El huevo de la serpiente: Fenomenología del fascismo en Estados Unidos

El huevo de la serpiente: Fenomenología del fascismo en Estados Unidos
Fecha de publicación: 
30 Abril 2024
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Hacia finales de la década de 1970, ganaría especial popularidad una de las películas del conocido director de cine de origen sueco, Ingmar Berman, a partir de lo inusual y novedoso del tema abordado, contrastante con el de su anterior producción cinematográfica, referida esencialmente a situaciones enmarcadas en tradiciones históricas de su país, en tiempos medievales. Así, de repente, el cine al que Bergman había acostumbrado al espectador, al presentarle temas difíciles -bajo miradas filosóficas de hondo calado, que aludían al agnosticismo, sondeaban el espíritu humano, el sentido de la vida, la relación del hombre con lo divino, con tonalidades de misticismo-, quedaba a un lado y asumía un tema netamente contemporáneo, impregnado de sutileza política. Permanecería, desde luego, la sensibilidad estética y sociológica del Maestro.
    
Desde su estreno en 1977, El huevo de la serpiente (Das Schlangenei Ormens ägg), se impuso en el centro de la atención mundial de espectadores y críticos, al presentar entonces, con su penetrante estilo realista, una trama de absoluta vigencia. En pleno despliegue la profunda recesión económica de mediados de la mencionada década, que impactó a todo el universo de los países capitalistas desarrollados, con repercusiones internacionales, el argumento invitaba a recordar que la historia se repite. El estremecedor filme de Bergman incursionaba en la crisis capitalista de Alemania a comienzos de los años de 1920, en medio del caos económico causado por la derrota en la Primera Guerra Mundial, inflación, miseria y luchas políticas, cuando Adolfo Hitler, un militar de muy bajo rango que ni siquiera llegaba al de oficial, impulsaba en aquél fértil terreno, la opción fascista. Encarnada tempranamente en el proyecto del nazismo o nacional-socialismo alemán, anticipaba la propuesta que conduciría al frustrado golpe de Estado, que a pesar de su fracaso abonaría el terreno cultural e ideológico para el arraigo posterior. El huevo de la serpiente giraba alrededor de la atmósfera social de aquella época, en la que se conformaban actitudes, conductas, ideas y conceptos fascistas, como recursos funcionales para la “salvación” de la nación. De alguna manera, hoy se prefigura en Estados Unidos un clima como el que dibujaba el filme de Bergman en aquel contexto, presentado artísticamente con predominio visual de penumbras y oscuridades. Su título metafórico respondía a la poderosa imagen o alegoría que traslada, al explicar cómo en 1923 ya se podía vislumbrar --como una tendencia creciente, aunque muchos no la advirtieran--, la silueta que proyectaba el nazismo incipiente. Como si se mirara a través de la cáscara translúcida de un huevo de serpiente y se distinguiera en su interior la gestación embrionaria, fetal, bien avanzada, del reptil.

En el presente, el desarrollo del proceso político norteamericano desde la contienda presidencial de 2016 --en un par de años habrán transcurrido diez--, condicionó rasgos en la cultura nacional, la conciencia colectiva, el imaginario popular, que de alguna manera reproducen lo que ocurre, lo cual podría representarse con un paisaje semejante al de la película, y sobre todo, recordando las palabras finales que el personaje del científico fascista Hans Vergérus --con rasgos psicopáticos, convencido de la superioridad de la raza aria, quien dirige una misteriosa clínica que experimenta en torno a la naturaleza humana--, dirige en un diálogo a la pareja de protagonistas, que son sus víctimas. "Cualquiera puede ver el futuro --les dice--. Es como un huevo de serpiente. A través de la fina membrana se puede distinguir al reptil ya formado". Ello sucedía, según se señaló, en el contexto de la crisis de la sociedad alemana, en la que se prefiguraba el fascismo como fenómeno político e ideológico en el decenio de 1920, cuando cristalizaba el clima en que Hitler gana inicial visibilidad, al concebir su malogrado intento golpista en las cervecerías, despertando simpatías y movilizando a seguidores, aunque entonces el esfuerzo por derribar al gobierno de Munich terminó en un rotundo chasco y con el futuro dictador encarcelado, al no producirse la congruencia coyuntural entre condiciones objetivas y factores subjetivos, como ocurriría en la década ulterior, la de 1930, donde florecería el proceso que cuaja en la Segunda Guerra Mundial. Pareciera que un cuadro similar es el que se dibuja hoy en Estados Unidos. Allí se advierte una espiral fascista, entre espacios y límites, siendo válida la imagen metafórica que da título al mencionado filme. La atmósfera social y cultural deja ver, como el huevo de una serpiente, cuya capa calcárea exterior es mucho más delgada y translúcida que el de las aves, la perversa criatura en gestación. A continuación, algunas reflexiones sobre la fenomenología del fenómeno en la realidad estadounidense.

Un comentario oportuno viene al caso, ya que, desde comienzos del presente siglo, el concepto de fascismo se utiliza con frecuencia y se generaliza a raíz de la impronta presidencial de George W. Bush en la década de 2000, pero de modo impreciso y se desdibujan sus contornos teóricos y contenidos históricos. Y es conveniente utilizar con precisión esa denominación para identificar actuaciones que se asemejan en el presente a aquellas formas históricas que se desplegaron en Europa antes y durante las citadas guerras, en el marco de las crisis capitalistas, que luego renacieron en circunstancias diferentes y con modalidades específicas en las experiencias de las dictaduras militares en América del Sur, en los años de 1970. Como concepto, el fascismo se define con ciertas precisiones, que las reflexiones que siguen intentan retener, mirando especialmente a la escena norteamericana y sus expresiones. Recuérdese que los conceptos son construcciones teóricas, que tratan de reflejar los fenómenos de la realidad circundante.

Con cierta intermitencia, el tema del fascismo y sus expresiones en la vida política y cultural de Estados Unidos ha sido objeto de atención por la prensa, la literatura y las ciencias sociales, sobre todo cuando, en circunstancias de crisis objetivas o a causa de percepciones subjetivas de peligro a la identidad o a determinados intereses del país, como los concernientes a la seguridad interna o la cultura nacional, se afirman prácticas que trascienden comportamientos individuales, se extienden en la sociedad civil con manifestaciones violentas de intolerancia racial, étnica o religiosa. Asumidas por determinados gobiernos de turno en contextos como los aludidos, tales acciones han sido provocadas por la exaltación fanática de algún tipo de supremacismo a través de movimientos u organizaciones sociales que  consideran amenazados los valores o el modo de vida, predisponen el estado de ánimo de la población, que siente la necesidad de defenderse, afectando la seguridad ciudadana y el orden público, al ganar espacios en la vida cotidiana, en la dinámica de los partidos y los medios de comunicación.

Quizás los mejores o más conocidos ejemplos de ello sean el clima sociopolítico afianzado con el macartismo a mediados del siglo pasado, en la segunda posguerra, cuando en los años de 1950, durante la Guerra Fría clásica, se generalizó un anticomunismo desbordado, con la persecución a todo lo que se valorara como cercano a ideas políticas de izquierda; la situación creada por luego la llamada Revolución Conservadora, al reeditarse una lucha contra “el imperio del mal”, como se calificara al presunto enemigo comunista en la renovada Guerra Fría, en la década de 1980; o el período que se articuló a inicios del siglo actual, a raíz de los atentados del 11 de septiembre de 2001, ante el terrorismo interno, que evocó reacciones similares alentadas por un nacionalismo chauvinista, patriotero, que profundizó la represión a niveles inusitados. En este último escenario floreció el síndrome fascista con rasgos más inquietantes, según se evidenció con medidas como las conducentes al arresto de quienes, por simple sospecha, se catalogasen como terroristas, en ausencia de pruebas, incluido su envío a cárceles secretas o a remedos de campos de concentración, donde el empleo de la tortura se estableció como práctica legítima para “proteger” a Estados Unidos.

Pero las expresiones ideológicas, y en ocasiones, político-institucionales con signos similares han tenido presencia anterior en la historia norteamericana, y también posterior, según lo muestran los acontecimientos que se despliegan en la segunda mitad del decenio de 2010, asociados a los cuatro resultados electorales más recientes. Así, primero en los casos de 2008 y 2012, a causa del triunfo y reelección, respectivamente, de Barack Obama, un presidente de piel negra, que despertó fuertes sentimientos de racismo y nativismo,  se produce el reavivamiento de viejas conductas colectivas, a través de los existentes grupos de odio: neonazis, “cabezas rapadas” (skinheads), los del Movimiento Vigilante, las Milicias, las Naciones Arias, el Movimiento de Identidad Cristiana, entre otros, que hasta entonces tenían un bajo perfil, a los que se añadió el Tea Party, haciendo gala de no menos extremismo derechista. Después, tiene lugar el resurgimiento de algunos de ellos en los comicios siguientes. En los de 2016, alentados por la victoria de Donald Trump, y en los de 2020, ante el fracaso, al no consumarse su reelección.

En esos contextos adquirió un auge renovado el activismo de organizaciones como las mencionadas, al sentir el amparo de un presidente que les cobijaba, cuatro años atrás, y que después procuran defenderle y defenderse, ante una derrota electoral. Justamente, a partir de estos dos últimos procesos, el desarrollo de ideas y prácticas de connotación fascista en la sociedad norteamericana atrae de nuevo la atención de las miradas. Ello se refuerza a la luz de los resultados oficiales, en medio de gran incertidumbre, que junto al predominio popular y del Colegio Electoral a favor de Joseph Biden, como candidato demócrata, dejaron ver una notable tendencia ideológica conservadora, de derecha radical, reaccionaria, palpable en el respaldo con más de 70 millones de votos a favor de Trump, seguido por una beligerante adhesión a su figura, dentro y fuera de las filas republicanas, mediante movilizaciones públicas que se suman a su denodado empeño en aferrarse a presidencia. En artículos precedente, publicados por Cubasí, se han tratado ocasionalmente facetas de ese fenómeno.

Convendría puntualizar el marco conceptual que justifica la referencia al fascismo desde dos puntos de vista. Primero, como fenómeno político, y segundo, como expresión ideológica, dado que, al revisar la literatura, se advierte que, con frecuencia, se utiliza el término de manera indiscriminada y en ocasiones, con cierta banalidad. A partir de esta precisión es posible comprender su presencia en las condiciones histórico-concretas de los Estados Unidos, de su cultura y sistema político.

Atendiendo al primer punto de vista, el fascismo se define como opción del capitalismo en las condiciones históricas que se viven en Europa en el contexto de la profunda crisis o recesión mundial, la Gran Depresión de los años de 1930, cuya configuración acabada tiene lugar a finales de ese decenio, pero incubándose desde el precedente, hasta su plasmación en las estructuras tradicionales del Estado burgués, cuando transita en Alemania e Italia su régimen político prevaleciente --basado en el esquema de la democracia liberal-- hacia el del llamado Estado de excepción. Marcado por la centralización autoritaria y represiva que impone la clase dominante a la sociedad en su conjunto, al sentirse acorralada, el fascismo conlleva la perentoria liquidación de la institucionalidad democrático-liberal, imponiendo los mitos de la salvación nacional, la legitimidad del uso de la fuerza, apoyándose en la burocracia, las fuerzas armadas y la propaganda, sumando a los sectores populares con la demagogia populista, neutralizando la movilización clasista obrera y de otros sectores explotados, a través de la manipulación ejercida por un líder carismático. Por tanto, el fascismo se resume en la aparición del Estado fascista, con proyecciones que, de manera convencional, se consideran como de extrema derecha o de derecha radical, en la medida en que por su beligerancia trascienden en el espectro político las posturas calificadas como de derecha. El fascismo requiere una completa reorganización del Estado, sólo posible en la medida en que las instituciones políticas y jurídicas de la democracia liberal sean abandonadas. Las libertades burguesas deben ser pisoteadas, los partidos políticos suprimidos, los sindicatos arrasados, los aparatos legislativos o parlamentarios clausurados y la educación encerrada en el lenguaje de la propaganda del régimen fascista que se establece. En resume, la burguesía capitalista en la escena de crisis transforma, como señaló en alguna oportunidad Atilio Borón, la “ilegalidad” de la democracia liberal en la nueva “legalidad” del Estado fascista, llámesele de excepción, autoritario, dictatorial, militar, de seguridad nacional.

Para el luchador y pensador antifascista Jorge Dimitrov, por fascismo se entiende, esencialmente, “la dictadura terrorista abierta de los elementos más reaccionarios, más chovinistas y más imperialistas del capital financiero”. Es decir, implica el poder de esos elementos y la imposición dictatorial, al suprimir a la oposición, implantando una política sobre los otros sectores de la clase dominante y sobre la sociedad en su conjunto, con lo cual se establece un régimen político diferente al de la democracia liberal representativa, como modelo que sostiene al Estado capitalista en las condiciones de crisis.

Umberto Eco ha resaltado el irracionalismo, la capacidad de construcción de percepciones de amenaza y de infundir temor, a través de sentimientos conspirativos, con una impronta populista, que fomenta el desprecio a los débiles y exacerba la discriminación, proclamando la defensa de la identidad, propiciando el nacionalismo chovinista, la xenofobia, apega doa la tradición, rechazando la modernidad, condenando lo diferente, satanizando la imagen del “otro”. La caracterización de Eco es, probablemente, la más sintética, sencilla, completa y funcional en tal sentido, al enumerar catorce propiedades generales de la ideología fascista, precisando que no es posible organizarlos en un sistema coherente, pero subrayando que, no es necesario que estén todos presentes. Bastaría con que uno de ellos lo esté, para que el fascismo se coagule a su alrededor.

Desde el punto de vista de su personificación estatal, queda claro que el fascismo no ha existido como tal en Estados Unidos, y que incluso, no es factible que se conforme en el corto o mediano plazo una experiencia fascista, entendida a partir de una conversión de ese modelo de democracia liberal burguesa representativa en  el de un Estado de excepción, dictatorial, fascista, que suprima los atributos de la democracia convencional, que cristalice en una nueva articulación formal en el sistema político, centralizada y totalitaria, eliminando el sufragio, los partidos, la libertades de reunión, de prensa, de asociación y de adscripción religiosa, la rama legislativa y concentrando el poder en la ejecutiva, bajo un mandato corporativo militar. Ahí radicarían los límites de una corporeidad estatal fascista. Es decir, en Estados Unidos, el fascismo se mueve entre espacios y límites, los primeros en el ámbito cultural, los segundos, en el sistema político.

Desde el otro punto de vista, el que concibe al fascismo como ideología, es posible afirmar que existen antecedentes que reflejan espacios en la cultura y en ciertos casos, también manifestaciones organizativas en la sociedad civil, que le han servido de caja de resonancia. Las condiciones propiciadoras de esas reacciones se definen, en todos los casos, a partir de la existencia de crisis, más o menos, agudas, que deterioran sustancialmente el nivel de vida de la población, crean inseguridad generalizada, ponen en entredicho la grandeza del sistema político-económico, capitalista, de Estados Unidos, estremeciendo la imagen de infalibilidad de éste y cuestionando las bases del mito del Excepcionalismo Norteamericano. O sea, cuando las percepciones pesimistas de los círculos más reaccionarios, chovinistas e imperialistas, según las palabras de Dimitrov, se apoderan de la opinión pública y en general, imponen visiones desoladoras en la cultura nacional que infunden el temor y la angustia, mediante su influencia en los aparatos ideológicos del Estado, como ha sucedido en distintos momentos de recesión económica o crisis política, es que cuaja o se coagula, al decir de Eco, el ambiente ideológico de fortaleza sitiada, como fértil terreno para las manifestaciones más violentas de la extrema derecha, o derecha radical, y para la viabilidad de una plataforma de ideas, eventualmente acompañadas de prácticas, de inspiración fascista.

La década en curso comprende el proceso electoral que se halla en marcha, el de 2024, que culminará en noviembre próximo, pero también la contienda presidencia de 2028. En el presente, la esencia de la cultura política, la conciencia colectiva y el imaginario popular de la sociedad norteamericana, podría pensarse a la luz de las palabras citadas al inicio del artículo, pronunciadas por el personaje del científico fascista Vergérus en la película de Bergman, en el sentido de lo que sucede es visible, como si se tratara de un reptil en evolución dentro de un huevo de serpiente, el del fascismo en ascenso. Pareciera que un cuadro similar es el que se dibuja hoy en Estados Unidos, donde se advierte esa fenomenología, entre espacios y límites, siendo válida la imagen metafórica que da título a la película de Bergman.

*Investigador y profesor universitario.

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