Paisaje después de las batallas: Ideología, política y claroscuro en la Revolución Cubana
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La batalla --entendida como sinónimo de combate, lucha, contienda, enfrentamiento, choque, pugna--, es parte consustancial de la historia de Cuba. En su largo trayecto recorrido en búsqueda de la independencia y la soberanía, nuestro país ha hecho camino al andar, a través de constantes batallas. Procurando primero liberarse de la condición colonial impuesta por España y de la neocolonial establecida después por Estados Unidos. Como diría tempranamente Fidel, al terminar la etapa insurreccional y comenzar la de la Revolución en el poder, empezaba una lucha diferente, y todo se haría más difícil. Nacía, así, un nuevo capítulo del conflicto de la nación con los gobiernos norteamericanos: el de la permanente batalla contra una obstinada y obsesiva proyección, interesada en la Isla sobre todo por razones geopolíticas desde el siglo XIX, que a partir de 1959 se dirige entonces, hasta hoy, a derrocar el proceso revolucionario, de construcción socialista, sin aceptar condicionamientos y sin hacer concesiones al imperialismo, que durante más de seis décadas ha empleado a fondo todos los medios. Con el bloqueo como eje articulador, esa política constituye, como es conocido, la guerra en todo su espectro, desde la económica, diplomática, paramilitar, terrorista, ideológica y cultural, apelando al exilio y a la denominada disidencia interna. El expediente de la subversión incluye innumerables acciones en ese amplio espectro, en el que se inscriben acontecimientos --por mencionar solamente dos de ellos, en tanto elocuentes ejemplos de las actividades desestabilizadoras mediante la contrarrevolución--, como las del 11 de julio de 2021 y el 5 de agosto de 1994.
Como era de esperar, en ambas fechas, durante el transcurso del año en curso, y como ha sucedido en períodos anteriores, la oposición interna organizada en nuestro país --o quizás sea mejor decir, los agrupamientos contrarrevolucionarios y sus desacreditados liderazgos--, harían sentir su resentimiento y frustración, pretendiendo recordar incidentes como el del 11 de julio, el mes pasado, o el del 5 de agosto, hace apenas una semana. En un artículo del autor de estas notas, titulado “Ideología y subversión; el imperio contra la legitimidad”, publicado por Cubasí hace unas semanas, se abordó lo concerniente al primero de tales disturbios y su significado a la luz del presente. De ahí que ahora la referencia se focalice en la segunda coyuntura, la que hace treinta años acaparó la atención de la prensa extranjera y de círculos intelectuales que magnificaron los disturbios en la zona del Malecón habanero.
Protagonizada por personajes con muy visibles credenciales de marginalidad que en 1994 se proyectaron de manera claramente vandálica, se trató de una de las acciones del variado expediente desestabilizador aludido que, aprovechando un contexto de crisis interna en la Isla, como el del Período Especial en Tiempo de Paz, se promovió desde Estados Unidos, mostrando el contubernio entre lo sectores más reaccionarios del exilio cubano e instancias gubernamentales allí --ampliamente conocidas y familiares para los lectores, que no es necesario nombrar--, de las que habitualmente han propiciado y organizado la subversión en Cuba. Sin embargo, como ocurrió en el anterior mes de julio, fue evidente que, aún encontrándose la sociedad cubana en condiciones sumamente complejas y difíciles, en medio de descontento popular, la envergadura de las manifestaciones de la referida contrarrevolución apenas se expresó en algún que otro episodio de protesta callejera, con la ya tradicional cobertura y sobredimensionamiento de las redes sociales digitales que forman parte del aparato subversivo subordinado a la política imperialista o que le siguen la corriente, lo cual termina por convertirlas en piezas del mismo juego. Esto es una premisa de la resistencia creativa a la que convoca hoy la máxima dirección de la Revolución.
En política, ya se sabe, los actos de ingenuidad e ignorancia nunca son neutrales. Se suman al esfuerzo revolucionario y a la resistencia creativa, o se posicionan en su contra, procurando obstaculizar y revertir el proceso. En el caso que ocupa a estas notas, se trataría de disturbios como los que alteran el orden público, la tranquilidad ciudadana, propiciando desacato a la legalidad, con mayores o menores apelaciones a la violencia y el vandalismo. El propósito, está claro, siempre es el mismo: evocar hechos que los medios de comunicación irresponsables y los que responden directamente al accionar enemigo, pretenden conmemorar, atribuyéndole significación histórica o patriótica, a acontecimientos que, como los describiera acertadamente el colega Jorge Ernesto Angulo Leiva, en “Contra el vandalismo, la fuerza moral”, un oportuno artículo publicado hace pocos días por el periódico Granma, involucró en aquella fecha de agosto, acudiendo a sus palabras, a una multitud de elementos antisociales que arremetió con violencia contra la policía, apedreó vidrieras, saqueó comercios, volteó contenedores de basura, instando al desorden, profiriendo gritos ofensivos contra el liderazgo y las autoridades revolucionarias. Ello configuraría un cuadro de barbarie alejado, ajeno, contrapuesto, a la discrepancia política civilizada.
Para quienes no hayan leído dicho trabajo, y aún para los que lo hicieron, vale la pena, como diría el popular psicólogo Manuel Calviño en su espacio televisivo semanal, reproducir un gráfico y esclarecedor fragmento. Han transcurrido tres décadas, y seguramente, habrá quien no recuerde y quien incluso, desconozca los sucesos. “Con un cuidadoso montaje de la escena --señala Angulo Leiva--, varias cámaras posicionadas en el Malecón de la capital filmaron el desorden, para construir el relato de unas protestas espontáneas y la represión de un régimen tiránico contra el sacrosanto derecho occidental de la libertad de expresión. El objetivo consistía en crear un caos y un enfrentamiento civil para quebrar la imprescindible unidad en torno al proyecto de nación, y justificar un envío de ayuda humanitaria, como disfraz a la intervención militar”.
Dicha caracterización se conecta, en este análisis, con una reflexión más amplia y de fondo, conservada en la memoria. Es posible que, entre los lectores amantes del cine que peinan canas, así como entre aquellos más jóvenes interesados en la historia del séptimo arte, se conserve en la memoria una película titulada “Paisaje después de la batalla”, de un conocido director polaco, Andrzej Wajda, en la década de 1970, que exponía un matizado panorama de conflictos y contradicciones. Entre búsquedas, constatación de daños, nuevos planes y decisiones, esfuerzos de reconstrucción y redefiniciones, se recreaba la situación dejada por la Segunda Guerra Mundial. Reafirmaciones y rechazos ideológicos, compromisos ante programas políticos y cambios en la correlación mundial de fuerzas, esperanzas, incertidumbres, sueños y frustraciones, formaban parte de un paisaje europeo en transformación, cambiante y cambiado. A través de la mirada del protagonista, se descubre que, concluida aquella guerra y la batalla contra el holocausto y el fascismo, muchas cosas eran y serían diferentes, pero otras, no tanto. De alguna manera, persistirían o se reproducirían cuestiones que parecían destinadas a quedar en el pasado.
Salvando muchas distancias, la imagen metafórica contenida en el título del mencionado filme sugirió tomarlo prestado, al pensar la sociedad cubana en su dimensión ideológica y política actúa, recordando las batallas políticas e ideológicas libradas con la contrarrevolución interna y el imperialismo, en el marco de las citadas fechas. en las que el pueblo reacciona con legitimidad y contundencia, en medio de reafirmaciones y rechazos, incertidumbres y esperanzas. En la actualidad, existe una sensación extendida, en correspondencia con situaciones reales, derivadas de la confluencia de diversos factores, que expresa actitudes y percepciones que se asemejan a las aludidas al comentar el entorno de la película aludida. Tales factores son bien conocidos: las repercusiones del prolongado y reforzado bloqueo impuesto por Estados Unidos, los efectos de un contexto internacional adverso, signado por múltiples crisis, las políticas económicas erráticas adoptadas por el gobierno revolucionario en la Isla, el acopio subjetivo de sentimientos y reacciones de disgusto, desaliento y desconfianza ante la sucesiva postergación de soluciones totalmente satisfactorias ante los problemas acumulados, el malestar provocado por las crecientes diferencias sociales.
La contradicción básica en las batallas de Cuba por su independencia, junto a los afanes por el desarrollo, sigue siendo entre el proyecto de dominación imperialista de Estados Unidos y el de soberanía de la nación. Pero teniendo claro que esa dominación pasa por el empleo de diversos instrumentos, entre ellos, el de la política gubernamental norteamericana, la propaganda subversiva, la contrarrevolución interna, el exilio de derecha, la concertación o alianza con otras potencias imperialistas, incluidas sus representaciones diplomáticas en Cuba y países manejados como piezas funcionales. Lo que tribute a esas prácticas, aún sin intención, como ya se anticipaba, sobre la base de considerar lo que representa la ingenuidad, cuando existe, tiene definidas implicaciones en el ámbito político e ideológico, donde no es posible la neutralidad o una objetividad aséptica. La brújula analítica sigue siendo la que colocó Fidel: “dentro de la Revolución, todo; contra la Revolución nada. Contra la Revolución nada, porque la Revolución tiene también sus derechos y el primer derecho de la Revolución es el derecho a existir y frente al derecho de la Revolución de ser y existir, nadie (…). Dentro de la Revolución: todo; contra la Revolución ningún derecho”. Como complemento, cabe añadir que el deber de los revolucionarios es asumir la defensa de ese derecho a existir, que reclama una resistencia creativa, con una batalla permanente.
En contraste con la situación económica y social, la política e ideológica no es objeto de la constante, detallada y casi que diaria atención, que le dedican estudiosos cubanos, residentes o no en la Isla, junto a especialistas extranjeros, con disímiles intenciones y grados de objetividad en los datos utilizados e interpretaciones que formulan, en su gran mayoría con conclusiones apocalípticas, pesimistas, entre abundantes oscuridades y sombras., con algunas luces La presentación del proceso revolucionario en medio de un túnel donde no se ve la claridad, que indique se acerca alguna salida, es el plato principal del menú de numerosos análisis económicos, que encuentran eco y despiertan la admiración en muchos lectores y sectores sociales, de todas las edades, sexos, colores de piel, ocupaciones, procedencias y ubicaciones territoriales. Lo mismo se advierte en posturas intelectuales, en otros países, con identidades gubernamentales de todo tipo, simpatizantes o no con la Revolución Cubana. No faltan, desde luego, confundidos o desinformados por las poderosas redes sociales digitales, pero ahí están con energía y recursos, los activistas de la oposición interna organizada (es decir, los contrarrevolucionarios y los que conscientemente le hacen el juego).
Es bien palpable el desbalance cuando se compara eso con las miradas acerca de la ideología y la política en la Cuba actual. Entre las que más se reiteran, asumiendo ayer y hoy posiciones que se comprometen, frente a aquellas, con el contenido y el simbolismo de las célebres “Palabras a los Intelectuales, del Comandante en Jefe, haciendo vigente su espíritu, se hallan, entre otras sobresalientes --a riesgo de incurrir en omisiones involuntarias o de expresar algo obvio para el lector asiduo de Cubasí--, las de combatientes en la trinchera cultural, como Enrique Ubieta, Iroel Sánchez, Abel Prieto, Rosa Miriam Elizalde, Raúl Capote, Luis Toledo, Javier Gómez, José Ernesto Nováez, Elier Ramírez. Estas menciones, como también sería pertinente la de los espacios promovidos por Andrés Zaldívar desde El Memorial de la Denuncia y la Casa Cultural del ALBA, o instituciones como la UNEAC, Casa de las Américas. UNHIC, Cubadebate, Mesa Redonda y Cuba Socialista, pretenden solamente señalizar un camino entre laberintos analíticos. Cada cual, desde luego, elige el suyo. El autor de estas notas se acoge a una visión cuyos referentes son los que hablan de una Isla (desconocida o posible) o de una dictadura (la del algoritmo). A buen entendedor, pocas palabras bastan.
Por último, resulta imprescindible subrayar la importancia que cobraría en este tiempo de hoy retomar, reavivar, actualizar, recuperar, profundizar, sistematizar, en el contexto esbozado, de manera explícita, sin formalismos, la Batalla de Ideas, tal cual la concibió el Comandante en Jefe, priorizando el esfuerzo por estimular una cultura general e integral y la movilización popular, al estilo de cuando surgieron iniciativas como las Tribunas Abiertas, los Programas Sociales de la Revolución, las Escuelas de Formación de Trabajadores Sociales, los espacios televisivos de Universidad para Todos y Mesa Redonda.
Con el ánimo actual de la Revolución, encaminado a garantizar la unidad y la continuidad, promoviendo, según ya se mencionó, una resistencia creativa, como lo resume el presidente cubano, Miguel Díaz-Canel, es preciso seguir contribuyendo al empeño de sembrar ideas y conciencias, al decir de Fidel, en el nacimiento de la Batalla de Ideas. En este sentido, adquieren vigencia renovada las palabras que Abel Prieto expresó, refiriéndose al momento y a la esencia de aquel combate iniciado para lograr el regreso del niño Elián, secuestrado en Miami por la contrarrevolución, en una intervención que realizara en la Cátedra de Formación Política Ernesto Che Guevara, en Argentina, que publicara Rebelión el 3 de mayo de 2002, con el título “El Che en la Revolución Cubana y la lucha actual por la hegemonía socialista”:
“De esa época nace la idea de Fidel --señalaba Abel-- de trabajar por formar un cubano con una cultura general integral y al mismo tiempo, de llevar esa cultura a todas partes, la tarea de la gente honesta en este mundo era la de sembrar ideas, sembrar conciencias. Y sembrar tanto dentro como fuera del país. Por eso frente a la estupidez, la barbarie y la ley del más fuerte que hoy se pretende imponer a nivel mundial, nosotros tratamos de defender otro mundo posible”. Eso es imperioso, en este paisaje político e ideológico que siguió y sigue a las batallas referidas, echando mano a la mirada de Antonio Gramsci, cuando alertaba con su famosa frase poética, certera y comprensible, que “el viejo mundo se muere, el nuevo tarda en aparecer. Y en ese claroscuro surgen los monstruos”. Cuán válida la apreciación, en el empeño por resistir y construir un mundo mejor, que es posible, necesario y deseado. La lucha continúa.
*Investigador y profesor universitario
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Carlos de New York City
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