La novia de Camilo
especiales

Hace unos años conocí a una señora que decía haber sido novia de Camilo Cienfuegos. Viajaba a mi lado en el tren hacia Isabela de Sagua. Su cabello sucio y despeinado me dejó otra impresión.
Porque humanos como somos, casi siempre el primer juicio parte de las apariencias, por lo que vemos a simple vista, aunque en mi caso, unos cristales de poco aumento (por suerte, todavía de poco aumento) tengan que corregir la falta de visión.
Lo repetía muy cerca de mi oído y con argumentos que situaban el contexto en su visita a la Sagua de mis amores, y su voz —la de aquella mujer— era una caricia, pero, a la tercera vez, ya retumbaba en aquel tren percudido por el salitre y se me confundía con una letanía insoportable. Confieso ahora, casi siete años después, que reía para mis adentros, sin creerme el sueño de ella.
Ahora que lo pienso, quizás necesitaba ardientemente creerlo. Seguramente, de haber vivido en 1959, yo misma estaría entre las que desearon ser su novia. Y salvo ahora cualquier malentendido, porque en 2016 mi situación sentimental, obviamente, es otra.
Tan jaranero, galante, varonil, con aquel sombrero, con aquella barba… Estoy convencida de que era el centro en todas las conversaciones. De origen humilde, Camilo sabía encontrar el lado bueno de las cosas, sacaba la mejor parte, y hacen falta hoy personas con sonrisa amplia en medio del dilema que supone cualquier asunto de la cotidianeidad.
Camilo no fue un mito. Existió y el pueblo creía en él. De hecho, este sábado aún se multiplica su recuerdo. Por mi parte, no estoy muy segura de que el idilio de mi compañera de viaje se repitiera en el momento de la desaparición física del Héroe de Yaguajay. No lo sé. Mirando de lejos, probablemente cuando uno deja de tener algo, entonces echa mano de los recuerdos.
El día en que el hijo predilecto de Lawton desapareció, y esto es seguro, la anciana del tren, de haber sido su novia, quedó sin un cuerpo que velar ni una tumba que escuchara sus lamentos.
Con atraso describo la historia. Lo cierto es que ella necesitaba que yo creyera en su sueño y fue cruel de mi parte no hacerlo.
Camilo tuvo el final esotérico que su vida no fue: tenía 27 años el día de su desaparición, ¡27 años! Justo los que he vivido hasta hoy, cuando él conmemoraría sus 84. Y los míos me parecen algunas veces mucho y la mayoría de las ocasiones, muy poco.
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Emily Cruz
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