Digna sede para una indigna OTAN

Digna sede para una indigna OTAN
Fecha de publicación: 
14 Julio 2015
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Al comentar recientemente en esta página la reunión anual del Club Bilderberg en Austria, hacía hincapié en que uno de los invitados estrella era Jens Steltenberg, secretario general de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), con el fin de que informase sobre los planes guerreristas de la entidad para estrechar aún más el cerco a Rusia.

Precisamente, Moscú acaba de ubicar más de 40 armas atómicas en la línea de defensa de su frontera occidental, donde se acumulan desde hace meses miles de soldados de naciones que, al servicio de Estados Unidos —el jefe de la OTAN— se entrenan bajo la dirección de asesores de Washington, lo cual revela la sumisión al establishment norteamericano, no siempre acatado.

Tal es así, que el 11 de marzo de 1966 el gobierno de París anunció, mediante un memorando dirigido a los otros catorce países de la Alianza —hoy son 28—, su intención de retirar el personal francés de los cuarteles generales de la estructura militar integrada de la OTAN, dar por concluida la asignación de sus fuerzas a mandos internacionales, y solicitar que se trasladaran fuera de su territorio tanto la sede como las unidades aliadas y las restantes instalaciones y bases que no estuvieran bajo mando de Francia.

Y es que desde su vuelta al poder en 1958, el general Charles de Gaulle quería reformar la organización, especialmente su política nuclear, su estructura de mando integrado y la cuestión del liderazgo estadounidense, pero no la Alianza en sí misma. El Tratado que se firmó en Washington en 1949 había logrado reunir a un grupo de naciones para hacer frente a la Unión Soviética.

Ya en marzo de 1959 De Gaulle se había negado a integrar las defensas aéreas francesas dentro del sistema de la OTAN, puesto a la flota francesa del Mediterráneo fuera del control de la Alianza y vetado el estacionamiento de armas nucleares norteamericanas y sus medios de lanzamiento asociados en territorio galo.

En 1960 intentó iniciar una revisión del Tratado en la forma prevista en el Artículo 12, pero no consiguió el apoyo de los otros países miembros.

Así pues, aunque la decisión adoptada en marzo de 1966 no fuera una sorpresa total, sí que dejó claramente en evidencia las importantes diferencias existentes sobre la visión del futuro de la organización entre uno de los principales aliados y el resto de sus socios.

Lo que no fue sorpresa

No obstante, la «malcriadez» de De Gaulle no trascendió a futuros gobiernos, más genuflexos, aunque la sede fue trasladada a Bruselas, la capital de Bélgica, matriz de uno de los colonialismos más crueles de la historia, independientemente de que no ocupó el territorio más extenso.

Solamente en la gobernanza del rey Leopoldo II, unos diez millones de personas fueron asesinadas en lo que se conoció como Congo Belga, de cuyo territorio derivó la República Democrática del Congo, que junto con otras colonias belgas, Ruanda y Burundi, fue sacudida posteriormente por guerras étnicas manejadas por las ansias de las transnacionales por sus riquezas.

 
Durante el período en que fue administrado por Leopoldo II, el territorio fue objeto de una explotación sistemática e indiscriminada de sus recursos naturales (especialmente el marfil y el caucho), en la que se utilizó exclusivamente mano de obra indígena en condiciones de esclavitud. Para mantener su control sobre la población nativa, la administración colonial instauró un régimen de terror, en el que fueron frecuentes los asesinatos en masa y las mutilaciones; los abusos más comunes eran el corte de las manos a la altura de las muñecas.

Las manos cercenadas se volvieron tan comunes, que los capataces y negreros las usaban como moneda informal.

El Congo Belga fue uno de los mayores exportadores de uranio para Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial y la Guerra Fría. Cabe destacar que en la década de 1950 aún subsistían trabajos forzados en el Congo y la esperanza de vida no alcanzaba los 40 años de edad.

Luego, el Congo Belga fue el nombre del territorio que siguió siendo administrado por Bélgica de 1908 al 30 de junio de 1960, día en el que se independizó con el nombre de República Democrática del Congo.

Pero no fue realmente independiente, porque los monopolios presionaron fuertemente para crear un neocolonialismo también cruel.

Las semillas de los infortunios posteriores a la independencia del Congo fueron sembradas a finales de los años cincuenta.

La cesión formal de independencia formó parte de un complot que opuso a unas 150 tribus, provocó el secesionismo liderado por militares nativos adiestrados bajo el orden colonial, así como el bochornoso capítulo de la persecución, captura, tortura y asesinato del revolucionario Patricio Lumumba, con la evidente complicidad de tropas de Naciones Unidas al servicio de Estados Unidos.

Lumumba                                                                       El Imperio ordenó el asesinato de Patricio Lumumba. El entonces presidente norteamericano, Eisenhower, le dijo al jefe de CIA, Dulles, que quería que el líder antimperialista fuera arrojado a los cocodrilos.

La historia posterior muestra la subsistencia de divisiones de todo tipo, esta vez no bajo la sombra del colonialismo belga, sino de un ente aún peor, el imperialismo norteamericano, presente de diversas maneras en las compañías explotadoras y causantes de guerras que trascienden lo puramente local.

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