Parejas cubanas: ¿El corazón usa billetera?

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Parejas cubanas: ¿El corazón usa billetera?
Fecha de publicación: 
22 Enero 2019
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«Aquí todo el mundo pone lo suyo, pero yo, por mi trabajo, soy la que más aporta, esa es la verdad. Además, soy la que tiene el carro y la dueña de la casa. Pero eso no quiere decir nada, ni que yo no me ocupe de lo que me toca en la casa. Ahora mismito puede revisar cualquier gaveta del closet para que vea lo ordenaditas que las tengo. Y no le doy tregua al polvo, y mis calderos brillan, vaya y mire. No, no, eso del dinero no tiene nada que ver con cumplir mis deberes como mujer aquí en la casa, pregúntele a mi marido si digo mentira».

Y Leonor R., sin esperar, llama al esposo que anda por uno de los cuartos para que confirme sus declaraciones y, en definitiva, avale su desempeño ejemplar en las tareas hogareñas.

Leonor ocupa una importante responsabilidad administrativa en un hotel capitalino, pero al responder a la reportera, se le percibe en su decir y en sus gestos cierta extraña culpabilidad por ser la de mayores ingresos. Como si la película estuviera al revés y ella fuera la causante del disloque.

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Por eso no solo subraya una y otra vez sus empeños por tener la casa «como una tacita de oro», sino que, en la práctica, realmente se desgasta hasta el límite asumiendo, luego de su jornada laboral, también la doméstica.

El de ella no es un caso aislado y habla de cómo mandatos seculares de género siguen marcando con fuerza la subjetividad de cubanas y cubanos.

Así pudo comprobarlo la investigación «Poder y desigualdades económicas en parejas cubanas. Una perspectiva de género», a cargo de la psicóloga y docente de la Facultad de Psicología de la Universidad de La Habana Carmen María Tomé Pino, publicada en línea a finales del año pasado.

Ahora que la nueva Constitución cubana, que será refrendada el próximo 24 de febrero, alude de un modo más explícito a la importancia, papel y valores de la familia cubana, vale acercarle la lupa a este interesante fenómeno que va abriéndose paso puerta adentro del hogar: las relaciones de poder en las parejas a partir de la solvencia económica de sus integrantes.

Y la psicóloga Tomé Pino ha sido de las pioneras en tal acercamiento, siendo así también consecuente con lo que hace tiempo enunciaba la doctora Patricia Arés Musio, reconocida especialista a instancia nacional e internacional en el tema familia, acerca de la necesidad de investigaciones de este carácter, que, trascendiendo lo macrosocial, analizaran temas como este de las implicaciones del grosor de las billeteras en la subjetividad individual y también familiar.

Por la puerta entreabierta

Al caracterizar desde una perspectiva de género, las relaciones de poder en parejas heterosexuales trabajadoras, la estudiosa detectó en el caso de las mujeres analizadas que, cuando quedaban subordinadas económicamente al esposo, no se producía un cuestionamiento social ni personal sobre dicha subordinación.

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Y aunque las posturas fueron diversas al inclinarse en sentido contrario la balanza, como tendencia, cuando ellas desplazaban a los hombres de su histórica rol de proveedor por excelencia, de ser «el de los pesos», entonces, de todas formas, ellas seguían comportándose como Leonor, bajo la patriarcal influencia del mandato tradicional de género.

Luego de entrevistas y observaciones la psicóloga detectó que la diferencia económica entre los miembros de la pareja no solo la marcan los ingresos desiguales, también la tenencia de propiedades como autos y casas.

Determinó así que aunque el grosor de carteras y billeteras puede inclinar la balanza en asuntos de poder al interior de la pareja, este «toma y daca» por el mando no se explicita de un modo claro. Ni broncas ni violencias; «en las relaciones de poder, las fuerzas se ejercen desde el plano simbólico, enmarcadas en los consensos sociales», indica la estudiosa.

Sin embargo, su investigación visualizó que sí se dan desigualdades y negociaciones asimétricas tras el telón de la armonía.

Cuando en la unión él es quien aporta de modo sustancial, la tendencia es a reproducir modos de comportamiento y roles heredados de antaño, que sobrecargan a la mujer con todo lo doméstico como si «le tocara por plantilla».

Pero si es la mujer la empoderada económicamente, entonces pueden darse conductas como las de Leonor, o de un reparto más equitativo de tareas porque «ella está muy ocupada con su trabajo, que es el que da».

Una tercera posición se determina cuando la mujer es la principal proveedora —que es común a los hombres que aportan de modo decisivo—: tratar de dominar e imponer criterios. Pero en el caso de ellas, la investigadora precisa que tales empeños se matizan en la comunicación con «actitudes frías y secas en los tratos que brindaban a sus parejas, con el fin de reforzar sus poderes sobre ellos».

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En el caso del principal proveedor de la pareja, lo mismo sea mujer que hombre, la indagación detectó que en las parejas estudiadas estos se erigen «como decisores de las actividades de gran envergadura económica, restringiendo sutilmente la participación del otro miembro a las actividades más rutinarias y domésticas».

Sentimientos y cuc

La investigación que sirve de fuente a este texto asegura que son mayores los impactos psicológicos negativos para las mujeres que para los hombres cuando de empoderamiento económico se trata.

Si son ellas las subordinadas porque él aporta lo fundamental, entonces se potencia su sometimiento a dictados patriarcales a la vez que no ellas no son objeto de cuestionamiento porque tal escenario se ajusta los preceptos culturales de género.

En caso contrario, —«cuando son ellas las del guaniquiqui», como comentaría un entrevistado— igual sienten malestares y la necesidad de que la situación financiera se iguale en casa y se sacrifican excesivamente por el hogar y la familia.

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Las mujeres, lo mismo si son las subordinadas que las empoderadas, experimentan los malestares y desazones mencionados de un modo acrítico. Sin detenerse a meditar en por qué se sienten así y si es razonable su conducta.

A Ellos, cuando son los empoderados, no les aquejan esas ni otras angustias, y si son los de menos ingresos en la pareja, «experimentan aislados malestares defensivos y resistentes al ponerse en duda sus masculinidades».

Yamil G. trabaja en el departamento de Personal de un centro hospitalario capitalino y es el esposo de Leonor. Al interrogarlo sobre su participación en las tareas de la casa, frunció el ceño como ante una extraña broma y no quiso decir ni una palabra.

Él y los demás que ocupan posición similar a la suya en una pareja, se sienten «amparados aún por el mandato cultural, que los sigue eximiendo de ser los completos responsables de estas actividades devaluadas en el espacio privado», según apunta la investigación citada.

De todas formas, el fenómeno de la heterogeneidad social que hoy vive Cuba y que impacta también puertas adentro de los hogares, no llega, como tendencia, a situaciones extremas en la pareja, cuyos integrantes en ese sentido apuntan a la negociación y a la complementación.

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Sí se constató en las parejas estudiadas que un aporte económico no significativo por parte de la mujer potencia su subordinación, y es ser ella la de cartera abultada resultaba igual insuficiente para liberarla del dogma patriarcal.

Pero aunque existen esas asimetrías en cuestión de bolsillos, las relaciones de poder en la pareja se explican mejor, al decir de la psicóloga Tomé Pino, por una dinámica relacional de roles de género que por las desigualdades económicas.

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