Carlos Luis Blanco: «No quiero vivir en una burbuja»

Carlos Luis Blanco: «No quiero vivir en una burbuja»
Fecha de publicación: 
13 Agosto 2012
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Carlos Luis Blanco, primer solista de Danza Contemporánea de Cuba, ha bailado las principales obras del repertorio activo de la compañía, pero también clásicos de todos los tiempos.

No es de mucho hablar, al menos en las entrevistas, pero sí es muy observador. Va por el mundo mirándolo todo, nutriéndose. Sabe que el artista no puede vivir en una burbuja.

La crítica y el público lo han distinguido por su hermosa línea, su vigor y su particular fuerza interpretativa.

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—¿Siempre estudiaste danza moderna? ¿Pasaste por el ballet?

—Desde el primer momento fue la danza moderna.

—¿Cómo llegaste a ese mundo?

—Imagínate, yo soy de Guane, allá en Pinar del Río. No tenía la menor idea de la danza contemporánea. No había información a mi alcance, y además, era muy niño. Eso sí, siempre fui muy inquieto, me la pasaba dando saltos sobre la cama. Un día aparecieron haciendo pruebas y alguien dijo que tenía condiciones para la danza. Me dijeron que me presentara en una audición para entrar en la escuela de danza. Mi papá me llevó, pero en realidad no quería que fuera bailarín. Así que se demoró muchísimo para llegar al lugar, como para que no hiciera la prueba. Llegamos tarde, pero resultó que a esa hora no habían empezado. El caso fue que me aprobaron y entré en la escuela.

—¿Entraste en la escuela con alguna vocación definida?

—Para nada. Los primeros años en la escuela fueron bastante rutinarios. Hacía lo que había que hacer, pero no tenía mucha noción de por qué y para qué lo hacía.

—¿Cuándo supiste que querías ser bailarín, que ibas a serlo?

—Cuando bailé por primera vez en un teatro. Fue una función de fin de curso, en Pinar del Río. Bailé y sentí que lo que hacía en el escenario me gustaba y que al público también. Me dije: esto es lo mío.

—¿El camino fue expedito entonces?

—Claro que no. Es un camino lleno de altibajos. Esta es una profesión difícil.

—¿Has pensado alguna vez en dejarlo todo?

—Sí, lo he pensado. Pero nunca he pasado del pensamiento. Enseguida siento que tengo que seguir bailando, que lo necesito. Todas las respuestas siempre están en la danza.

—¿Cuál fue el primer espectáculo de danza que recuerdas?

—Lo primero que vi en un escenario fue Folía, de Jan Linkens. Me gustó mucho. No me imaginaba que iba a bailarla un día.

—¿Qué sentiste entonces al bailarla?

—Fue una gran emoción. Cada vez que la bailo, me emociono. Una vez, en España, la bailé frente al primer intérprete de la obra, Armando Marten. Al final, su esposa me dijo que él estaba conmocionado, que era como si estuviera viéndose bailar de nuevo.

—¿Hasta qué punto puedes «escapar» del influjo de la danza? ¿Tienes tiempo para algo más?

—Hago el tiempo, pero es difícil. Este mundo te absorbe. Al final, más del 90 por ciento de tu vida tiene que ver de alguna manera con el trabajo. A veces nos reunimos los amigos y decimos: hoy no hablaremos de danza. Pero al final, siempre terminamos en eso.

—¿Qué es lo que más te satisface de tu trabajo?

—Sentirme parte de algo grande, que quizás me trasciende, pero que me integra. Bailo con todas mis fuerzas, bailo para mí. Pero sé que el otro es importante.

—¿Cómo es tu relación con el público?

—Es buena. Claro, que los públicos son diferentes. En Europa son más reservados. Aquí son más extrovertidos, activos… Es como si bailaran contigo. El público cubano es el más difícil, sientes que tienes que esforzarte mucho para complacerlo. Pero si lo convences, te premia con mucha calidez. Hay gente más informada que otra, pero casi todos son muy apasionados.

—¿Lees lo que escriben en los periódicos y las revistas sobre tu trabajo?

—Tampoco es que escriban mucho, pero sí trato de mantenerme al tanto. Siempre es bueno ver la impresión que tienen los demás de tu trabajo, aunque no siempre estés de acuerdo. Ya te digo, vivir en una burbuja puede ser muy peligroso.

—¿Ves a otras compañías?

—Por supuesto. Hacerlo es casi vital. Siempre ganas en visión, aprendes. Hay cosas muy buenas. Otras no tanto, pero siempre dejan algo que puedes aprovechar.

—¿Qué prefieres: bailar un clásico o estrenar una obra?

—Cada cosa tiene lo suyo. He bailado, por ejemplo, Súlkary, una obra inmensa, y me sentí muy bien. Fue un trabajo interesante. Pero en realidad me gusta más experimentar, o sea, asistir a la creación de una coreografía, ser parte de ese impulso.

—¿Cómo es ese proceso?

—Depende del coreógrafo, cada uno tiene su estilo. Algunos vienen con una idea y ponen a los bailarines a crear, a moverse… Después van escogiendo, jerarquizando, armando. Me gustan más los procesos donde me siento útil.

—¿Una coreografía puede ser un cepo?

—Yo me siento casi siempre libre. Uno nunca baila igual una coreografía, aunque repitas los mismos pasos. Es cuestión de motivaciones, de intenciones… Claro, es más fácil con las obras en cuyo montaje participaste. Un clásico es más cerrado. Pero siempre encuentras espacios para recrear.

—¿Te interesa solo bailar? ¿Has pensado en hacer coreografía?

—Quiero hacerlo algún día.

—¿Qué sientes antes de que abra el telón, cuando estás bailando, y cuando cierra el telón?

—Tensión, felicidad y alivio.

OTRA ENTREVISTA DE LA SERIE:

Marta Ortega: Bailar es conversar sin abrir la boca

 

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