Hitler reencarna
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La historia se repite, decía Carlos Marx, una vez en comedia y otra en tragedia. Aunque las comedias no son más que tragedias inconclusas y aquel hecho conocido como la derrota del fascismo en la primavera de 1945, fue solamente la victoria sobre un fascismo realmente horroroso entonces, pero no sobre el movimiento fascista en su totalidad.
El fascismo, ya por la trampa comercial de las películas o por la trampa paradójicamente olvidadiza de los libros de Historia, suele pensarse en blanco y negro, como La lista de Schindler, excelente filme de Spilberg, donde solo queda el rojo de la ropa de una niña.
Recuerdo que hace unos años, mientras cursaba la enseñanza Secundaria, durante una clase de Historia Moderna y Contemporánea –asignatura que abarcaba el período aproximado de 1914 a 1990-, la profesora dictó el CONCEPTO de fascismo, un párrafo de cinco líneas abrumadoras que todos debíamos aprender de MEMORIA. Y efectivamente, lo colgué con pinzas en una de las tendederas de mi cerebro. Si me preguntan ahora aquel concepto formal, estándar, de fascismo, alcanzaría a decir apenas que es la tendencia… y nada más. Letra muerta.
Para muchos, el significado de aquel movimiento surgido en la década de 1920 queda petrificado en las lágrimas frías que provocan películas como El niño del pijama a rayas o La vida es bella. Otros prefieren recordarlo desde una obra maestra como El gran dictador, de Chaplin. La mayoría lo ve como algo muy triste ocurrido en el siglo XX, una matanza masiva de judíos, Hitler y una época oscura en la historia de Alemania y el mundo, pero pasado y superado a fin de cuentas.
Pasado y superado… ¿hasta qué punto? De vez en cuando son noticia actividades de grupos neofascistas en Alemania y otras partes del planeta. Para seguir sobre la cuerda de las películas (ciertamente es uno de los temas favoritos de los cineastas), un filme como La Ola recuerda lo peligroso del olvido y la fosilización del fascismo en las letras impresas o los caracteres digitales de Wikipedia.
El fascismo no solo es Hitler, si bien es la primera imagen que activa la palabra, es mucho más que Benito Mussolini y Francisco Franco, otros de los renombrados, y ciertamente supera las fronteras de Europa.
Pero tomemos el riesgo del estereotipo y el recurso de la personificación y representemos el fascismo a través de la figura de Hitler. Tendríamos entonces que recurrir al misticismo hindú y sus teorías sobre la reencarnación, para decir que el espíritu de este personaje tuvo la suerte de volver a la vida durante una larga noche de veinte años en América Latina (aproximadamente de 1970 hasta 1990).
Hitler estuvo el 11 de septiembre de 1973 en Santiago de Chile, pero entonces utilizó el nombre de Augusto Pinochet. Otro de los alias que utilizó en la región fueron Stroensser, Videla, Somoza, Fujimori, Ríos Montt… una lista larga entre presidentes y colaboradores, si bien no tan inmensa y dolorosa como el inventario de muertes, desaparecidos y torturas que ellos llevaron a cabo.
Por una de esas ironías de la historia, el artífice de la mayor masacre de judíos, ahora tiene nacionalidad israelí y se hace llamar Benjamín Netanyahu. Se ha propuesto exterminar a la población palestina y ocupar todo su territorio. Por ahora los desplaza, mientras los huesos de miles de caídos en la franja de Gaza crujen al ser aplastados por los tanques del Ejército de Israel.
Tampoco tendría reparos en atacar a Irán ni a Siria, pero las cosas son un tanto diferentes a los “buenos tiempos” de la década de 1930 cuando fue nombrado Canciller de Alemania y era conocido como Adolf, el Führer. Ahora tiene que pedirle permiso al Big Brother: Estados Unidos.
Aunque el Führer también ha dejado su impronta en los grupos de poder de ese lugar. A ellos, por ejemplo, les encanta masacrar gente en Oriente Medio, hacer campos de concentración donde torturan a supuestos terroristas mientras mantienen prisioneros a otros que en realidad luchan contra el terrorismo, además por supuesto, adoran decir que son el mejor lugar del mundo, e inventarse enemigos para perseguir. Goebbels se retuerce en su tumba preguntándose cómo han podido aplicar de manera tan efectiva sus métodos de propaganda. Supongo que Hitler estaría orgulloso.
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