Paul Estrade: martiano y comunista

Paul Estrade: martiano y comunista
Fecha de publicación: 
24 Enero 2023
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A propósito del Premio Internacional José Martí, que acaba de otorgarle la UNESCO al reconocido intelectual francés Paul Estrade, CubaSi publica fragmentos de una entrevista que concediera hace pocos años a la revista Cuba Socialista.

Paul Estrade (París, 1935), historiador, hispanista, martiano, comunista, es una referencia obligada para los estudiosos de la vida y la obra de José Martí. Profesor emérito de la Universidad de París VIII – Saint Denis, donde impartió clases y dirigió doctorados en el Departamento de Estudios Hispánicos e Hispanoamericanos durante muchos años, vicepresidente del Centro Interuniversitario de Estudios Cubanos (1978 – 1987) y director fundador (1984 – 1997) del Centro de Historia de las Antillas Hispánicas, entre otras responsabilidades académicas, es autor de importantes estudios sobre Martí y sobre Betances, entre los que destaca su tesis doctoral (1984) José Martí, los fundamentos de la democracia en América Latina, recién reeditada en Francia (2017), traducida al español y publicada en España y en Cuba, país con el que ha mantenido una relación entrañable de amistad y solidaridad de más de medio siglo. Estrade ha sido en dos ocasiones Jurado del Premio Casa de las Américas (en 1980, y en 1995, para la convocatoria al Premio Extraordinario José Martí, junto a Cintio Vitier e Iván A. Schulman), es Profesor Invitado permanente de la Universidad de La Habana y colaborador, desde su fundación en 1977, del Centro de Estudios Martianos. Fue presidente de la Asociación Francia – Cuba (a cuya fundación contribuyó en 1960, siendo estudiante universitario), desde 1982 hasta el año 2000. Invitado una vez más a un evento académico del Centro de Estudios Martianos, en ocasión del 122 aniversario de la caída en combate de José Martí, accede a ser entrevistado por la revista Cuba Socialista sobre su vida, sus motivaciones y sus compromisos.

¿Por qué eligió una profesión como la de hispanista?

Tendré que hacerme un poco de sicoanálisis para saberlo. Yo soy de origen muy humilde. Mi papá era obrero, albañil, y mi mamá criada. Pero todos mis abuelos y todos mis antepasados hasta donde la memoria familiar alcanza fueron campesinos pobres, de Corrèze (Lemosín), sin tierra o con poca tierra. Y la primera generación que salió del campo después de siglos, fue la de mi padre; la crisis de la agricultura francesa lo llevó a trabajar en la ciudad, y a los 20 años se hizo albañil. En París se formó también como sindicalista y como comunista. Vino la Segunda Guerra Mundial y fue hecho prisionero, pero logró escaparse, volvió a la tierra natal, y se vinculó a la Resistencia antifascista hasta la liberación del país. Esos son mis orígenes, soy por un lado campesino, sigo pasando dos o tres meses al año en la pequeña finca que fue de mis abuelos y padres, tan pequeña que en 1946 tuvimos que abandonarla, porque teníamos solo tres vacas. Mi papá regresó a París para trabajar de albañil, empezaba la reconstrucción de Francia y pagaban correctamente. Pero, si por una parte sigo siendo hijo de campesinos, ya que aprendí de joven a cuidar las vacas, a ordeñarlas, a trabajar con mis manos la tierra, por otra parte soy heredero de una tradición obrera revolucionaria, de resistencia al nazismo y al franquismo. En Francia se refugiaron en 1939 medio millón de republicanos españoles. Esto de cierta manera está presente en mi conciencia y cuando llega el momento de escoger una vía –mi padre dice, bueno tú no vas a trabajar el campo, ya no hay porvenir allí, tú no vas a ser obrero, no serás explotado como yo, tú tienes capacidades (así se lo había dicho mi maestro), tú puedes ser maestro de escuela, eso era la mayor ambición posible para una familia pobre como la mía–, entonces, con becas, que en aquella época las había para los hijos de familia humilde, pude entrar en la Escuela Normal de Maestros, y allí, por una casualidad, cuando había empezado a estudiar inglés, tuve que escoger un segundo idioma y escogí español. Ese pueblo mío de Corrèze (¡feudos de Chirac y de Hollande!) está ubicado en una región donde se hablaba unaa lengua de Oc (occitano). Mis padres además del francés hablaban ese lemosín que se parece bastante al castellano, al catalán, al italiano. El español me sonaba mejor que el inglés y me gustó como idioma. Pero mi interés mayor era ya la historia. Y al salir de la Escuela Normal de Maestros, un profesor me dijo, tú puedes ser más que maestro de primaria, tú puedes tratar de ser profesor de Enseñanza Secundaria, te vamos a dar una beca para que prepares la oposición para la Escuela Normal Superior. Entonces empecé a recibir clases de preparación de forma intensiva, durante dos años en un liceo parisino (y allí conocí a mi futura esposa Mouny). En esa época yo estudiaba a veces hasta las dos de la mañana –imagínate, en mi casa no había ni un libro, yo no tenía un cuarto propio, teníamos que deshacer la mesa de comer para después de las 8 de la noche leer los libros que no tenía–, ese trabajo intenso al final me sirvió, trabajar duro no me importa, estoy acostumbrado a usar los medios a mi alcance en las condiciones que tenga…, entonces durante las clases de preparación para presentarme por oposición a la Escuela Normal Superior, me aconsejaron lo siguiente: si eliges Historia de entrada –en general las opciones eran de Literatura Francesa, Filosofía, Historia, Geografía, un idioma, un segundo idioma–, tienes que estudiar también Geografía, son dos programas distintos, pero si eliges un idioma, con opción a traducción de esa lengua al francés y del francés a esa lengua, te ahorras trabajo. Aunque en mi fuero interno quería estudiar Historia, opté por estudiar el español y no resultó mal para mi carrera. Hice entonces una carrera de estudios hispánicos y cuando más tarde inicié la investigación histórica –cuando ingresé en la Enseñanza Superior, después de seis años en la Enseñanza Media– y me fui a las fuentes en los Archivos de París, de Madrid, de México y de La Habana, ese conocimiento relativamente sólido del idioma español, de la historia y la cultura hispánicas, me ayudó mucho. Hasta era una ventaja que tenía sobre otros investigadores que se acercaban al tema cubano o mexicano o peruano, desde un conocimiento teórico y práctico de la historia superior al mío, pero dominando mal el idioma de las fuentes primarias que debían consultar.

¿Cómo ocurrió su acercamiento a Cuba, a su Revolución?

Cuando estudié en la Sorbona el idioma español y la civilización española, de 1957 a 1962, había poco espacio para América Latina. Apenas se estudiaba. Podía constituir, quizás, la cuarta parte de tu programa de Licenciatura, pero algunos podían llegar al final sin haber leído a Asturias o a Martí, ni haber estudiado la Revolución mexicana. Existían muchas opciones además de la traducción, el estudiante podía orientarse por ejemplo hacia el estudio del catalán o del portugués, de la lingüística, de la literatura del Medioevo o del Siglo de Oro. Ahora, a mí me interesaba también la política. Pertenecía a la Dirección Nacional de la Unión de Estudiantes Comunistas (UEC). A fines de 1958 hice que viniera al Instituto de Estudios Hispánicas (IEH) un periodista comunista de “L’Humanité”, Georges Fournial, bastante conocido, para que nos hablara de lo que ocurría en América Latina por aquellos días: acababan de abuchear a Nixon y la guerrilla cubana se desplazaba de la Sierra Maestra al Occidente de la Isla. Fournial estaba al tanto y nos habló de esto, lo que despertó mi interés. En 1960, como yo tenía alguna responsabilidad en la organización de los estudiantes comunistas y me atraía el movimiento revolucionario latinoamericano, el Partido, del cual yo era miembro desde 1953, me llama para que ayude a organizar la solidaridad con la ya triunfante Revolución cubana. Eso fue en 1960, Cuba no era aún socialista, el ICAP no existía, el Partido Comunista Francés no tenía vínculos sino con el PSP, no se habían producido aún intercambios de delegaciones, pero mantenía buenas relaciones con el personal de la Embajada cubana, donde se desempeñaba como Embajador un miembro del PSP, el músico Harold Gramatges. No eran relaciones muy efusivas pero tampoco eran clandestinas, eran más bien tanteos, y encuentros de información mutua. Entre algunos estudiantes del referido IEH, redactamos un Manifiesto diciendo que nos llamaba la atención lo que pasaba en Cuba, que era una Revolución nueva, que los dirigentes eran jóvenes, que situaban en el centro de su programa no solo la soberanía nacional sino la defensa de la cultura, que deseábamos conocer más de ese país, porque los medios oficiales empezaban a decir esto es bueno, esto es malo, que aspirábamos a que se constituyera una sociedad de amistad con la nueva Cuba. En unos días, pude recoger 55 firmas de estudiantes y cuatro de profesores, y lanzamos el Manifiesto en junio de 1960. Tengo todavía ese documento, escrito de mi puño y letra.

Éramos jóvenes estudiantes sin gran experiencia ni relaciones, pero recibimos el apoyo del Partido que tenía bastante influencia en los medios culturales, y con el apoyo de Picasso, de Aragón, y otros intelectuales prestigiosos, se pudo crear un Patronato que nos sustituyera. Durante casi un año fungió un Comité Provisional, del cual fuimos Edith Poulain la secretaria y yo el presidente, que se encargó de todo, pero nuestra intención era transferir nuestra iniciativa a una Asociación de carácter nacional. Esa asociación de amistad y solidaridad, Francia-Cuba, nació en París en febrero de 1961. La Asociación Francia-Cuba existe todavía, es la más antigua al menos en Europa Occidental. Se mantiene sobre todo por los principios que la animan desde el inicio, no quisimos hacer con ella una sucursal de la Embajada de Cuba, la cual no necesitaba a su lado un grupito más castrista o más revolucionario que ella, necesitaba un apoyo amplio de la sociedad francesa, inclusive de los partidarios de De Gaulle, que compartían la idea de la independencia nacional. De modo que desde el principio tuvimos en la presidencia colectiva a gente de derecha, gaullista, soberanista, antinorteamericana, conforme con la expulsión de las bases militares norteamericanas del territorio francés; y a gente de izquierda, con la presencia permanente del Partido Comunista y de otras fuerzas progresistas. Es verdad que la SFIO (socialdemocracia) tardó mucho en integrarse a nuestra asociación, a pesar de que se afiliaron algunos militantes de base, pero ninguno de los que poseían un peso real en la SFIO lo hizo.

Hubo que esperar hasta octubre de 1974 cuando el líder del nuevo Partido Socialista Francés, François Mitterrand, visitara a Cuba, precedida por la visita en junio de una delegación del Partido Comunista Francés encabezada por Georges Marchais -el secretario general del Partido más favorable a Cuba que hemos tenido en toda la historia (aunque ahora la relación es muy buena entre el PCC y el PCF)–, en el contexto de esa doble visita y de la constitución de una izquierda plural que llevó al poder a Mitterrand en 1981, para que ingresaran la directiva colectiva de Francia-Cuba algunos dirigentes socialistas, tal como Antoine Blanca.

Pero, ¿cómo el historiador y comunista Paul Estrade se convirtió en uno de los más importantes estudiosos de la obra de José Martí?

En aquellos primeros años, mantenía relaciones con la Embajada, en particular con uno de sus secretarios, ya fallecido, René Álvarez Ríos –su hermano Baldomero trabajaba en la OSPAAAL–, encargado de las relaciones con los franceses solidarios de Cuba. Él era joven, hablaba francés y estaba casado con una francesa; conversábamos mucho, y nos proporcionaba documentos. Entonces me doy cuenta de que en Cuba de forma permanente se cita a Martí –al “autor intelectual”-, de que las leyes empiezan haciendo referencia a él; de que muchas consignas son frases de él. Entonces por mi curiosidad histórica quise remontarme a los orígenes de la Revolución, tal como lo planteaban los dirigentes cubanos. Y tuve la suerte –se lo agradezco a la Revolución cubana–, de que la Imprenta Nacional de Cuba, al frente de la cual se encontraba Alejo Carpentier, publicara las Obras Completas de Martí en 30 mil ejemplares (imagínate, son 27 tomos). Y llegaron dos colecciones a través de la Embajada para la Asociación Francia-Cuba. El tesorero de la Asociación –Fournial- dijo, bueno, vamos a dejar una colección en la biblioteca de la misma y la otra la venderemos a los efectos de la solidaridad. “Yo la compro”, le dije. La compré a un precio no muy elevado, y empecé a leerlas.

Por otra parte, en 1966 decidí pasar a la enseñanza superior, no porque me sintiera mal en la secundaria, sino porque la tarea docente resultaba ya insuficiente como actividad e incentivo intelectual. Necesitaba más, mi esposa también me empujó a volver al estudio y a la investigación, una pasión hasta entonces refrenada.. Pero no era fácil ese salto, yo era conocido como un “lobo blanco”, es decir como un Rojo, por mis ideas, por mis actividades en Francia-Cuba, y por mis responsabilidades en la UEC y ahora en el PCF, dos veces había sido designado para representarlo como suplente de una candidata a la diputación en un distrito de París… frente al ministro del Interior. Los “mandarinos” de la Universidad de París no querían favorecer mi ascenso pese a la validez de mis títulos (“Agrégation”). La barrera casi infranqueable era ideológica. Pero no renuncié. Hablé con el profesor Noel Salomón, de la Universidad de Burdeos, un universitario muy reconocido que además de ser comunista desde la guerra antifascista era uno de los pilares del comité de Burdeos de Francia-Cuba. Aceptó dirigir mi tesis sobre Martí, me aconsejó que no leyera ninguna crítica sobre Martí hasta tanto no terminara de leer y anotar por mí mismo sus Obras Completas. Tres años de trabajo benedictino. Eso me permitió ver que no existía un único Martí, que había en él una evolución, me ayudó mucho el “pensar histórico” recomendado por el historiador marxista Pierre Vilar para comprender por qué Martí habla de Dios al inicio de su recorrido intelectual, y no al final, cómo van variando los conceptos en su obra, cuando se hace más radical, comprobando que efectivamente en 1887, en lo económico, acercándose él a Henry George, en lo social, a partir de la represión del movimiento obrero de Chicago (mayo de 1886), en lo político, terminada la tentativa algo aventurera de Gómez y Maceo; en 1887 todo converge para que cuajen en Martí las ideas radicales, a pesar de la supervivencia de varios aspectos liberales. No es posible vislumbrar esa evolución si no se sigue su pensamiento de forma cronológica y las Obras Completas no estaban organizadas de esa manera –la Edición Crítica sí–. Tuve pues que leerlo todo, hacer las fichas y después reagruparlas por conceptos y fechas, examinando los contextos, la naturaleza y el destinatario de cada pieza, aclarando lo que decía por lo que hacía, el significado concreto en el siglo XIX de tal o cual palabra, porque te puedes confundir con las palabras, qué era por ejemplo ser liberal, etc. Así me hice de aprendiz de investigador y estudioso martiano.

Los llamados “acontecimientos” de mayo de 1968 me permitieron acceder por irrupción a la Universidad. Hubo un movimiento contestatario muy fuerte, que se rebeló contra las jerarquías en la Universidad, contra el poder de los catedráticos que tenían ayudantes casi personales –nombrados por ellos y de hecho a su merced-. Y como suele suceder en los momentos revolucionarios, me cooptan en la Universidad sin pasar por una oposición o una comisión de admisión. Recibo una llamada telefónica de un Rector de provincia que me dice: señor Estrade, antes de la medianoche (eran las 8 de la noche), envíenos un telegrama que diga “sí, acepto el puesto en la Universidad”. El puesto había sido creado para mí, para que hablara de Cuba desde mi óptica política. Así me hice profesor universitario a partir de septiembre de 1968. Nunca nadie impugnó después mi nombramiento: tenía los títulos y la aquiescencia general. Ese Rector era de la Universidad de Rennes, capital histórica de Bretaña, voy para allá, pero al poco tiempo, el Gobierno, presionado por el movimiento estudiantil, aprueba una amplia e inédita Reforma Universitaria basada en la descentralización y la autonomía, y crea una Universidad experimental donde los profesores, en igualdad de condiciones, podían introducir sus ideas de manera experimental: materias, contenidos, métodos de enseñanza, métodos de evaluación, organización del año por semestres, organización de las aulas, cogestión, etc.. Ese fue el Centro Experimental de Vincennes, construido en breve en medio del bosque de Vincennes, llamado también Universidad de París VIII. El Rector de Rennes accedió a que yo me trasladase a ese lugar, a donde me habían solicitado. Y otra vez me habían solicitado los iniciadores de dicha Universidad potencial para que yo impartiera clases de español y de civilización hispanoamericana, pero también clases de Historia de Cuba y de su Revolución, ya a los diez años de su triunfo. Así es como en enero de 1969 ya empiezo a tratar a la Revolución cubana como un hecho histórico, si no era posible aún un análisis profundo de la misma, al menos era posible empezar a periodizarla: qué fases, qué fuerzas, qué Partido, qué organizaciones de masas, qué problemas económicos, qué reformas esenciales, qué significado en Latinoamérica y el mundo, etc. Después estuve en Cuba, en 1971 y luego en 1979, en cada ocasión por tres meses, para estudiar la obra de José Martí, con ayuda económica del CNRS (Francia) y la Academia de Ciencias (Cuba). En París, había hecho amistad con Juan Marinello y luego con Julio Le Riverend, cuando desempeñaban cargos diplomáticos; sus orientaciones y consejos mucho me sirvieron. En la segunda de esas estancias –yo estaba alojado en el Habana Libre–, fui en la noche con unos amigos a la Universidad, a una reunión de estudiantes en apoyo creo que a Nicaragua y llegó Fidel casi a medianoche, animando un conversatorio improvisado. Fue la primera vez que lo vi frente a mí.

Permítame ahora algunas preguntas de carácter más general, ¿para qué sirve la historia?

Para decirlo en pocas palabras, depende de quién responda. Como historiador es una ocupación, es un oficio, pero como ciudadano es una obligación, es un compromiso, porque al hacernos entender de dónde venimos nos permite ubicarnos mejor en nuestro tiempo, en nuestra sociedad y sacar algunas conclusiones con validez para los tiempos venideros. Pero ello no ocurre de forma automática, sabemos bien que la repetición de la historia puede conducirnos al error, porque han cambiado los contextos, las fuerzas dominantes, la naturaleza de las aspiraciones populares..

¿Cómo se relaciona la interpretación de la historia con el proyecto de futuro que tiene el investigador?

Todo depende de con qué métodos y con qué fines uno se acerca a la historia. Si vas buscando datos concretos para conocer con precisión los hechos, los personajes, eso no tiene mucha utilidad de futuro, es una satisfacción del espíritu, pero no se puede extraer de esos datos una conclusión de futuro. Ahora, lo que sí sirve para mí, en la línea de Pierre Vilar –a quién conocí como profesor, y que fue presidente de la Asociación Francia–Cuba antes de que lo fuera yo– es la idea, para mí fundamental, del “pensar histórico”, es la capacidad de ver las cosas en su evolución, de dónde vienen, a dónde van, con qué fuerzas, con qué contradicciones, en qué contextos. Trato personalmente de poner en práctica ese “pensar histórico”, de esa forma los estudios históricos tienen validez para el pasado, pero también para el presente; al intentar analizar una situación cualquiera de crisis, en Francia, en Venezuela o en Afganistán, hay que poner en práctica ese “pensar histórico” para tratar de saber cómo y por qué se ha creado tal situación, qué fuerzas tuvieron interés en que se creara y pretenden que se mantenga, qué fuerzas tienen interés en que se resuelva. Es necesario poner en interrelación los diferentes factores con sus raíces históricas, culturales, materiales, filosóficas, políticas; ya que todo hecho analizado tiene una historia y hasta una prehistoria. Ello nos puede permitir apreciar con menores errores de enfoque una situación determinada, tomando en cuento todos los elementos – como proponía Martí- , considerando – como lo recomendaba Lenin- que ningún concepto tiene un valor abstracto en sí, que todo depende del momento, de quién habla, para quién habla, de lo qué significa concretamente lo que esa persona dice o hace, de la manera como el interlocutor lo entiende.

Paul Estrade, el martiano, el betanciano, el humanista, nunca ha renegado de su militancia comunista. ¿Se siente orgulloso de ella?

Sí, por varias razones. La primera es por fidelidad: soy heredero de una familia obrera, sindicalista, comunista, de activos miembros de la Resistencia antifascista. Y yo, al cambiar de estatus social no voy a renegar de mis orígenes. Ahora, donde estoy, con más posibilidades de expresión, lucho por lo que mis abuelos y mis padres quisieron realizar. La segunda razón, porque tuve la suerte de estudiar la historia de mi país, la historia del mundo y la de mi partido. La creación del partido comunista francés en 1920, y el abandono de la vía socialdemócrata, fue un acierto. En todas las grandes batallas que han traído cambios de avanzada a favor del pueblo en Francia, en 1936 con el Frente Popular, en 1945 con la Liberación, o después de 1981 con Mitterrand y la presencia de comunistas en su Gobierno, en todos esos avances, estuvo presente y pujante el partido. Y la tercera razón: a pesar de los problemas planteados en particular por el estalinismo, inclusive en nuestro partido, en la resolución de manera autoritaria, nada democrática, de algunas cuestiones importantes, pese a eso que fue fruto podrido de una época de guerras desgarradoras, del papel preponderante que forzosamente desempeñaban la Unión Soviética y su partido, yo pienso que el concepto de comunismo sigue siendo válido como meta colectiva y bandera programática, y que el uso del concepto de partido comunista sigue pertinente con tal nombre. Soy de los que nunca han deseado que se le cambie el nombre. No es que él sea tabú, y yo fetichista, pero el nombre de comunista tiene raíces en Francia desde la Revolución Francesa (Babeuf, Buonarroti), se remonta a 1848 (Manifiesto de Marx y Engels), a la revolución parisina de 1848 y a la Comuna de París de 1871. Nos sentimos orgullosos de cuanto nuestro partido ha hecho. No participamos en las guerras coloniales, nuestros militantes fueron encarcelados o degollados por defender al pueblo de Ho Chi Minh o al de Ben Bella, etc., tenemos una larga historia anticolonialista desde la guerra del Rif, una historia antifascista gloriosa y dolorosa, nuestros militantes fueron fusilados por los nazis, nuestros militantes sindicalistas sufrieron la represión, no tenemos las manos manchadas de sangre, no hemos participado en ninguna represión popular, al revés, las hemos sufrido. El partido comunista puede sentirse orgulloso de llamarse así, no solo por lo hermoso del ideal de fraternidad humana que conlleva el comunismo, sino también por su propia trayectoria de casi un siglo de existencia.

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