Geopolítica del petróleo (II)

Geopolítica del petróleo (II)
Fecha de publicación: 
29 Enero 2012
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Estados Unidos debería aprender de Estados Unidos donde, hace  setenta años, durante la Gran Depresión, el barril de petróleo se cotizaba a ¡diez centavos! Con mucho esfuerzo Franklin D. Roosevelt logró un acuerdo para reducir la producción hasta llevarlo a ¡un dólar!

Todavía en los años cincuenta en un mercado mundial desregulado, la oferta petrolífera superaba la demanda, por lo cual las políticas públicas y privadas favorecían el aumento del consumo. En 1950 Arabia Saudita vendía su petróleo a 80 centavos el barril. Entre 1945 - 1974 Estados Unidos duplicó su consumo, lo mismo hicieron Europa y Japón. Debido a que cada nuevo hallazgo deprimía los precios, se desestimulaba la prospección y hablar de ahorro era una herejía. El liberalismo económico cuyo dinamismo había sacado a la humanidad del feudalismo la conducía ahora por un camino equivocado.

El primer presidente norteamericano que ejerció un liderazgo mundial real fue Woodrow Wilson, vencedor en la Primera Guerra Mundial (1914-1918), quien trató de crear un sistema internacional de seguridad colectiva que regulara las relaciones internacionales e impidiera la guerra entre las grandes potencias cuyo eje era la Sociedad de Naciones.

Entre los errores de Wilson estuvo el desdén imperial conque trató a los pueblos colonizados, especialmente a los del Medio Oriente, que con la derrota otomana tuvieron una oportunidad única de liberación.

El esquema de Wilson fracasó: el sistema de seguridad colectiva creado en torno a la Sociedad de Naciones no funcionó. En Europa avanzó el fascismo y cuando Alemania se sintió suficientemente fuerte, desencadenó la II Guerra Mundial. Afortunadamente en 1933, año en que Hitler fue electo, en Estados Unidos accedió a la Casa Blanca Franklin D. Roosevelt, Inglaterra era  gobernada por Winston Churchill y la Unión Soviética por Stalin: la justeza de la causa, el heroísmo masivo de los pueblos y la calidad del liderazgo aliado marcaron la diferencia y prepararon la victoria.

En febrero de 1945 cuando en Europa Zhukov y Eisenhower, desde diferentes direcciones avanzaban sobre Berlín, MacArthur se imponía en el Pacifico, Oppenheimer daba los últimos toques a la bomba atómica, Roosevelt fue a Yalta para encontrarse por tercera y última vez con Stalin y Churchill, en esta ocasión para hablar no de operaciones militares sino de política, de la ONU, de cómo coordinar el uso del veto y diseñar el mundo de postguerra regido por los “Tres Grandes” que luego serían cinco. 

Sin darse reposo, de regreso a casa el único presidente norteamericano reelecto tres veces que no podía saber que agazapada en su organismo desgastado por la poliomielitis y por la intensidad que suponen 12 años al frente de Estados Unidos, la muerte le preparaba una celada, prestó un último servicio cuando el 14 de febrero de 1945, día de San Valentín, hizo anclar el crucero Quincy en el canal de Suez e invitó a subir a bordo al fundador y rey de Arabia Saudita, Abdelaziz ibn Saud.

Usando el enorme poderío de su país y su bien ganado prestigio, el presidente norteamericano ofreció al monarca tres prendas: Estados Unidos protegería para siempre la satrapía árabe, lo consultaría antes de tomar decisiones respecto a la emigración judía a Palestina y pagaría con dólares tan buenos como el oro. A cambio demandaba acceso garantizado al petróleo.

 Aterrado por la voracidad británica, la experiencia de la guerra, el fantasma del comunismo y el auge del nacionalismo, el monarca accedió. Truman no honró el compromiso respecto a los judíos porque necesitaba sus votos y tanto el  presidente como el rey ignoraban que en 1971 Nixon dejaría de respaldar el dólar con oro.

No me extenderé en la mezquindad de un compromiso que hasta hoy implicó a Estados Unidos con el más intolerante de los estados del mundo, donde jamás se han celebrado elecciones, no existen partidos políticos y la familia real es dueña de dos tercios del patrimonio económico del país, integrado por la segunda reserva petrolera del mundo.  

De ese modo nació una era dominada por la geopolítica del petróleo, que Roosevelt calculó para toda la eternidad, pero duró apenas treinta años, en los cuales el consumo desenfrenado prácticamente agotó los yacimientos norteamericanos y convirtió a Estados Unidos en adicto a la gasolina e importador neto.    

La geopolítica del petróleo norteamericana es la base, no solo de la política energética estadounidense, el pilar de su modo de vida y de su concepción del consumo y el confort basado en el automóvil, el plástico y el nylon, sino también el elemento más estable de su política exterior y lo más decisivo para su seguridad nacional. La superpotencia que prácticamente pudiera prescindir del resto del mundo, depende absolutamente de media docena de suministradores de petróleo.

No obstante las prácticas imperiales, incluido el colonialismo, la patente de corso conferida a las transnacionales petroleras, el respaldo a satrapías vernáculas y la entrega de tierra árabe a los judíos para fundar el Estado de Israel, colmaron la copa a los humillados y empobrecidos árabes, persas y norafricanos que en Egipto, Siria, Líbano, Tunez, Irán, Irak, Libia y todo el Oriente Medio y Africa del Norte se rebelaron levantando las banderas a su alcance: el nacionalismo y la fe y utilizando su única arma: el petróleo.

Al poner fin al colonialismo e introducir el panarabismo las fuerzas que pusieron fin al colonialismo, y la dominación imperial lideradas por Mossadeg, Nasser, Burguiba, Ben Bella, Gaddafi, Arafat, con luces y sombras, trastocaron la geopolítica petrolera imperial y obligaron a Washington a improvisar.
 
En 1953, por temor a que el petróleo iraní escapara a su control, mediante la primera gran operación encubierta de la CIA, según ha reconocido el presidente Barack Obama, en un craso error estratégico, Estados Unidos auspició el derrocamiento del presidente Mossadeg de Irán y facilitó la restauración de la monarquía Pahlevi. El remedio fue muchas veces peor que el presunto mal.

La falta de espacio obliga a hacer un alto. Mañana les cuento más de cómo media docena de países del Tercer Mundo, sin Fidel Castro, Chávez ni Ahmadineyad pusieron contra las cuerdas a los imperios. Fue como para  vender las entradas. Allá  nos vemos.

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