Iván Duque es posiblemente el presidente colombiano que se haya entendido mejor con el yanqui-Imperio, que, con solo un movimiento de ojos, y quizás de orejas, se hace obedecer por el genuflexo.
Estados Unidos no tuvo que pedir autorización de nadie para enviar más militares a terrario colombiano, donde tiene ya nueve enclaves, con un número aún no conocido de soldados, movidos teóricamente para combatir al narcotráfico, en la continuación de un vergonzante Plan Colombia que ha tenido como resultado la muerte de inocentes, el combate a las guerrillas, la protección a los señores de la droga y la repartición de gruesas sumas de dinero entre jefes de los ocupantes y oficiales colombianos de alta graduación que no sabrían explicar de dónde procede tanto dinero, pero esto, por supuesto les tiene sin cuidado.
Siempre cito como ejemplo del bandolerismo construido entre soldados norteamericanos y productores de droga aquellas fotos que muestran a marines cuidando las plantaciones de la bella amapola en Afganistán, con el fin de que no disminuyera la producción de heroína.
Ahora se pudiera hacer otro tanto, porque muchas de los enclaves estadounidenses están en territorio donde están pululos los sembrados de coca y asegurar así una alta producción para su llegada a Estados Unidos, el mayor consumidor de drogas en el mundo.
Si la COVID-19 se curara con drogas, quizás él número de muertos por la pandemia no hubiera llegado tan alta, ni puesto en apuros a Trump para su reelección presidencial.
Ahora la llegada de más soldados norteamericanos y su ubicación cerca de las fronteras con Venezuela, puede inducir a Duque al error de tratar de lanzar una agresión en gran escala contra su vecino, donde la reciente fracasada agresión costera, es un avance de lo que le puede esperar: pérdida, desgaste económico y desastre total.
RECUENTO
Desde que el chavismo tomó el poder en Venezuela las relaciones con Colombia no han sido fáciles, al ser el país uno de los aliados más abyectos a la política norteamericana en este continente.
También ha sido tradicionalmente enemiga de cualquier gobierno de izquierda en la región, desde Cuba hasta Nicaragua, en su tiempo el Brasil de Lula da Silva, Rafael Correa en Ecuador, Evo Morales en Bolivia, incluso la Argentina de Néstor y Cristina Kirchner.
La diplomacia colombiana, que es en efecto muy hábil, llena de tecnócratas, expertos y asesores que van de la mano de las organizaciones estadounidenses en tono neoliberal más no regional, ha tenido una tarea determinante en la política con Estados Unidos.
Los gobiernos colombianos han sido pro-estadounidenses, y a la vez han logrado mantener una línea formalmente neutral, por dos razones esenciales: primera, una guerra interna que aún continúa en parte, con asesinatos de líderes sociales guerrilleros desmovilizados, que hasta la fecha ha dejado más de ocho millones de víctimas; segunda, una escenificación de otra guerra, pero parcial, con el narcotráfico llena de fracasos históricos, compartidos con Estados Unidos, porque en ambas partes hay una extendida corruptela.
Ello trata de ser ocultado con intensa propaganda sobre los grandes operativos estadounidenses, por ejemplo, el asesinato de Pablo Escobar o la captura del Chapo Guzmán, pero la realidad en cifras de disminución o control del narcotráfico nunca se ve afectada, porque al final este tipo de guerra está perdida, mientras existan estos protagonistas corruptos hasta la médula.
Todo lo que está pasando en Colombia, convierte a la nación suramericana en una neocolonia, dependiente de políticas ajenas a los intereses nacionales,