Revelaciones sobre el suicidio en Cuba

Revelaciones sobre el suicidio en Cuba
Fecha de publicación: 
14 Enero 2015
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El volumen permanecía en uno de los estantes de la librería sin que demasiados visitantes repararan en él. Pero allí, en aquel libro de 225 páginas salidas a la luz a fines del pasado año bajo el sello de la editorial Científico-Técnica, aguardaba discreta, casi inadvertida, la primera caracterización del suicida cubano que se hacía pública en muchos años.

La doctora en Ciencia Médicas Teresita del Carmen García Pérez, profesora titular del Instituto Superior del Ministerio del Interior, y profesora auxiliar de la Universidad Médica de La Habana, había investigado durante décadas el tema, y en el año 2000 logró establecer el perfil sociopsicológico del suicida cubano.

Para conseguirlo, había empleado el  Modelo de Autopsia Psicológica Integrado (MAPI), cuya validación fue el eje de su tesis doctoral, defendida en 1998. Ahora, en el libro La autopsia psicológica ¿Suicidio u homicidio?, desplegaba en algunos de sus acápites esos resultados, incluyendo tablas y análisis, además de abordar otros tópicos, sobre todo referidos a la investigación criminal.

¿Quiénes?, ¿cómo?

El tema del suicidio en Cuba ha permanecido durante mucho tiempo envuelto en la bruma del silencio y las suposiciones. 
Ahora, es posible saber gracias a la aparición del mencionado libro que, como tendencia, el perfil sociodemográfico del suicida cubano está conformado por adultos mayores, del sexo masculino, con nivel medio de instrucción y sin vínculo marital ni laboral estable.

 

altTenían, como tendencia, nivel medio de instrucción y la condición de jubilados, en concordancia con una mayoría de la tercera edad. En segundo lugar estaban los trabajadores de servicio y en tercero, las amas de casa.

Estas conclusiones generales las elaboró la doctora Teresita a partir del estudio de 765 personas que se quitaron la vida entre el 1ro de enero y el 31 de diciembre de 2000. Repartidas entre provincias del occidente, centro y oriente del país, representan el 41,78 % del total de suicidios acontecidos en Cuba durante ese año.

La investigación, en la que tomaron parte 17 médicos legistas y 3 psiquiatras, evidenció que los adultos mayores conformaban el mayor por ciento de la muestra, un 26,9 del total. La soledad, la sensación de inutilidad, el sentir “que se es un estorbo, después de haberle aportado tanto a la sociedad o a la familia” eran algunas de las tristes condicionantes que los distinguían, asegura la autora.

El otro grupo mayoritario lo integraron aquellos con edades entre 46 y 55 años (20,3 %), seguidos en tercer lugar, por personas entre 26 y 35 años (18,8 %).

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Hay un fuerte predominio de los llamados “métodos duros”, con inclinación a borrar las diferencias de género, pues las cubanas, que antes optaban por los llamados métodos “suaves” o “blandos”, van prefiriendo los primeros.

 

De quienes tomaron tan irrevocable decisión, la gran mayoría eran de sexo masculino (69, 15 %). Aun cuando ello está en concordancia con lo que acontece a nivel mundial, la investigadora llama la atención sobre la proporción que se da en Cuba de 2,2 hombres que se suicidan por cada mujer. Dista de la tendencia internacional donde el margen de diferencia es mayor. Tocará a sociólogos, psiquiatras, médicos, periodistas… averiguar qué está pasando con las cubanas.

Y si no llama la atención que la raza de la mayoría de esos individuos fuera la caucásica (blancos), en consonancia con la estructura racial de toda la población, sí aviva la curiosidad otro contraste con lo pautado por la literatura científica a nivel internacional. Se señala que carecer de un vínculo estable de pareja es un factor asociado al suicidio, pero en esta isla antillana el mayor número de suicidas es de personas casadas, un 39,4 % del total estudiado. Le siguen los solteros (27,4%), los divorciados (12,4%), los viudos (9,8 %) y,  en menor cuantía,  otros estados conyugales.

A propósito de tal singularidad, la doctora García Pérez comenta que “muchas uniones formales o legales carecían de vínculos afectivos y espirituales sólidos. Es decir, que la comunicación no era buena, la pareja no representaba para quien resultó occiso, el apoyo psicológico necesario para enfrentar las adversidades de la vida…” ¿Cuántas parejas cubanas llevan hoy este signo? Otra interrogante cuyas respuestas habrá que averiguar.

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Si a principios de los años 90 la ingestión de psicofármacos ocupaba el segundo lugar en el proceder de los suicidas, unos diez años después había pasado al cuarto peldaño, desplazado por variantes más violentas

 

Según otras conclusiones de la investigadora, entre las tendencias que detectó en el año 2000 menciona que “el suicidio en Cuba se consuma en el domicilio de la víctima, durante las primeras horas de la mañana  o las ultimas de la madrugada, utilizando como método el ahorcamiento, las quemaduras por fuego o la ingestión de plaguicidas”.

¿Por qué?

“En los actuales contextos explicativos del suicidio consumado en nuestro país, el peso fundamental recae en la crisis socioeconómica, que desencadena cuadros depresivos y de ansiedad, que afectan más a las personas que caen dentro de los perfiles sociodemográficos y psicopatológicos descritos”, asegura la autora de La autopsia psicológica.

Entre las áreas de conflicto que abruman a esas personas, ocupan el primer lugar los problemas familiares. En comparación con un estudio de muestra más restringida  realizado por la doctora en 1991, ese sigue siendo el principal problema, pero si entonces el segundo estamento lo ocupaba la vivienda y el tercero lo que la investigadora llama “la economía”, para el año 2000 se ha invertido ese orden: el segundo escaño es para la economía y le sigue la vivienda.

 

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En las recomendaciones de su investigación, la doctora Teresita propone aumentar la capacitación en los niveles primario y secundario de atención a la salud para alcanzar una prevención más efectiva del suicidio

“No se trata, indica Teresita, de que se hayan resuelto los problemas de vivienda en nuestra población, sino que las dificultades económicas se hicieron más vivenciales como conflicto, por el carácter perentorio que su solución impone para la sobrevivencia”.

Al abundar en lo cualitativo que distingue a los problemas familiares, asegura que en 1991 estaban asociados, por los general, a la vivienda y a la forzada convivencia que las circunstancias imponían a los miembros de hasta cuatro generaciones de la misma familia. “Esa dinámica se mantiene, subraya, pero ha empeorado en cuanto a su carácter de cronicidad y a la falta de perspectiva de solución…”

La estudiosa comenta que en este estudio del año 2000 aparece, ubicado solo en la capital del país, el “suicidio por deudas”, que no afloraba en 1991.  La mayor parte de los suicidas que vivenciaron tal conflicto de deudas, las habían contraído confiados en que familiares radicados en el exterior pudiesen saldarlas. Por lo general, abunda la profesora, eran adultos jóvenes quienes en determinado momento de sus vidas tuvieron una buena solvencia económica, de la que luego les resultaba difícil prescindir.

Además de los mencionados, la investigación señala otros conflictos como los que mantenían consigo mismos (12,5 % de los casos), de pareja (6 %), laborales (5,4 %) y judiciales (4,5 %), entre otros.

Todos los árboles no ceden ante un mismo vendaval

El perfil del suicida cubano para el año 2000 era el de alguien reservado pero sociable; caprichoso, impulsivo y testarudo. También, aunque en menor medida, agresivo, dominante, dependiente y celoso.

Así lo describe la doctora García Pérez, y explica que “el hecho de ser reservado le hace más difícil solicitar ayuda en momentos de crisis. Ser caprichoso lo hace afirmarse en un propósito a pesar de su carácter irreversible como solución; ser impulsivo facilita el paso al acto, y ser testarudo hace más complejo disuadirlo de la idea”.

“Es muy importante, subraya, conocer estos elementos pues de cierta manera nos explican por qué en el mismo contexto social, ante los mismos problemas objetivos, unos deciden suicidarse y otros no”.

 

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La investigadora recuerda que nuestra realidad histórico-concreta es muy diferente a la de otras latitudes, lo que hace improcedente intentar una extrapolación de estos resultados investigativos.

 

“¡Hay que estar loco para hacer eso¡” exclaman no pocos al saber del suicidio de alguien. Pero no es tan así, según indica la seria indagación de García Pérez, quien durante esta última década se ha mantenido vinculada a la investigación criminal en calidad de asesora en Cuba, México y Argentina.

Al profundizar sobre el estado mental de esas personas dos meses antes del hecho, confirmó que  menos del 10 % del total presentaban signos de funcionamiento psicótico. En ellos predominaban los trastornos psiquiátricos menores, no los mayores, como sugiere la literatura clásica sobre el tema. Sí más del 20 % mostraba una reacción depresiva, algunos breve y otros prolongada, asociada por lo general a conflictos interpersonales crónicos.

Cerca de la cuarta parte de los casos analizados consumía drogas de expendio legal, y más de la tercera parte, bebidas alcohólicas, con una frecuencia al menos semanal.

Aun cuando en estas líneas abundan las estadísticas para posibilitar una caracterización, vale apuntar que si infinita razón le asiste al cantautor Polito Ibáñez al denunciar que no somos números, esa verdad se amplifica todavía más al abordar este tema porque cada uno de los cubanos que se ha quitado la vida es un nombre propio, una historia, y sobre todo, un hondo dolor.  

Ojalá la investigación de la doctora Teresita del Carmen García Pérez y otras subsiguientes, sean objeto de profundos análisis que abonen un actuar consecuente de toda la sociedad, y, a la vez, como otro modo de prevenir, que los verbos acompañar, ayudar, amar, respetar, se conjuguen cada vez más desde cada porción de esta Isla.

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