Salvar la Amazonía es salvar el planeta

Durante dos días (8 y 9 de agosto) representantes de Bolivia, Brasil, Colombia, Ecuador, Guyana, Perú, Surinam y Venezuela se reunieron en la Cumbre de la Amazonía que se celebró en la ciudad brasileña de Belén para idear un plan de acción que proteja a la gran selva que los une, bioma considerado de gran valor ecológico para todo el planeta.

Hace casi quince años no se desarrollaba un encuentro de tal magnitud. Además de asistir delegaciones del más alto nivel, los ocho miembros de la Organización del Tratado de Cooperación Amazónica (OTCA), el evento también se prestigió con la asistencia de líderes de comunidades indígenas y de otras entidades de la sociedad civil, todos con el objetivo común y la motivación de trabajar para prevenir que la deforestación del Amazonas sea irreversible.

Además, fueron invitados países como Indonesia, República del Congo y República Democrática del Congo, porque también poseen grandes superficies de selva tropical; así como San Vicente y Granadinas en nombre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC); Alemania y Noruega, contribuyentes del Fondo Amazonía que impulsa proyectos sostenibles en la región; y Francia.

Puntualizamos que desde el año 2009 se detuvo la cooperación regional, por eso, esta nueva convocatoria, promovida desde Brasil, pretende reanudar el compromiso tanto de los Estados implicados como de entidades internacionales que, de manera conjunta con las comunidades originarias, quieran retomar un plan de acción válido para frenar la destrucción que se ha agudizado en los últimos tiempos.

Recordemos cómo, en el caso de Brasil, durante la presidencia de Jair Bolsonaro empeoró la deforestación, y eran mucho más comunes las noticias de incendios y otras calamidades. Unas de las causas más importantes de la pérdida de bosque en ese país son la industria de la ganadería y el saqueo de recursos.

Según estadísticas, durante el gobierno del ultraderechista incrementó en un 75 por ciento la desertificación. Por eso, ahora bajo el mandato de Luiz Inácio Lula da Silva, el gigante suramericano se propuso disminuir ese índice, y, de hecho, en el primer semestre de este año consiguió bajar a un 42,5.

El tema de los recursos naturales y las comunidades ancestrales, de fuerte presencia en Brasil, siempre ha sido preocupación de Lula, por eso desde inicios de su gestión se enfoca en restaurar lo resquebrajado durante la época anterior, cuando quedaron sin amparo. Así, como parte del cambio de panorama propuesto encaminó esfuerzos por retomar las alianzas regionales.

En esa ruta, ya hace un mes Lula y el presidente de Colombia, Gustavo Petro, hicieron un balance de las dificultades que no permiten avanzar en la preservación de la Amazonía, y coincidieron en que, además del calentamiento global y la deforestación, también inciden el contrabando de armas, el narcotráfico y la minería ilegal.

Fotografía tomada de https://pensamientoamazonias.com

Las alertas nos llegan desde hace bastante tiempo: la selva tropical más grande del mundo se encuentra amenazada, y si no la preservamos no solo la región se encontrará en peligro, sino el planeta, necesita urgentemente que se potencie la reforestación.

Estamos hablando de una formación boscosa que abarca un área de 6,3 millones de kilómetros, en ella se hallan las mayores reservas de agua dulce, el 10 por ciento de las especies de animales y plantas del mundo, y aproximadamente 50 millones de personas, entre ellas se cuentan más de 400 pueblos originarios.

Por eso Lula llama constantemente a trabajar juntos con responsabilidad ambiental, y en su largo camino en defensa de la naturaleza también buscar darles espacio a las comunidades indígenas, así como a respetar su territorio y cultura.

La convocatoria del presidente brasileño para garantizar la supervivencia del bioma amazónico se desarrolló con toda intención en esta fecha para presentar un plan de acción ante la próxima XXVIII Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP28) prevista a desarrollarse a finales de noviembre de este año, en Dubái.

Durante el evento los integrantes de la OTCA firmaron la Declaración de Belén que establece acciones para intentar frenar la deforestación de la Amazonía generadas por la acción del hombre, sobre todo, por la agricultura industrial y el acaparamiento de tierras.

Algunos de los acuerdos tienen que ver, finalmente, con la implementación de una agenda común de cooperación que trabaje bajo los principios de desarrollo sostenible de la biodiversidad, los bosques y el agua. Así como combatir la deforestación y las actividades ilícitas; promover el desarrollo económico con la participación de comunidades indígenas, locales y tradicionales; e incentivar la recuperación, ampliación y consolidación de la infraestructura de investigación científica y tecnológica en toda el área.

Ojalá los resultados de la Cumbre de la Amazonía sean no solo concretos, sólidos, sino perdurables, que pongan manos a la obra sin pausa, pues hemos comprobado que el impulso lo dan los líderes políticos. Si ellos tienen interés, existe probabilidad de buscar mejoría, y basta un cambio en el ajedrez público y enseguida varían los intereses, los empeños. Así ya sucedió antes en Brasil, con la presidencia desastrosa de Jair Bolsonaro.

A pesar del insípido eco mediático que bien vendría para poner el foco del mundo en la Amazonia, esperemos que esta vez la urgencia, la inminente calamidad, sean motivación suficiente para que en las agendas de cada implicado se mantenga en primer orden cuidar, sino restaurarla, y cuando menos, detener su destrucción. Uno de los mayores peligros previstos si no se detiene, es que desde allí pueda llegarse a emitir más dióxido de carbono del que sea capaz de absorber.

La crisis climática es un hecho que exige la participación de la ciudadanía para contenerla, y los desafíos son enormes porque se trata de un área extensa que abarca varias naciones, sin embargo, esta vez pareciera que estamos ante un contexto político favorable, existe voluntad, solo hace falta llegar al final.