Este comportamiento no se trata de pensar mucho en un tema, así como si simplemente nos importara o preocupara tanto, es más que eso. Sobrepensar va de un hábito que nos involucra demasiado, que nos lleva al detalle nivel pelusa de la contrapelusa, que nos quita el sueño y puede generar ansiedad y estrés, además de incertidumbre, miedo, o sea, negatividad que genera frustración.
Pensar está bien, pero sobrepensar no es bueno. No solo gasta energía, nos consume y hace errar porque el pensamiento obsesivo a veces nos lleva por vericuetos basados en los temores que nos acechan y nos hacen visualizar escenarios perniciosos que llevan a obrar con inseguridad.
Expertos en psicología refieren que esto nos sucede porque queremos ser perfeccionistas y dominarlo todo, y que dificulta lo que llamamos "fluir", dejar que la vida nos sorprenda con lo que nos tiene preparado, ir labrando nuestra existencia con paso firme.
El miedo al fracaso o a ser rechazados, a quedar en ridículo o defraudar a otros, son de las causas emocionales más comunes y tienen que ver con traumas no resueltos en el pasado, experiencias dolorosas que dejan en estado de permanente sensibilidad, culpa, acompañado de conductas exageradas en intensidad. Además, el ambiente también puede condicionar el comportamiento por la presión social, quizás por el precedente de un entorno tóxico donde es inadmisible el error o se estigmatiza la espontaneidad.
Es importante saber que es imposible controlarlo todo, a veces no se tiene la certeza absoluta de que la decisión tomada es la correcta. Muchas veces nos equivocamos, pero casi siempre está la oportunidad de volver a empezar o, en el peor de los casos, reflexionar, aprender. Esa preocupación desmedida por las consecuencias de cada paso, esa falta de confianza no es saludable, paraliza, y ese no actuar "por si acaso" es el verdadero error porque, y ¿si sale bien?
Sobrepensar agota mentalmente, nos deja exhaustos porque no encontramos soluciones y solo hacemos autopsia al pasado y criticar un futuro que aún no llega. Puede tornarse muy especulativo. El exceso de pensamiento vicioso nos encierra en un círculo de persecución que no nos lleva a ninguna parte y trae, por ejemplo, problemas con el sueño, depresión, ansiedad y baja autoestima. También aislamiento, frustración, bloqueo mental, procrastinación, crisis existenciales.
Pero como sobrepensar no es un comportamiento normal, entender la raíz del problema ayudará a elegir estrategias efectivas. ¿Podemos dominar la mente? Parece difícil, pero claro que sí. La clave es, en primer lugar, distracción. Cuando lleguen esas ideas redundantes debemos forzarnos a cambiar de actividad, buscar un pasatiempo, alguna tarea que nos mantenga entretenidos.
Evidentemente no podemos tener más de una línea de pensamiento al mismo tiempo, por eso estar ocupados es lo mejor. Escuchar música, leer, practicar deporte, yoga, encontrar qué nos interese. También funciona el desahogo. Hablar o escribir lo que creemos para liberar, pues a veces lo tenemos todo atorado y con esto se resuelve para que no se vuelva crónico y sea tan incómodo o deje consecuencias profundas tanto en la salud mental como el entorno social.
En resumen, nunca nos llevará a buen sitio el ejercicio de rumiar, eso de darle muchas vueltas a un tema, sin tomar medidas, analizar sin fin. Sobrepensar solo nos dejará ideas catastróficas, agotamiento, incluso dolores de cabeza, problemas digestivos, tensión muscular. La terapia psicológica, con seguridad, ayuda.