La violencia en América Latina

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La violencia en América Latina
Fecha de publicación: 
1 Febrero 2023
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Fotografía tomada de Internet

Las situaciones de violencia están presentes en todo el mundo, ninguna región escapa a episodios criminales; sin embargo, América Latina destaca como una de las más violentas. Ha sido así históricamente, o al menos, durante muchísimo tiempo, de modo que hoy, cuando hablamos de inseguridad, nuestro continente se encuentra en el primer lugar de la lista, tanto para estudiosos con resultados de sus investigaciones sociales, como para la persona común que ve noticias y tiene la experiencia de visitar países latinoamericanos.

Es cierto que los hechos suceden, no obstante, considero que los medios los visibilizan por encima de lo positivo que puedan vivir estas regiones. Los noticiarios se concentran en lo fatídico, y es importante informar porque es la realidad, pero pareciera como si las personas en América Latina no tuvieran logros, momentos felices, y estuvieran todo el tiempo enfrentados unos con otros. Sobre el papel de los medios en la formación de opinión hablaremos en otro texto.

Me viene a la mente Haití. Nunca he ido y me lo imagino como en los enfrentamientos medievales en Europa, o un poco más para acá, en el Lejano Oeste de las películas: un escenario donde no se puede ni alzar la mirada porque un guiño atravesado bastaría para desatar un conflicto a muerte, un enfrentamiento tipo pistolero o espadachines, con sed de poder y riquezas, al costo que fuera.

De los temibles vikingos y los forajidos de los spaghetti western, en la actualidad, no quedan más que leyendas. ¿Por qué, entonces, en América Latina se mantienen tantas expresiones criminales? Impera una cultura de violencia. Siento que no evolucionamos, que nos quedamos en la prehistoria, como cuando se actuaba por impulso, salvajemente, sin raciocinio.

La violencia social en América Latina obedece no tanto a razones políticas o de poder, sino a desigualdades, y la educación incide. También se evidencia en África, donde los hechos son igual de cruentos, pero hoy hablaremos sobre la nuestra. Recuerdo asesinatos y masacres con alto nivel de morbo. No basta solo matar a otro para apoderarse de lo que le interesa al malhechor, es muchas veces la intensidad, la roña que se evidencia en la escena del crimen, que a veces ni siquiera responde a intereses económicos; en ocasiones lo hacen por «ajustar cuentas», por «limpiar el honor» o marcar territorio, exactamente como en la ficción, o peor.

Comparto dos hechos que me marcaron. En octubre de 2014, el asesinato de Robert Serra, diputado venezolano que a sus 27 años fue amordazado, golpeado, degollado y apuñalado unas 50 veces en el pecho. Luego no bastó y también está el morbo de quien difunde imágenes para que todos vean, pues las fotografías de Serra, en la morgue, circularon en Twitter con total impunidad. Esa también es una forma de violentar a los demás, y de mostrar cuán desalmado se puede ser.

El segundo caso, también relacionado con las redes sociales, porque fue allí donde lo vi. Se trata del sacrificio de una mujer brasileña en una zona boscosa. Estuvieron implicados, al menos, tres hombres: uno filmó, y los otros la aguantaron mientras con dos cuchillos enormes le separaron la cabeza del cuerpo. No quiero detallar cómo ella gritó por su vida, el sonido de los golpes, ni la mirada de los individuos. Solo diré que con voz de triunfo repetían nunca mais, en perfecto portugués, y muy fácil de traducir.

Me dio la idea de escarmiento. Es lo más atroz que he visto, y las imágenes no se me borran. Pienso entonces que nunca voy a entender por qué las personas reaccionan de manera agresiva, y que debe existir un desajuste mental que justifique tal comportamiento.

La violencia en ciertas regiones de América Latina me parece enfermiza, su componente de criminalidad es excesivo, y compromete la tranquilidad ciudadana. Existen áreas donde las fuerzas policiales no pueden ni asomarse y popularmente son temidas. Las favelas de Brasil, los cerros venezolanos, los campamentos en Chile, las villas miseria en Argentina, o los tugurios en Centroamérica; son todos asentamientos precarios, donde la vida es muy difícil, distinta a lo que conocemos.

En esos sitios viven millones de personas. En común tienen lo irregular de su composición, la pobreza, el reclutamiento de niños que comienzan temprano sus actividades delictivas. Se encuentran organizados por parcelas donde «mandan» pandillas y llevan el acecho a sus alrededores cuando adentro no satisfacen sus necesidades.

Investigadores sociales indican que los contextos de delincuencia tienen respuesta también en el poco acceso a la educación, en la falta de oportunidades laborales, o sea, en los vacíos gubernamentales, además de la creciente disponibilidad de las armas de fuego, que favorece la criminalidad.

El alto índice de violencia sí preocupa a gobernantes, pero a veces no es tan fácil actuar, les resulta demasiado espinoso. Casi siempre en sus agendas está enfrentar la inseguridad, y es uno de los mensajes de campaña de cada candidato regional o nacional. Recientemente, un ejemplo que resalta es la labor del presidente de El Salvador, Nayib Bukele, por sus intentos de asfixiar a los grupos pandilleros que ubicaban a ese pequeño país como uno de los más violentos de Centroamérica. Pero es solo un caso y aún sin resultados de verdad concluyentes.

De acuerdo con las estadísticas de homicidio y violencia callejera, América Latina mantiene focos que impactan en el desarrollo, la política y la calidad social, y a eso se le suma la poca gestión de los gobiernos, por las causas que sean. Existen muchos grupos defensores de los derechos humanos que visibilizan los problemas de esas poblaciones vulnerables y abogan por más trabajo, atención y desarme.

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