Armas Frankenstein y terror para las guerras de mañana

Armas Frankenstein y terror para las guerras de mañana
Fecha de publicación: 
19 Septiembre 2012
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Ya están listos las armas y equipos para las batallas y guerras que el Pentágono y la OTAN librarán esta noche o el próximo mes en nuestras ciudades, selvas, desiertos y mares.

Los satélites espía, drones que liquidan al adversario a 9 mil kilómetros y blindados híbridos dotados de escáneres y cámaras térmicas que detectan a su blanco a gran distancia concretan el postulado del prusiano Carl von Clausewitz (1780-1831) de que la guerra no es el objetivo, sino vencer. Ese teórico de la guerra se anticipó al menos 180 años a las innovaciones del complejo industrial militar contemporáneo que desde sus laboratorios dan luz a los arsenales más depredadores en auxilio de los Señores de la Guerra en este siglo XXI. De la mano de esos nuevos armas-Frankenstein viene el terror.
 
Ahí están: el perro-robot Alfa, creado por la Agencia de Investigación de Proyectos Avanzados de Defensa (Darpa, por sus siglas en inglés) que obedece a distancia las instrucciones que recibe desde una pantalla digital, y que el Pentágono presentó apenas el 12 de septiembre pasado. Alfa recorre hasta 32 kilómetros por terrenos pedregosos y fuertes pendientes sin recargar sus baterías, transporta hasta 132 kilogramos de peso, rueda y se levanta de forma autónoma.
 
Una semana antes (7 de septiembre), el Departamento de Defensa estadunidense anunció al mundo la existencia del chita-robot, que superó su propio récord de velocidad de 19 kilómetros por hora y cubrió 45.5 kilómetros en su última prueba. El anuncio de la Darpa no permite dudas: el objetivo de ese felino electrónico es “ayudar más eficazmente a los combatientes de guerra en un rango más amplio de misiones”.
 
A esa fauna bélica, producto del esfuerzo conjunto del complejo militar industrial y del ingenio de los científicos de las universidades, se suma el gusano-guerrero (warrior worm)que se develó en agosto. Es un robot que se desplaza por la contracción de los segmentos de su cuerpo, tal como lo hacen los gusanos reales.

“De cuerpo blando, esencialmente maleable, puede deformarse para permitirle atravesar pequeños orificios y recuperar su forma, además de que sobrevive a grandes impactos”, describieron en la revista IEEE/ASE Transactions on Mechatronics, los ingenieros del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), la Universidad de Harvard y la Universidad de Seúl, que contribuyeron a crear ese artificio cuyo silencioso desplazamiento lo hace ideal para realizar labores de reconocimiento, aseguran sus creadores.
 
La Darpa, consciente del alto costo político que conlleva la muerte de tropas en los frentes de batalla, convocó a sus contratistas para concretar su proyecto Ropa Inteligente: un uniforme para la infantería dotado de sensores que detectan heridas o la exposición del soldado a armas biológicas o químicas. ¿Qué campesino, luchador social o defensor de la soberanía de su patria y sus recursos puede enfrentar a un combatiente que viste overol blindado, casco de transmisión de video, geoposicionador satelital con reconocimiento de voz y provisto de un rifle calibre 5,56 mm con lanzagranadas y mira laser el combatiente?
 
¿Qué persona es capaz de hacer frente al cañón de plasma inducido por láser (LIPC) en el complejo militar estadunidense de Picatinny de Nueva Jersey. Emite un pulso de laser que carga el aire y forma un haz de luz altamente productivo que se anunció el 24 de junio pasado?
 
No es inocente la presentación “en sociedad” de tales ingenios militares cuando se libran batallas abiertas por el control de territorios y sus recursos. Los avances científico-tecnológicos en automatización, en el uso extensivo de la cibernética, la robotización, la ingeniería genética y biotecnología, la informatización y las telecomunicaciones tienen su máxima expresión en la industria bélica, no en la búsqueda de la prosperidad de los más 7 mil millones de seres humanos de este planeta.
 
Los beneficiarios del nuevo arsenal son los contratistas del complejo industrial militar como la Boston Dynamics, BAE Systems –que recientemente vendió al ejército de Estados Unidos miles de sensores para cascos de soldados que graban y transmiten los movimientos de la cabeza y miden la gravedad de eventuales impactos durante un choque o explosión en pleno combate-.

Otras favorecidas, entre centenas de contratistas, son: General Dynamics, Raytheon (NYSE:RTN), Rheinmetall AG, BAE Systems – creador del tanque híbrido más rápido del sistema de combate del futuro que impulsa Estados Unidos- y la Lockheed Martin (LM), el mayor fabricante de armamento en aquel país, que construye los aviones de combate F-35 y F-16 y los misiles Aegis. Sólo para este 2012 la LM estimó que sus ganancias rondarán entre los 4 mil 25 millones de dólares y 4 mil 125 millones de dólares.
 
El Anuario 2012 del Instituto Internacional de Estocolmo para la Investigación de la Paz (SIPRI) indica que el año pasado el gasto en armas fue de 1,738 billones de dólares – 2,5 por ciento del PIB mundial o 249 dólares por persona-. Lo que importa es el negocio, no la vida ni la ética de los equipos bélicos, como confirma el experto en ética robótica Blay Whitby de la Universidad de Sussex: “los militares están muy conscientes tanto de los beneficios, como de los problemas de depender de una máquina” en combate.
 
Ahí pues están las armas y los múltiples escenarios de conflicto. En 2011 las revueltas inesperadas surgidas en Medio Oriente y el norte de África “generaron varias pautas de conflicto” advierte el SIPRI. Al diagnóstico se suman los enfrentamientos recurrentes en el Cuerno de África – Djibuti, Eritrea, Etiopía, Kenia y Somalia - además de 77 conflictos no estatales en esa región (35 por ciento del total mundial). También está el permanente discurso mediático occidental de la posible creación por Irán de un dispositivo nuclear con fines bélicos, la pugna entre China y Japón por las islas Diayou, la lucha de posiciones en el Ártico por las naciones ribereñas, el reclamo de Argentina a Gran Bretaña por las Malvinas que ya condujo a una guerra o la puja occidental por el petróleo y gas de Asia.
 
Para consolidar el éxito del arsenal tecnológico se recurre al miedo, al terror. En su prólogo a la compilación Arquitectura política del miedo Robinson Salazar refiere que el amanecer del Siglo XXI “trajo el imaginario del miedo a la subjetividad colectiva como espejo de un mundo exterior conflictivo, riesgoso, incierto y cargado de pesimismo, cuya presencia de inseguridad perpetuaría en la imaginación de los ciudadanos, inmovilizándoles y además desnudar su carencia de recursos”.
 
Para confirmarlo, las oficinas del complejo pentagonal del Departamento de Defensa ya desarrollan el Servicio Clandestino de Defensa que Leon Panetta anunció en abril pasado y que busca reunir información de China y otros países del interés estratégico para Estados Unidos. De forma paralela se diseña la Estrategia Nacional de Biovigilancia que la Agencia de Administración General (GAO) recomendó al equipo de Seguridad Nacional.
 
Quizás la respuesta a la pregunta de cómo hacer frente a tan abrumador arsenal tecnológico esté en la decisión del pueblo vietnamita hace más de 40 años. Cuando los aviones estadunidenses lanzaban bombas con el mortífero napalm –desarrollado por investigadores de la Universidad de Harvard - el líder Ho Chi Minh ordenó colgar bolsas con orina humana de las ramas altas de los árboles de la selva para desorientar esas bombas. Ingenio contra el horror, puede ser una respuesta.

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