¿Por dónde se le fueron las rayas al Tigre?

¿Por dónde se le fueron las rayas al Tigre?
Fecha de publicación: 
25 Enero 2017
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Pocas horas han pasado desde que vimos tocar el cielo a los “increíbles” Alazanes de Granma en la 56 Serie Nacional de Béisbol, cuando derrocaron a los Tigres de Ciego de Ávila, quienes perecieron como molinos vapuleados por el viento bayamés.

Seamos sinceros, mucho antes de que Raúl González elevara para el out 27 del juego final —sentenciado con pizarra de 3x2 y derivado en barrida—, pocos, ‘poquísimos’, ni el propio avezado mentor de los Alazanes, Carlos Martí, imaginaba que derribaría de la manera más fácil y humillante el castillo a rayas de Tigre que propuso Roger Machado.

Así que, seamos aún más sinceros (un tilín más que Pinocho): ¿Alguien había vaticinado un resultado como éste?

Creo fielmente, que ni la fanaticada —ni mi amiga Carmen—, esa misma que apoyó lanzamiento por lanzamiento y brío por brío a los granmenses, fue capaz de predecir tamaña proeza.

Cada quien siempre ofrece sus modestos pronósticos, algo que es normal sobre todo en las redes sociales hoy día. Yo di el mío en esta columna —creo, al delicado filo de lo coherente—, y no me abochorna haberme inclinado por un (4-2) a favor de los Tigres de Ciego de Ávila, equipo armado, reforzado y con sobrado enfoque ambicioso para defender lo que se dibujaba en el paisaje como su tercer campeonato al hilo y el cuarto de su historia —siempre bajo la pupila de Roger—.

Es cierto, ellos no eran el team “todo poderoso” de quizás otros años. Pero tenían tres condiciones ventajosas sobre Granma: Uno, estaban descansados hacía una semana —ojo, eso pudo ser un bumerán—. Dos, se sabían verdugos y dueños de la reputación ante los Alazanes. Tres, iniciaban el match en casa, con su rotación palpitante y la posibilidad de, aun tropezando tres veces, volver a tener el “ego” disparado con un regreso a su pradera mortal —donde siempre habían decidido sus campeonatos, fuese en feliz o infeliz término—.

No obstante, de un par de noches en el parque José Ramón Cepero, a dos encendidas tardes en el estadio Mártires de Barbados en medio de la única ocasión que perdieron cuatro juegos —con al menos 20 rounds estando debajo en la pizarra— durante la contienda, el campeonato se les evaporó como agua bendita.

En tres juegos perdidos por diferencia de una carrera, y uno por la vía de la paliza (10x1) se iba de paseo en coche el chance de los Tigres para sentar cátedra en el apretado departamento de las dinastías, donde han rubricado su paso por el tiempo Industriales, Villa Clara y Santiago de Cuba.

De un juego a otro siempre hubo un cordel granmense que jamás se partió: el de la combatividad, seguridad total y juego de equipo, sazones que le faltaron a la pócima de Roger Machado, y que Carlos Martí supo combinar.

Tanto fue así, que cada pulseada tenía un héroe diferente al dorso, mientras del lado opuesto el novato pinareño Raidel Martínez pagaba el maleficio de —la ‘oreja peluda’— de haber permitido tres batazos claves: el hit de Carlos Benítez, que igualó la pizarra a tres anotaciones, y en el mismo juego 1, un jonronazo de Alfredo Despaigne que lo decidía todo en entradas extras.

Luego, tres días después, Martínez equivocó un pitcheo en cambio y al halar Guillermo Avilés, la pelota se iba de “grand slam”. Así pues, el inicialista zurdo se postulaba al MVP, ganado un día después cuando —remolcó su decimotercera carrera de la finalísima— decidió el cuarto pulso con un fly de sacrificio.

Como toda derrota en play off, una jugada del ganador es clave, y una movida o acción del perdedor, es fatídica. Para rememorar el drama vivido, aquí les dejo a su disposición las heroicidades y desaciertos que le cambiaron el curso a cada trillo:

Juego 1

La clave: El tino del manager Carlos Martí para dejar a Yoelkys Cruz hacer su trabajo monticular. Y su pasión ‘reacia’ al conservadurismo ridículo del toque de bola —aún sin tener ese “line up” híper robador de almohadillas—.

El desacierto: Roger Machado dilató demasiado a Vladimir García en el caldero. Jamás utilizó a ninguno de sus lanzadores veteranos como relevista —solo le confió la pelota al jovencito Raidel Martínez— y, al final, osó dejar que le lanzara a Alfredo Despaigne con las bases limpias, dos outs y el juego empatado a tres carreras en el principio del décimo. ¡El batazo ya lo saben!

Juego 2

 

La clave: Principal, la actuación monticular de Noelvis Entenza. Eso, más que todo, subió a las nubes los primeros vítores de victoria en el horizonte. De igual manera, dejar batear a Denis Laza —sonó un tubey— con Despaigne en primera, juego 1x0 y sin outs. Martí, “zorro viejo”, jugó al rally y un cañonazo al lado opuesto de Carlos Benítez le ganó el partido por una rayita. También, y no menos vital, fue el relevo de Miguel Lahera, por segundo día consecutivo.

El desacierto: El toque de pelota —que si fue inspiración, que si no— de Raúl González en el octavo episodio, con dos hombres en base y sin outs. El béisbol castiga: out por regla, y adiós a los instrumentos.

Juego 3

La clave: El “grand slam” de Guillermo Avilés —versus Raidel Martínez—, que puso el juego 5x0 desde el mismísimo inning inicial.

El desacierto: Entregarle la pelota al abridor Dachel Duquesne, quien estaba congelado en el box, después de haber hibernado 14 días sin lanzar. Los males, al final, salieron expuestos al sol.

Juego 4

La clave: El bateo de producción de los granmenses: triunfo decisivo de 3x2, cuatro hit con remolcadas por un sencillo, una base por bolas y un elevado de sacrificio.

El desacierto: Los insistentes toques de pelota no condujeron a nada, solo un out tras otro de una tanda que adolecía los baches de un “slum” colectivo. Los siete pasaportes de los pitchers costaron, y la poca confianza en el bullpen le pasó la cuenta a Roger.

Los Alazanes ganaron en buena lid y nos demostraron algo muy similar a esto: “No hay rival pequeño”… “Ni mal que dure 100 años”.

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