Leopoldo Romañach, pintor villaclareño de talla extra
especiales

Aunque no nació en la también denominada Villa Blanca, sino en el poblado de Sierra Morena, perteneciente al municipio de Corralillo, quizás atraído por el mar que le sirvió de inspiración para reflejar sus paisajes y otras bellezas se asentó en Caibarién por largo tiempo.
Este artista del pincel y la acuarela, quien ha dado valor permanente y singular a la plástica cubana, sus primeros estudios los realizó en
España, a donde fue enviado, para que estudiara Comercio, al estallar la guerra de 1868 en Cuba .
Su madre doña Isabel Guillén había fallecido y vivió sus más tiernos años en la pequeña localidad de Rozas (Cataluña), cerca del mar, y
posteriormente en Barcelona.
A su regreso a Cuba con cerca de 15 años de edad, ya le atraían los pinceles y los colores infinitamente más que los números y los libros de
Contabilidad que era la encomienda encargada por su progenitor.
Después de una discusión con Braudilio Romañach, su padre, de origen catalán, se marchó de la casa para no volver. Se estableció en el poblado
de Vega de Palma, luego en el municipio de Remedios y finalmente en Caibarién, posiblemente añorando el mar y la aldea donde vivió en
España.
En la ciudad pesquera del centro norte de la Isla vende sus primeros cuadros y recibe encargos, aunque con modestos ingresos le permiten mantenerse como joven aficionado dedicado a la pintura, instalado en un pequeño estudio en la calle Villanueva, actual Padre Varela, y se anuncia en un pequeño periódico como creyonista y paisajista.
Desde allí obtuvo una beca con pensión para realizar estudios en la Escuela Libre de Roma, Italia, conseguido por Don Francisco Ducassi, de
quien era amigo.
Se alojó en la misma casa donde había residido un famoso pintor nombrado Mariano Fortuny y esto lo llena de emoción y orgullo de vivir en el lugar y se puso en contacto con eminentes artistas.
Romañach siente el impulso de crear y refleja la miseria del niño huérfano, al estilo romántico; pinta Nidos de Miseria y La convaleciente,
unas de sus más célebres obras.
A fines del siglo XIX tenía una situación económica muy difícil y recibió ayuda de un pintor mexicano y se trasladó a Nueva York, donde
recibió apoyo de Marta Abreu de Estévez y se vinculó con patriotas emigrados cubanos.
Tras concluir la guerra a su regreso a Cuba le proponen la dirección de la Academia de Bellas Artes, pero solo aceptó ser profesor de la cátedra de colorido de la Academia de San Alejandro, en La Habana, y desde ese momento se entrega por entero a la pintura y a la enseñanza.
En su larga vida obtuvo importantes premios, entre los que se distinguen medalla de bronce en la exposición de París en el año 1900, oro en San
Luis, Estados Unidos 1904 y Gran Premio Exposición de La Habana 1908.
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