Debido a que la popularidad y la relevancia política se asocian a la juventud, la apariencia personal y la salud, cada día los líderes son más jóvenes, parecidos a los actores y hacen lo indecible para disimular u ocultar las imperfecciones físicas y las enfermedades; otros las enfrentan con transparencia y movidos por la vocación y la voluntad de servir a su pueblo, se sobreponen a la adversidad y con gran sacrificio, gobiernan enfermos o físicamente limitados. Ningún ejemplo emula al del 32° presidente norteamericano: Franklin D. Roosevelt.
Prácticamente invalido de la cintura para abajo, Roosevelt, uno de los más talentosos, brillantes y enérgicos de los políticos norteamericanos, el único presidente reelecto en tres oportunidades, el hombre que condujo a la nación en la época más convulsa y que para sacar al país de la Gran Depresión, confrontó a los monopolios, concibió el New Deal e involucró al estado en la economía, lidió con Hitler y Stalin y condujo la coalición antifascista vencedora en la II Guerra Mundial, fue físicamente el más frágil de los presidentes norteamericanos.
Único heredero de una acaudalada y aristocrática familia neoyorkina, amante de los deportes, la buena mesa y las mujeres, Roosevelt fue Senador a los 28 años, Secretario de Marina del presidente Woodrow Wilson, cargo que ocupó durante la Primera Guerra Mundial y desde el cual contribuyó a la elevación del poderío militar norteamericano, en 1921, con 39 años contrajo la poliomielitis, una devastadora e incurable enfermedad que lo apartó de la política y lo dejó prácticamente paralitico.
Cuando nadie lo recordaba, siete años después retornó, postulándose para gobernador de Nueva York obteniendo un impresionante éxito y contra todo pronóstico, en 1933 fue nominado candidato por el partido Demócrata ganando la elección, éxito que repetiría en 1937,1941 y 1945. El único presidente norteamericano graduado en arte fue también un luchador incansable contra la adversidad que, de por vida, lo privó de la salud.
Cuando se convenció de que los médicos y la fisioterapia no podían ayudarlo, acudió a los ingenieros y mecánicos, que crearon para él torturantes artefactos metálicos que, aunque ocasionándole intensos dolores, le permitían mantenerse en pie, aparentar que estaba erguido y rotar el torso, movimientos que debía ensayar durante horas. Raras veces se le vio en sillas de ruedas o con muletas.
Debido a su discapacidad utilizó sillas de ruedas que disimulaban su apariencia y los automóviles, aviones y embarcaciones a su servicio fueron dotados de dispositivos especiales. Los inescrupulosos adversarios que se burlaron de sus limitaciones físicas y pretendieron utilizarlas como armas políticas no consiguieron humillarlo ni anularlo.
Padre de seis hijos, cinco de ellos varones, todos combatientes condecorados en la II Guerra Mundial y 27 nietos; en la vida y el servicio público fue un triunfador hasta que, debilitado por esfuerzos excesivos y enfermedades asociadas a su padecimiento, en la noche del 12 de abril de 1945 murió, en su mesa de trabajo y sin disfrutar de la victoria contra el fascismo que contribuyó a forjar.
Con Franklin D. Roosevelt, premiado por los norteamericanos que retribuyeron su consagración reeligiendo tres veces y manteniéndolo doce años en la Casa Blanca, ocurrió lo que comienza a manifestarse con Hugo Chávez cuya voluntad de sobreponerse a la adversidad, al dolor y la determinación de servir a su pueblo aun cuando en ello puede irle la vida, es apreciado como un acto heroico. Líderes así merecen, como mínimo, respeto. Allá nos vemos.