Maldad Made in USA: experimentos mortales

Maldad Made in USA: experimentos mortales
Fecha de publicación: 
21 Marzo 2013
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Por estos días todo tipo de medios reaccionarios han tratado de burlarse y desvirtuar la sospecha de que Hugo Chávez haya sido inoculado con el cáncer que le causó la muerte física, basándose en declaraciones científicas de que nada puede hacerse en ese sentido. No obstante, aumentan los criterios de que se hayan valido de ciertos procedimientos para que elementos cancerígenos pudieran haber sido ingeridos o contaminaran al héroe bolivariano.
                                                     

Plutonio, uranio, polonio y otros elementos, así como determinados tipos de humos, son cancerígenos y pueden ser manejados técnicamente para que su acceso haga contraer la mortal enfermedad. Pero antes de que el propio Chávez indicara que su enfermedad podría ser inducida, otras figuras políticas latinoamericanas con programas progresistas presentaron el mal: Fernando Lugo,  Luiz Inácio «Lula» da Silva, Dilma Rousseff y Cristina Fernández de Kirchner. En este contexto se puede citar al líder palestino Yasser Arafat, envenenado con plutonio por la inteligencia israelí.

                                                                                                                                               
Todos recordamos cómo el Comandante en Jefe Fidel Castro alertó a Chávez por cierto descuido en su seguridad, lo cual pudiera haber sido aprovechado por la Agencia central de Inteligencia (CIA).
                                  

Por ello no es nada descabellado el anuncio del Presidente Encargado, Nicolás Maduro, de que se conformará una comisión científica para investigar este hecho. «No tenemos ninguna duda… de que el Comandante Chávez fue atacado. Enemigos buscaron el punto para atacar al Comandante con esta enfermedad», afirmó.
                          

Tanto la CIA, como el Mossad israelí y otras entidades «inteligentes» que bailan al compás de la música del Imperio, son muy capaces de utilizar todo tipo de experimento para librarse calladamente de quienes consideran enemigos.
                                                                                     

Pruebas sobran al efecto del verdugo de los pueblos, incluso del propio, el cual lleva más de 80 años experimentando con el suyo.
                       

Es sabido que las empresas farmacéuticas experimentan sus fármacos con seres humanos en África y América Latina, pero no es tan conocido que el gobierno de EE.UU. tiene a sus ciudadanos y su propio territorio como cobayas para experimentar productos químicos y biológicos.

                                                                                                            
Práctica corriente
                                                                                      

Antes de la Segunda Guerra Mundial, los experimentos con seres humanos en Estados Unidos eran ya una práctica corriente, lo mismo que en la Alemania nazi.

                                                                                        
El especialista Andreu Martin escribe en Rebelión que en 1931 los médicos del Instituto Rockefeller inoculaban células de cáncer a seres humanos.

                                                                                                                   
En 1932 empezó la operación Tuskegee para el estudio de la sífilis. Esta «operación» duró décadas. Se comenzó con 600 negros, y durante 40 años a 400 de ellos se les inoculó la sífilis, para ver su evolución frente a los otros 200 «sanos». Conforme iban muriendo, el gobierno ofrecía a las familias entierros gratuitos a cambio de autopsias.

                                                                                                          
En 1940 se experimentó con 400 presos de Chicago, que fueron infectados de malaria y tratados con medicamentos experimentales. Los nazis pusieron como ejemplo este tratamiento para justificar su propio genocidio, cuando fueron acusados en Nuremberg.
                             

En 1942 se hicieron experimentos con gas mostaza en 4000 soldados. También se experimentó con nanonitas (amish) a cambio de librarse del servicio militar. Nadie conocía de las consecuencias de las pruebas a que eran sometidos.
                                                                                             

En 1944 la Marina probó máscaras y ropa antigás; los «cobayas humanos» fueron encerrados en una cámara de gas y rociados con gas mostaza.

                                                                                                                          
En 1995 el gobierno admitió que ofreció sueldos y medios para seguir con sus investigaciones a los científicos criminales de guerra japoneses que habían experimentado con seres humanos.
                  

Finalizada la Segunda Guerra Mundial, con el comienzo de la Guerra Fría, los experimentos con seres humanos en EE.UU. alcanzaron cotas increíbles.

                                                                                               
En 1994 un informe del gobierno reveló experimentos con centenares de miles de soldados durante la Guerra Fría. Los soldados fueron expuestos a mostaza y gas nervioso, radiación de iones, psicoquímicos, alucinógenos y drogas.
                                                       

Tres años después se dieron a conocer las filmaciones de Álamo Gordo, en las que se aprecia cómo los mandos engañan a los soldados –más de 200 000 soldados- para que se expongan a la radiación, a solo dos kilómetros de las explosiones nucleares.
            

En el 2002 salió a la luz que 4300 marinos fueron sometidos a 113 pruebas entre 1964 y 1968 con armas químicas y biológicas en sus propios buques, sin conformidad de los afectados ni protección alguna. Destaca el caso del buque George Eastman, en el que, en 1964, se usó el gas sarín, que ataca al sistema nervioso y es letal. Este fue fumigado sobre el navío e introducido en el sistema de ventilación.

Descontaminante cancerígeno
                                                         

Entre 1960 y 1962 se desarrolló el Proyecto 112, en el que experimentaron con 5842 soldados con agentes químicos y bacteriológicos, gases nerviosos VX y sarín. También se aplicaron estos productos en zonas pobladas. Para descontaminar los barcos de guerra se usó Betapropriolactono, que es un agente cancerígeno.

Aparte de los cientos de miles de soldados sometidos a radiación nuclear, se calcula en unas 20 000 las personas que hicieron de cobayas humanas en diversos experimentos durante la Guerra Fría, muchas de las cuales desarrollaron diversos tipos de cánceres. Solo se pudo localizar a 12 personas vivas en la actualidad.

                                                                                      
En 1994, el Dr. Garth Nicolson, en el Centro del Cáncer MD Anderson en Houston, descubrió que los veteranos de Iraq fueron inoculados con Micoplasma Incognitus, un microbio normalmente usado en la producción de armas biológicas. También se había experimentado con los presos de Texas. En 1996, el Departamento de Defensa tiene que reconocer que los soldados de la Guerra del Desierto fueron expuestos a agentes químicos.
                                                              

Aparte de los 8000 soldados que recibieron vacunas experimentales contra el botulismo, 400 000 estuvieron expuestos a radicaciones de uranio en la Guerra del Golfo en 1991. Muchos de ellos sufren desde entonces cansancio, dolores musculares y pérdida de memoria, y sus hijos nacen con malformaciones.

                                                                 
Pero hay mucho, mucho más, que haría interminable esta larga lista de maldades, que hace lógica la sospecha de que Chávez pueda haber sido víctima de un complot, a fin de que adquiriese el cáncer que terminó con su vida física, pero no con su ejemplo de generosidad para quienes lo toman como paradigma en la lucha por la genuina independencia.

 

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