Geopolítica: Lo que el filme Oppenheimer no te va a contar

Geopolítica: Lo que el filme Oppenheimer no te va a contar
Fecha de publicación: 
13 Septiembre 2023
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Cartel de la película Oppenheimer

El periódico The New York Times en su versión en español acaba de publicar un ensayo titulado “Lo que Oppenheimer no cuenta sobre la prueba de la bomba nuclear”. En dicha pieza, se narra un pasaje de la vida de Tina Cordova, una muchacha que vivió a través de su padre la experiencia de cómo se construyó el Proyecto Manhattan o sea la creación del arma que supuestamente les pondría fin a todas las guerras. Es sintomático que dicho ensayo se acompañe en los enlaces adyacentes de otros artículos donde se redirige la culpa de la actual carrera atómica hacia potencias como Rusia y China y no se reconozca que, como dijo el propio Robert Oppenheimer, la bomba se había usado deliberadamente por los Estados Unidos por primera vez contra civiles inocentes y un enemigo ya desmoralizado y a punto de caer. Entonces, la verdadera narrativa en torno a este tema queda sepultada a partir de un discurso falsamente humanista, en el cual se habla de las consecuencias para la salud y por otro lado de una vertiente ideológica que retrata a una alianza ruso-china como los abusadores del momento y los culpables del ascenso del peligro civilizatorio. Pura manipulación mediática de este medio de prensa global.

Tina habla de que en efecto en Nuevo México existía una nutrida población de personas que trabajaron en el proyecto y a las cuales no se les advertía del carácter nocivo de la radiación. Muy al contrario, se estimulaba la contratación de mano de obra desprotegida tanto para las minas de uranio, como en los establecimientos que estaban expuestos al material mortífero. Pero el discurso no se queda ahí, sino que la mujer reclama que el gobierno federal jamás indemnizó a los damnificados, ni siquiera los reconoce como tal. En el propio cuerpo del filme Oppenheimer, de Christopher Nolan, se dibuja una zona desértica y despoblada en la cual no hay seres humanos. Una gran mentira que tiende a invisibilizar una vez más la realidad de seres humanos que aún no hallan un espacio en el cual reivindicarse. Si bien The New York Times hace un aparte y le da voz a Tina, es tímido el llamado en contra del empuje armamentístico y del anticomunismo feroz que lo insuflaba en el trasfondo político de la época.

La Unión Soviética acababa de derrotar a la Alemania Nazi y estaba en su momento de mayor prestigio como potencia. Casi de inmediato, Moscú inició una ofensiva contra Japón que logró grandes avances en poco tiempo, colocando en entredicho las estrategias de los generales aliados, quienes durante meses dejaron ríos de sangre anglonorteamericana en las playas del Pacífico. El temor de los círculos occidentales era que los soviéticos reeditaran con Tokio lo que ya habían hecho con Berlín y que cambió el panorama del mundo por entonces. Europa era desde 1945 en su gran mayoría una zona de influencia del Kremlin por la propia fuerza de las armas y por la moral del Ejército Rojo. Ante ello, el arma atómica era una especie de disuasión que a la vez que liquidaba rápidamente a Japón, les enviaba un mensaje a los soviéticos acerca de cuál era el nuevo orden que Londres y Washington estaban construyendo en la postguerra. Todo ello debería formar parte de las matrices del periódico The New York Times o del filme de Nolan, pero sería demasiado pedir a la maquinaria cultural propagandística de Occidente.

Pero lo que todo periodista que posea alguna sagacidad sabe es que tanto estos materiales en la gran prensa como la producción fílmica de Hollywood obedecen al contexto de la guerra en Ucrania, en el cual se quiere inculpar al Kremlin de todo y resucitar el viejo discurso de la guerra fría en el cual las tensiones entre el este y el oeste marcaron el ascenso de las temperaturas en cuanto a alianzas y conflictos internacionales. El trasfondo de este plan contra Rusia es la decadencia económica y militar de Occidente con Estados Unidos en el centro, que sufre de una crisis de gobernabilidad en su clase política desde los sucesos del Capitolio y que posee una deuda pública que pone en riesgo a la moneda inflacionaria del dólar. Podrá haber otros análisis peregrinos, pero esta es la realidad concreta que subyace a creaciones culturales como el filme de Oppenheimer, en el cual el pacifismo es enarbolado no ya contra el gobierno norteamericano y su macartismo (que por cierto afectó al propio científico Robert Oppenheimer), sino en forma difusa y general, para que pudiera ser redirigido hacia donde les interesa a los poderes fácticos.
El cine como un arma ideológica que resume la historia sesgada y la usa como un elemento arrojadizo contra Putin, culpándolo de ser peor que quienes decidieron una vez lanzar la bomba atómica contra las ciudades de Hiroshima y Nagasaki. Un crimen del cual, por cierto, Washington jamás mostró arrepentimiento ni ha pedido perdón. La guerra de Ucrania es el objetivo y la historia tergiversada y pasada por los filtros del poder real es el medio.

Más allá del The New York Times, los medios occidentales han establecido desde el inicio una unidad de pensamiento en torno a las ideas que se manejan sobre el conflicto en Europa entre Moscú y Kiev. Recientemente en el seno de Bruselas se habló de la posibilidad de controlar a los periodistas de manera directa, para que no expresen otros puntos alternativos y así tener fiscalizada a la masa consumidora de ideas. Todo ello en el mundo supuestamente liberal, en el cual el derecho a informarse y contrastar fuentes y puntos distintos forma parte en teoría del corpus legal y de la esencia de dichas sociedades. Si Europa regula el uso de la información y establece qué es lo correcto políticamente hablando, eso quiere decir que se pasará al reinado de la postverdad y entonces los sueños de Orwell entorno a las sociedades totalitarias no son del todo descabellados ni imposibles. En esa línea, convertir la historia en un sucedáneo y no verla como verdades fácticas puede ser una de las derivaciones de esta forma de poder. En la narrativa ya no fue Estados Unidos quien usó la bomba, sino que los gobernantes norteamericanos se verían obligados ante al avance imparable del comunismo. Quedando de esta forma justificada la inmensa maldad de las élites. Oppenheimer con su humanismo vacío y poco enfocado en las causas reales de la historia concreta le sirve de base a todas esas especulaciones.

Hace unos años se vio este mismo proceso con la serie de la HBO Chernóbil, una propuesta en la cual se resignifica el conflicto surgido a partir del accidente con material radioactivo en la famosa central nuclear. Más allá de narrar los hechos, el material establece una especie de moralización entorno a lo que considera las sociedades cerradas frente a las llamadas sociedades abiertas de Occidente. En la tesis se termina culpando a la ideología marxista de aquel suceso, con lo cual el veneno quedaba inducido. La maquinaria cultural norteamericana posee los resortes emocionales perfectos para que la verdad de un pasaje quede sepultada. Quizás esa criminalización de lo ruso como elemento cultural y político era la antesala a lo que hoy está sucediendo con la cancelación desatada por Occidente en contra de Moscú. las élites piensan a largos plazos. Lo que además está pasando con el escenario de las redes sociales es que es tan rápido el proceso de consumo y de resignificación de la historia, que no nos da tiempo desmontarlo, quedamos de esta forma impactados emocionalmente y, cuando se procede a racionalizar esta arista, ya debemos pasar a otro producto que la industria ha situado a la misma altura en cuanto a intensidad de difusión mediática. El ritmo con que se nos lleva de la mano posee la energía del caos y para nada puede exhibir una organicidad, sino que implícitamente se ha propuesto disgregar la capacidad crítica del sujeto que recibe la información. Somos deconstruidos por el maremágnum de cosas que el sistema ha concebido como un rio que no se extingue, sino que depende de su propio fluir para mantenerse vivo.

Tina Cordova es la porción humana y emocional de una manera de manipularnos que busca constantemente nuestra validación más irracional. Veremos aceptable lo que hizo el gobierno norteamericano con la bomba, en tanto la industria justifica y humaniza a los protagonistas de aquel suceso y se prepara el terreno para redirigir las culpas hacia el enemigo ruso. En eso consiste lo que está sucediendo con el filme Oppenheimer, que en lugar de abrir un debate racional en torno a lo que pasó, lo que hace es establecer una narrativa sensiblera que tapa y que niega la posibilidad de un viraje en cuanto a los análisis. Nada del contexto de aquella época será reconocido ni tratado con objetividad. Rusia es el ogro que ahora se lleva toda la atención. Cualquier mención sobre la bomba atómica hace que los medios señalen hacia Putin, aun cuando Moscú no ha usado nunca dicha arma. Y con esto no se justifica la existencia de guerras en lo absoluto, sino que se hace un llamado a que los productos comunicacionales y culturales, lejos de ser agentes de las élites globalistas y neoliberales, se pongan a disposición de una conciencia colectiva y crítica que genere un patrimonio ideológico en común y que se pueda utilizar con fines nobles. A eso debió apuntar Nolan, pero sabemos que sus contextos creativos son otros.

Oppenheimer fue una víctima del macartismo solo por conocer secretos de las élites. Había estado muy cerca del poder y eso era peligroso. Varias veces debió comparecer ante sus acusadores, hasta que cayó en desgracia. Dio conferencias y entrevistas en las cuales se le notaba sinceramente preocupado por las consecuencias macabras de la nueva arma. Pero su humanismo tardío careció del análisis concreto y real de las circunstancias y debió establecerse con un peso mucho mayor y señalar a los culpables reales. Cuando su cabeza también cayó en las garras del sistema que defendió era ya demasiado tarde. Estaba comprometido con lo que creyó era la patria y solo se trataba de intereses de un círculo de poder. Ahí está el verdadero drama. Por ello no se reconoce aun a las víctimas de Nuevo México y se les tapa en la producción fílmica.

La guerra de Ucrania es la primera en la cual la cultura de la cancelación se usa como arma. Todo el que no sostenga la verdad de Occidente es incinerado. El tribunal está compuesto por los medios de difusión y las élites fácticas que los pagan y manejan. Más allá de que se permita una película y un ensayo en The New York Times con aparentes críticas al sistema, el verdadero poder está intacto y mantiene la capacidad de volver a hacer daño. La verdad es la primera víctima de toda guerra y en este caso de Ucrania se ha echado mano a todo lo que pueda serles útiles a los manipuladores. Quien no vea estos procesos unidos en un mismo panorama ideológico, no puede tener objetividad para hacer un análisis. La guerra es sobre todo cultural y expresa la crisis de los paradigmas liberales de Occidente ante la posibilidad de un nuevo mundo multipolar. Robert Oppenheimer no imaginó que su invento daría paso a la actual configuración del poder a nivel planetario, pero más que eso a los movimientos de la historia en torno a la construcción de lo político.

De eso se trata y de ahí que el tema de la energía nuclear, las bombas atómicas y la resignificación de la historia del siglo pasado sea objetivo a modificar por parte de los grandes medios y cadenas. Ojalá y Tina logre que su familia reciba una indemnización por lo ocurrido con el Proyecto Manhattan, pero a estas alturas resulta poco probable. Hacerlo sería asumir la verdadera culpa y la esencia inhumana de un procedimiento de guerra que las élites están dispuestas a repetir para mantener el statu quo.

 

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