Chagall y la metáfora del amor (+obras)
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Detalles del cuadro "Enamorados en fondo amarillo". Imagen tomada de https://www.finestresullarte.info.
De la pintura me interesa la belleza ante todo, y luego que sea renovadora, que traiga un mensaje, que se distinga de algún modo y no sea una entidad repetida, aburrida. Pero el arte suele dejarme interrogantes relacionadas con las motivaciones, el contexto, el mundo interior del artista.
La obra de Marc Chagall (1887-1985) siempre llamó mi atención por su manera singular de combinar colores con las formas, un poco alocadas, de sus personajes flexibles, por recrear escenas idílicas, fantasiosas, como salidas de un sueño, de un universo donde todo es posible.
Primero me deslumbró el uso de tonos vivos en sus pinturas, como esta que utilizo en portada (Los enamorados en fondo amarillo) y que resalta con esa intensidad. Vi que el manejo del color era un factor común en su trabajo, y que lograba muy bien mezclar matices cálidos y fríos, con el evidente contraste que tanto me atrapa. Sin embargo, encontré la sospecha de que un tema repetido en su portafolio es el de los novios.
Busqué y descubrí gran cantidad de obras alegóricas. Novios volando, novios sentados mirando el paisaje, novios abrazados todo el tiempo en muchísimos escenarios: bailando en el medio del salón, bajo la luna, por los tejados, en el jardín, en la cocina. Me asaltó la duda de por qué, ¿cuál fue ese leitmotiv que lo impulsó en reiteradas ocasiones a recrear postales así?
Estamos hablando de gran cantidad de cuadros en los que el eje central son parejas, obviamente, acarameladas. Y para que no quepan dudas, muchos títulos así lo contemplan. Los enamorados, El artista y su novia, La boda, Los recién casados de la torre Eiffel, son solo algunos de los lienzos que concibió Chagall durante casi la centuria que vivió.
Parto de que el arte no solo necesita de incentivo —que puede ser variable— precisa ardor, un fervor interno emocional. Y resulta que Chagall fue un artista apasionado, y no dudaba en expresarlo. Creía en el amor como la única fuerza que nos mueve, y así lo exteriorizaba. Algunas de sus frases que más me gustan son las siguientes:
“A pesar de todos los problemas de nuestro mundo, en mi corazón nunca abandoné el amor en que fui criado o la esperanza del hombre en el amor. En la vida, igual que en la paleta del artista, hay un solo color que da sentido a la vida y al arte, el color del amor”.
“¿No es cierto que la pintura y el color están inspirados en el amor? En el arte, como en la vida, todo es posible cuando se concibe en el amor”.
"El único color que existe es el color del amor”.
“Durante años, su (ella) amor iluminó todo lo que hice”.
“¡Con cuánto amor me seduciría la armonía de sus cabellos, de su piel, con qué prontitud me sumergiría en ellos, embriagando las telas con la exhalación de mis colores de mil años!”
“¿Dónde está mi amor?
¿Dónde está mi sueño?
¿Dónde está la alegría
de todos mis años hasta el ocaso?”
La historia va más allá de una simple preferencia temática. Existe un porqué más específico que ese general. Su efusión siempre tuvo nombre y apellidos, y tiene que ver con su historia de amor cuando en su juventud quedó cautivado por la escritora Bella Rosenfeld, quien luego de algunos años se convirtió en su esposa y eterna musa de su arte.
Chagall pintaba a Bella desde antes del desposamiento, cuando no fue aceptado por la familia de ella por la brecha social-económica entre ambos y decidió probar suerte en París con su talento para regresar después de un lustro, aproximadamente, y materializar su unión.
Fue un poeta del pincel, loco y derretido por Bella. Y tenía razón, ¿qué más se le puede pedir a un enamorado si todo lo ve a través del velo delirante del amor? Ese embeleso le hizo a Chagall crear muchísimas obras, incluso desde la nostalgia y el duelo seguido del duro golpe del dolor de la pérdida de su musa, porque Bella solo le duró 29 años de matrimonio.
No obstante, después de un periodo de enajenación y abstinencia creativa porque su muerte lo dejó profundamente afligido, Chagall la siguió pintando, recreando en sus lienzos ese espacio donde seguían juntos. Fue todo un sentimental, enamorado del amor.
En esos cuadros de Chagall que me obsesionan comúnmente vemos a la pareja levitando, suspendidos en la nada, flotando. ¿Acaso no es lo que nos produce? Es éxtasis, un estado de felicidad incomparable que se nos dibuja en el rostro y no paramos de sonreír, de irradiar esa chispa, ese brillo en los ojos, esa energía en cuanto hacemos. Porque siempre ha sido igual, lo mismo en el Renacimiento que en pleno 2024, por eso dejamos huella de la buena fortuna por donde quiera que vamos, y en su caso fue con telas y óleos el mejor homenaje.
Chagall juega con las dimensiones. Con su arte expresivo, inundado de color, a veces inclasificable y simbólico, nos cuenta la historia de su vida, sus afectos y devociones tanto como sus infortunios.
El bielorruso de origen judío dejó una colección de arte digna de admirar, además de abundante. Sus cuadros están repletos de susceptibilidad y optimismo, y en ellos podemos advertir su constante búsqueda de un estilo propio mientras transitaba, instintivamente, por las vanguardias que le permitían experimentar.
Si estudiamos sus pinturas encontramos que tomó de las distintas corrientes lo que más se adecuaba a sí mismo. Por eso percibimos detalles que nos sugieren surrealismo, expresionismo, futurismo, fauvismo, orfismo y cubismo, quizás todo al mismo tiempo.
Chagall vivió el amor intensamente, y esto le sirvió de inspiración. Hasta el último de sus días su obra estuvo teñida de melancolía. Y aunque muchos fueron sus temas recreados, en el sector es reconocido como un artista enamorado. Su concepto fue explosivo a través de atmósferas únicas con ese don para la alegría que nos llega a todos cuando miramos sus cuadros.
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