Burbuja y crisis: Del águila, las dos garras
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Aunque han pasado seis años, están frescas las causas que provocaron la crisis financiera y económica que estremeció a Wall Street y se expandió por el resto del mundo controlado por el neoliberalismo, haciendo sufrir más, por supuesto, a quienes menos tienen. Porque los que más detentan fueron finalmente perdonados, tras sacrificar algún que otro chivo expiatorio de menor cuantía.
De nuevo, los créditos fáciles, aquellos que hicieron reventar todo lo que olía en primer término a inmobiliario, vuelven a poner en tensión los mercados sujetos a todo tipo de devaneos y trampas, como veremos más adelante.
Desde el 2008, lo único que ha cambiado es que los bancos demasiado grandes para quebrar, aumentaron su tamaño y su poder; sus estructuras corporativas en expansión, y sus inadecuados controles de riesgo les han convertido en algo prácticamente inmanejable.
Quizás a muchos no les parezca conocido el nombre de Michael Lewis, escritor que ha pasado de ser un autor de referencia para el sector financiero a uno de los ensayistas más importantes a nivel global. A finales de los años 80’, describió su experiencia en Wall Street en El póquer del mentiroso. No obstante, si llegó a muchos, y por eso lo pueden recordar, cuando consiguió que su libro Moneyball: Rompiendo las reglas -en el que analizaba el programa que permitió alcanzar el éxito al equipo de béisbol de Oakland-, fuese adaptado al cine en una película protagonizada por Brad Pitt.
Ahora ha denunciado que el sector financiero “está amañado por una combinación de las bolsas, los grandes bancos de Wall Street y los traders (corredores) de alta frecuencia (high frequency trading o HFT)”.
Estos aprovechan sus enormes conocimientos informáticos para amañar los mercados regulados (bolsas) en milésimas de segundo, convirtiéndose en competidores de los bancos.
Pero no tengamos “lástima” de estos, porque crean en respuesta sus propios mercados alternativos, no regulados ni transparentes (en Londres, los llaman Broker Crossing Networks), donde no tienen la competencia de los HFT y manipulan los precios libremente.
Ambos son igual de culpables pero lo que hacen los bancos, en opinión de analistas, es peor, porque al menos el HFT tiene lugar en mercados regulados, mientras los bancos operan en grandes transacciones, en las que tienen lugar manipulaciones en índices de referencia, materias primas, etcétera, llevando a la quiebra a accionistas de menos poder.
No hay que olvidar que el credo de la industria financiera es obtener ganancias rápidas, haciendo caso omiso de las regulaciones o la vida de la gente común.
“En cualquier institución grande siempre hay ciertas ‘manzanas podridas’ que están dispuestas a sobrepasar los límites. Y si creen que no van a haber grandes consecuencias para ellos, van a seguir haciéndolo”, comentó a mediados de marzo ultimo el jefe del Departamento de Servicios Financieros de Nueva York, Ben Lawsky, al portal de noticias BuzzFeed.
Todos los que siguen este tipo de noticias conocemos de la impunidad de Wall Street por sus fechorías anteriores, por lo que no se debe dudar del acercamiento a una nueva crisis, porque, como pasó en la ocasión anterior, “Papá paga” es decir, el Estado con el dinero del pueblo.
Así, desde su punto de vista, el columnista David Dayen asegura, que, como en el 2008, los mayores riesgos se esconden en el mercado hipotecario. Los más recientes esquemas de dinero fácil, con empresas de capital privado que compran propiedades embargadas y las dan en alquiler, para vender luego los bonos respaldados por los flujos de ingresos del alquiler, tienen un gran potencial para volar por los aires.
Pero no es solo eso. Según Dayen, hay un amenazante factor de carácter general. Los bancos han reducido su participación en numerosas actividades bancarias convencionales y dejaron modalidades, como los préstamos a empresas pequeñas, al sistema bancario en la sombra, entre fondos de cobertura y empresas de capital privado. Entidades de este tipo han aumentado su cartera global en un 60% en los últimos cinco años, atracándose con préstamos de alto riesgo a las empresas que no podían acceder a otra forma de crédito tradicional.
Se trata de préstamos apalancados no tradicionales concedidos a las empresas que terminan con grandes cantidades de deuda, tienen menos protección para los prestamistas y mucho más riesgo.
Los prestamistas suelen vender estos créditos en los mercados de capitales, donde años de tasas de interés muy bajas han alentado a los inversores a buscar cualquier transacción que les dé un poco más de dinero. Así, se registró un ‘boom’ de los bonos basura, inversiones especulativas en empresas arriesgadas que devuelven una alta recompensa. Al igual que con las hipotecas de alto riesgo, estos bonos basura cuentan con aseguramiento de mala calidad, con un dinero entregado a las empresas que en teoría no deberían conseguir inyección alguna de dinero.
Y es que desde el 2009, el mercado de bonos basura se ha duplicado. Si las pérdidas se acumulan y algunos de los bancos más grandes en la sombra se ven impactados, puede haber una reacción en cadena, ya que siguen estando interconectados a la industria de la banca tradicional. Es decir, se vuelve a repetir la historia, y para peor.
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