Plantemos un árbol
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Siempre es tiempo para tratar los temas importantes de la vida, como los medioambientales que tengo de manera perpetua en agenda porque me preocupa el futuro del planeta, porque cada vez me convenzo más de que la humanidad dejará de existir por nuestra propia culpa.
Es por eso que del mes de junio hay dos fechas que no quiero ignorar, el Día Internacional de los Bosques Tropicales (22) y el Día Mundial del Árbol (28), porque sin ellos no sería posible la vida, porque su amenaza es muy real y compromete la existencia del mundo tal y como lo conocemos.
Ya sé, parece lejano que nos quedemos sin árboles porque los vemos por todos lados, en unas zonas más que en otras. Sin embargo, no todos los paisajes son iguales. Muchas áreas son deforestadas, y no deberíamos tomarlo con tanta pasividad ni conformismo.
Los árboles son considerados los pulmones del planeta por su capacidad de producir oxígeno y purificar el aire ante la contaminación ambiental; disminuyen el efecto invernadero —aunque no pueden hacer magia frente a la polución tan grande que generamos los humanos.
Además, contribuyen a regular el clima, moderan la temperatura, protegen los recursos hídricos, cuidan el suelo de la erosión y la infertilidad, nos ofrecen alimento y son el hogar de muchísimas especies de animales y personas, sobre todo comunidades originarias.

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Los árboles son imprescindibles para la vida. Dicho de forma más directa, uno de sus beneficios de mayor consideración es que absorben el CO2 de la atmósfera y lo convierten en carbono. Así contribuyen a mitigar el cambio climático, y por eso los bosques son vistos como depósitos de este elemento químico.
Precisamente una de las principales preocupaciones es que con la tala indiscriminada de árboles no puede ser contenido ese carbono almacenado y se libera hacia la atmósfera; entonces se convierte en un acelerador del calentamiento global. No es todo, con tal estrago desaparecen plantas y animales, incrementa la concurrencia de fenómenos contrastantes como inundaciones y sequías, la desertificación y mucho más.
Un alto por ciento de la superficie mundial de vegetación ha quedado arruinada por esa destrucción masiva y sistemática de árboles por la urbanización, así como la obsesión por el combustible y materias primas. No es un asunto solo de ahora, desde el siglo XIX se viene alertando acerca de la pérdida de millones de hectáreas de bosques en el mundo.
Con la industrialización todo se agudizó y es por eso que resulta alarmante en este momento.
A pesar de ello, la naturaleza es resiliente, al menos todavía. Lo comprobamos cuando vemos que de un árbol talado puede emerger de nuevo la vida y retoñar, y también es evidente si calculamos cómo a través del tiempo han sido capaces de resistir cataclismos. Esto quiere decir que aún es tiempo de seguir plantando y devolverle un poco de verde a la Tierra.
Reiteramos: urgentemente el mundo necesita políticas ambientales más ambiciosas y personas que las cumplan para cuidar a los árboles de la deforestación y los incendios intencionados. Dejarlos ser es lo mejor que puede sucedernos, pues la naturaleza es vida. Necesitamos modelos de producción y consumo sostenibles, alternativos, no solo porque retrasa el cambio climático y porque los árboles mejoran cualquier paisaje, ayuda a conservar la armonía, el equilibrio.












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