La migración demuestra que algo anda muy mal en el mundo
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La situación demuestra que nada de lo que se ha hecho hasta ahora significa una solución al problema, y que todo es más desidia que diligencia. Es en lo que insiste el gobierno de México cuando llama repetidamente -y lo ha vuelto a indicar en este período de sesiones en la Asamblea General de la ONU- a atacar las causas de la migración. Foto tomada de PL.
La alta migración revela la profundidad de la crisis humanitaria, la cual es una alerta irrecusable de que algo anda muy mal en el mundo aun cuando muchos dan por terminado el ciclo neoliberal.
La pandemia de Covid-19 fue el involuntario factor que puso al descubierto de la forma más desgarradora el mecanismo de explotación y saqueo más atroz desde el régimen de esclavitud, el neoliberalismo, porque desbordó todos los límites conocidos de la desigualdad social y económica, y desbarató los patrones de equilibrio que sostenían al sistema debido a una alta concentración de la riqueza universal en pocas manos, como nunca ante se había visto.
Incluso en medio de la pandemia, y cuando millones de personas morían por el virus, las cifras globales de ganancia mercantil aumentaron de forma exagerada, y no solamente de las farmacéuticas, mientras que en numerosos países no había ni médicos ni medicinas para asistir a los enfermos e intentar salvarlos, ni vacunas. Fue bochornoso.
Ese panorama de exagerada concentración de la riqueza, saqueo descomunal ante una mirada casi malthusiana de la ONU sobre la tragedia, aceleró como nadie imaginó el éxodo de la periferia del mundo hacia los centros, casi sin exclusión, pero en particular de África y América Latina, los más saqueados por las grandes empresas.
La Covid-19 mostró el esqueleto atrófico y muy debilitado de un sistema socioeconómico y su modo de producción que le sirve de base en franca crisis, sin posibilidades de sobrevivir al cambio de época generado y gestado desde sus propias entrañas.
Esta histórica migración es consecuencia de ese fracaso estructural que ya es muy difícil de apuntalar porque esto último solamente sería posible si se acepta que sus causas son provocadas por un régimen sociopolítico depredador y hay que eliminarlo.
El primer paso es aceptar esa realidad, y de no hacerlo, no habrá ni muros, ni boyas alambradas, ni cercos con dinamita, ni miles de drones saturando de metrallas los campos, que detengan a quienes prefieran morir ahogados en el río Bravo o enredados en obstáculos, atravesando la tupida selva del Darién, o asesinados por coyotes desalmados.
Es muy bueno el planteamiento de México de humanizar la migración, pero no lo definitivo, es solo una forma de aplacar en algo la emergencia y contener en lo más posible la tragedia hija de la pobreza.
Lo sustantivo es acabar con sus causas, como también proclama México, pero más allá de lo circunstancial como lo miran desde Estados Unidos y Europa porque no se trata solamente de generar empleo o aumentar en algo el ingreso familiar con planes multimillonarios como el Marshall de postguerra que solo sirvió para empoderar aún más a Estados Unidos.
Tampoco lo es invertir en un tipo de desarrollo que, al final de cuentas, puede ser la apertura de un nuevo camino para seguir explotando.
Es, como dijo la canciller de México en el pleno de la 78 Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas, Alicia Bárcena, la urgencia de un cambio de paradigma de desarrollo que redistribuya el poder y la riqueza, y que cierre las inaceptables brechas y asimetrías entre ricos y pobres, y entre países.
Como dijo el presidente de Argentina, Alberto Fernández, en la cumbre del G77 y China en La Habana, es cooperar para acelerar un cambio de época ya irreversible antes de que este viejo y obsoleto sistema acabe con todos nosotros como especie. Impedir esa consecuencia a toda costa.
México acaba de convocar a reunión a los 10 países de la región con más alto índice de migración para convertirse en su vocero y llevar sus criterios a una reunión con Joe Biden.
El gesto es propio de su humanismo y de su óptica acerca de la migración que, según su criterio, debe ser una opción y no una obligación.
Esa forma de pensar encierra un ideal, una especie de regreso al estado de bienestar que en realidad siempre fue un eslogan para el resto del mundo fuera de las empalizadas de las sociedades ricas que sí lo disfrutaban.
Lo que sí debería ser lo ideal, el sueño dorado -no el sueño norteamericano que es la peor pesadilla de nuestros tiempos- es que la migración no deba ser ni siquiera una opción porque podría implicar que subsisten desigualdades, sino un simple gusto, un placer casi turístico, sin ninguna otra trascendencia.
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