Contracrítica: Extrañeza y morbo en la sociedad de la nieve

Contracrítica: Extrañeza y morbo en la sociedad de la nieve
Fecha de publicación: 
26 Marzo 2024
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“La sociedad de la nieve” es un filme del 2023 que ha generado una conmoción entre los consumidores de cine a nivel global. Un avión de la Fuerza Aérea uruguaya sufre un accidente aéreo y los pasajeros quedan varados en medio de la nada en los Andes intermedios entre Argentina y Chile. Ello pareciera ser una sentencia de muerte. La soledad de las escenas posee una lucidez y una dramaturgia que sirven de telón de fondo para establecer diálogos acerca de la condición humana y de lo que somos como individuos en relación con los demás. Más allá de cierta crítica que señala que el tema del film es la resiliencia, hay que hallar otros matices. A la vez, no solo se trata de la resistencia y de la capacidad de lucha, sino de las resonancias que eso genera hacia el interior de las almas implicadas. 

José Antonio Bayona es el director de esta obra, que se halla entre las tres más galardonadas en los Premios Goya y que fuera nominada a los Óscar. La presentación de esta cinta ha estado acompañada de todo el recuerdo terrible de aquel suceso, así como por las reflexiones que desde el presente se pueden realizar. La suspensión del mundo civilizado y por ende de cualquier esperanza da paso a que los personajes tracen un arco dramático que viaja hacia esencias que antes estaban desapercibidas. No solo porque los seres se quedan con lo elemental desde el punto de vista de los alimentos y de los recursos, sino porque para sobrevivir deberán construir un universo en el cual la esperanza posee fuerza de motor impulsor. Todo el film puede parecer agobiante si no se establece una empatía con los personajes, quienes comienzan a comerse entre ellos, pero sin caer en la deshumanización. Y es que lo mejor que nos arroja la obra es ese sentido de lo que significa lo humano más allá de lo corporal, de lo físico, de lo meramente superficial. El hecho de que quienes estaban a punto de morir dieran su consentimiento a los demás para que se alimenten de su cuerpo dice mucho de los niveles de ayuda mutua y de entendimiento que se daban allí. Y es que nunca, ni en el peor momento se perdió la fe en la vida. 

Hay que acercarse a “La sociedad de la nieve” con mucho cuidado, el suceso real palpita en la memoria y genera angustias sobre lo que somos y lo que deseamos. Hay escenas de gran dramatismo que, a pesar de acontecer todas en una misma escenografía monótona, cerrada, asfixiante, trasmiten la brillantez de un guion que no posee fallas y que logra su cometido emocional en todo momento. El director ha querido que el público no se vaya con una idea equivocada acerca de aquellos jóvenes varados y nos trae todos los matices. No solo desde la diversidad de posiciones ideológicas de los presentes, sino a partir de que allí en medio del dolor y de la amenaza perenne, se crea una comunidad que logra una fortaleza. Caen los muros superficiales y surge una sociedad, la de la nieve, que hace que sobrevivir sea lo esencial. La moral se reconstruye y se derriban las barreras cotidianas. Y es que el director no quiere una obra que se quede en posturas anecdóticas, sino que conmueva los cimientos de lo que percibimos como lo real, lo correcto y lo moral. Lo más importante en el cine y en el arte de forma general es eso, proponer otros mundos alternativos y posibles. 

Sin embargo, en la construcción de los personajes existen fallas que conviene señalar. Por un lado, la construcción de la voz colectiva es impecable, hay una polifonía que resuena con la belleza de un coro y que tributa a la tesis de la obra, pero, por otro lado, esa visión del todo ahoga de alguna manera las particularidades de cada uno de los elementos del drama. Y se nos pierde, dentro del marasmo, la individualidad que posee también una potencia determinada y una experiencia para contar. Los personajes no se lanzan en una hondura propia, sino que navegan en una profundidad de todos y en ese trazado marcan las pautas de su desarrollo, lo cual constituye un freno ya que torna uniforme la propuesta emocional y detiene la progresión de la trama en la reiteración de ideas que dichas con galanura y a tiempo poseen mayor fuerza. 

Y es que las historias necesitan ser contadas desde las emociones, pero con la razón en ristre para sustentar la lógica de las escenas. No se vertebra una narrativa solo a partir de la conmiseración con los personajes, sino que se requiere de una filosofía que explique a la vez que les dé entidad a los sucedidos de la trama. En este sentido, “La sociedad de la nieve no solo acontece en medio de una nada histórica que no explicita las circunstancias del accidente, sino que desconecta la obra de dicha realidad. O sea, no se va a lo fundamental, sino que la particularización de la trama hace que nos quedemos preguntando por las implicaciones sociales, políticas y de orden cultural que dicho accidente pudo tener. Concentrar la tesis de la trama en lo referente a la condición humana es artísticamente válido, pero las reflexiones teóricas o las poéticas tejidas en dicho camino no pueden desligarse de percepciones que los personajes arrastran y que tienen que ver con un entorno convulso como lo era el cono sur latinoamericano de inicios de los años 70 del siglo pasado. 

“La sociedad de la nieve” nos habla de una comunidad auto constituida que busca sentido en lo endógeno, o sea hacia dentro, pero que no encuentra otra cosa que el eco humano de la tragedia. Ello conmueve, es incluso terrible y como recurso de la dramaturgia posee una validez inmensa, pero no es suficiente. La construcción de los caracteres debe ir más allá y atreverse a dibujar un mundo de contradicciones en el cual todo no encaje de manera perfecta. La sociedad construida a partir del accidente debió atravesar momentos de quiebre que se extrañan en el film y que de alguna manera le hubieran dado mucha mayor verosimilitud a la obra. Y es que la historia, aunque creíble y contundente, se demora demasiado en el regodeo y en lo mismo y no usa esos resortes a tiempo para proponer lo nuevo, la ruptura, la estética que todos esperamos de una obra de arte que aspira a un discurso determinado. 

La labor de la crítica en los últimos años de redes sociales es prácticamente la de cualquier comentarista de turno. Si se busca un criterio serio en torno a las producciones cinematográficas, se verá que a menudo todo queda en las encuestas en las cuales se nos muestra un por ciento frío acerca de la recepción entre los consumidores. Y se supone que ello posee un peso crítico en la cuestión. Más allá de que el ejercicio profesional de este tipo de periodismo se ha cosificado y que las leyes comerciales determinan incluso lo que se va a decir sobre un estreno en las salas de cine, “La sociedad de la nieve” es una película bien escrita que no dice nada nuevo. Lo que se espera que una tragedia nos cuente ya está en el imaginario de los públicos, pero lo que tuviera que ser rompedor y único se queda en el tintero. La cinta pareciera estar estructurada en forma de círculos concéntricos que no conducen hacia ninguna parte y que solo tratan de ganar tiempo para llegar al desenlace. Incluso se extraña determinado suceso dentro de los hechos narrados, que pudiera servir de punto de giro. La intensidad del drama, una vez usada hasta el hastío, baja y pierde interés. Y así una historia con hondas implicaciones humanas deja de ser trascendente para atención de los públicos. 

Una obra debe ser elocuente todo el tiempo, so pena de perecer. Y eso es lo que nos pasa con esta cinta, que a pesar de que sigue hablando durante tantos minutos, no nos dice, se queda en la mudez. Se supone que los hechos terribles de canibalismo nos deban llevar una vez y otra a la conmoción, pero es que como recurso también eso se nos agota y llega un punto en que lo normalizamos como parte del pacto que establecemos con la obra en cuestión. Una tragedia como esa debería servir para tejer una filosofía otra de vida y hacer que la comunidad de la nieve nos lleve a un punto de no retorno en lo que respecta al pensamiento. Pero no todo se trata de defectos, la película posee por momentos la lucidez de la propia tragedia y nos trae de vuelta una luz que nos recuerda las funciones del arte. 

En un momento determinado, uno de los personajes reflexiona en torno a lo que considera sobre la existencia de Dios y declara que para él la deidad está en lo concreto que les salva la vida, que les hace más llevadero el dolor. Incluso ve a Dios en los cuerpos sin vida de los cuales se estaban alimentando. Es una forma muy descarnada de humanismo, que arroja luz sobre el resto de la trama y la rescata de una simple visión superficial del género catastrofista para entregarnos un drama que posee aspiraciones de pensamiento y de transformación de las cuestiones más hondas. No es que “La sociedad de la nieve” no posea interés, sino que no supo deconstruir bien su propio tema y entregarnos las diferentes aristas que en ello subsisten. Los premios entregados a la obra hablan de los valores técnicos innegables, pero no de la profundidad de la propuesta que por momentos se extraña y que solo salta a veces aquí y allá en medio de hechos que se suceden y que rezan sobre lo mismo. Nos quedamos esperando que el terrible accidente desate una serie de reflexiones y de confrontaciones del humano consigo mismo, pero dicha aspiración se da de bruces con las percepciones del mercado en torno a lo que es espectacular, morboso o simplemente de interés general. 

Hay que ver “La sociedad de la nieve” con el mismo espíritu crítico de siempre, teniendo en cuenta que el cine es cada vez más comercial y que explota las aristas que se relacionan con los nichos de mercado. Lo que hunde al artista de hoy es esa estrecha mentalidad que hace que las tramas no se arriesguen y no vayan más allá de los moldes, lo cual determina que los grandes temas pasen por un tamiz que los simplifica y los eterniza en la nada. Por ello, es válido criticar desde la inconformidad este tipo de películas que en apariencia se centran en lo humano, pero que no dejan avanzar la trama, porque su interés en el morbo busca generar un público específico. El cierre de la obra, que es consabido al tratarse de hechos reales, no solo se queda por debajo de lo que pudo ser un final mucho más significativo, sino que es facilista. La yuxtaposición entre los sucesos del rescate y las reflexiones que llegan a destiempo nos hablan de una trama que quiere recuperar lo perdido en tiempo récord y que no le funciona. Las emociones, todas tiradas en bulto al ruedo, chocan y se tornan sucesos de feria en los cuales prima el sensacionalismo. Hay un tratamiento incluso poco respetuoso del asunto ya que se espectaculariza el dolor. 

La yuxtaposición continúa y nos coloca frente a las imágenes reales del desastre. Allí, se extraña la particularización de los dramas individuales. Un punto en contra que nos dice mucho del interés del director por ampliar el arco dramático a costa de la intensidad psicológica de los personajes. Y es que precisamente lo que se extraña es esa sociedad, esa comunión entre los humanos, que por momentos se dibuja, pero que queda sepultada detrás del regusto por la muerte, por el canibalismo, por la carne pútrida de las personas.

Un simbolismo que a fuerza de quererse explotar no solo no se logra, sino que le resta sensibilidad al tema y que nos lleva por vericuetos que desdicen el propósito de la obra. El final de “La sociedad de la nieve” no está tampoco a la altura de un tema como el del desastre y es una salida fácil a un asunto complejo que no se supo tratar. Y es que la trama peca de voyerismo, de querer establecer puntos en los cuales era más importante mirar con la curiosidad de los espectadores que con la responsabilidad del humano que se busca en medio de la tragedia. Y el arte es mucho más que la visión contemplativa de la vida, sino que versa sobre aquello que nos hace grandes como especie, únicos y transformadores de lo más absurdo en belleza. 

No se trata de negar la necesidad de este tipo de obras, sino de que se lleven adelante con cabalidad y sin cortapisas, pero teniendo en cuenta que la humanidad palpita ahí detrás del dolor y que aún en los peores momentos aspira a ser simplemente ella misma por encina de las miserias y de las cuestiones que la laceran. Si el arte no es capaz de comprenderlo, será un objeto de mercadería, pero jamás un instrumento de cambio de la realidad desde la estética. Y eso es mucho más triste todavía. 

 
 

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