúo a la mujer cubana (+ Video)
especiales
Pintura de Flora Fong
En Mujeres ellas lo estremecen, antes en la propia vida, y Silvio Rodríguez con su canto nos hace vibrar de amor. Siempre lo logra desde su arte y su extraordinaria sensibilidad, desde su pasión por los seres humanos.
Observo a Mariana Grajales en el inicio de la canción. Y entonces quiero más a Silvio: "Me estremeció la mujer que empinaba a sus hijos/ hacia la estrella aquella de la otra madre mayor/ y cómo los recogía del polvo teñido/para enterrarlos bajo el corazón".
De pronto el trovador nos descubre detrás de cada creador -no será mejor decir al lado, cediéndole el paso- a una mujer. Sin ella, ¿qué sería de aquel hombre pese a su potencia? Carlos Marx está trayendo nueva luz al mundo aunque no todos los entiendan. Su esposa lo ilumina y le robustece el combate. "Me estremece la mujer que incendiaba los trillos/de la melena invencible de aquel alemán".
Que venga también "la muchacha / hija de aquel feroz continente/ que se marchó de su casa/para otra de toda la gente". Por ese hogar feliz para todos, se entrega, sacrifica la querencia personal, la sangre africana que le invadió las venas: es que es para todos y no para unas pocas gentes.
Llega una alegría triste o una tristeza alegre: lo he sentido hasta las lágrimas o la sonrisa, y ambas se abrazan. Sigo el cantar y le añado mis reflexiones cuando confiesa: "lo que a mí más me ha estremecido/son tus ojitos, mi hija, son tus ojitos divinos". Es el pedazo de existencia que ha comenzado a nacer de los primeros besos, de las primeras caricias. Aunque se fatiguen, aunque ya no estén, al sobrevivir, los eternizan.
Hacia la historia, hacia el legado de quienes no salen en los periódicos ni iluminan las pantallas con sus rostros de cerca, ni con sus nombres y apellidos, pero no faltan a la lucha, a pesar de golpes y contradicciones, de dudas y dolores. Gracias a ellos hay héroes y ellos mismos son héroes pese a no darse cuenta.
"Me estremeció la mujer que parió once hijos/ en el tiempo de la harina y un quilo de pan/y los miré endurecerse mascando carijos / (me estremeció porque era mi abuela además)".
Y pienso en Josefina, mi madre, trabajando voluntaria en la construcción de lo que sería el Hospital Hermanos Ameijeiras. Cojea algo todavía, no está respuesta del todo de una reciente operación que intentó sanarle la cadera fracturada por una caída, Aquí asiste para vencer el miedo de que me pase algo en Vietnam, donde estoy como corresponsal de guerra, y "lo saludo también de esa manera". Esta tarde se ha ganado un beso en la mejilla del titán que está al frente de la obra: ¡Efigenio!
Mi mamá se despide. "Hoy me voy más temprano para hacer rápido la comida y descansar un poco. Fíjese, me toca la primera guardia del Comité esta noche…"
Abandono momentáneamente estos recuerdos y observo a mi mujer batida con la computadora en busca de un nuevo libro sobre la música. Y es como si desde esa máquina la rumba o la trova sonaran sabroso. ¡Ay!, María del Carmen, me callo y por vergüenza no te digo, ahora lo escribo, que sin ti yo no podría haber creado tanto. Con más talento, tristezas y virtudes que yo me salvaste de mis actos intacticos, de la incomprensión de los mediocres. Me forjaste. Sin ti lo mejor de mí estaría muerto hace tiempo y el dolor me habría envenenado.
Para ella, junto a ti, Silvio, le canto: "Me estremecieron mujeres/ que la historia anotó entre laureles".
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