Geopolítica: El próximo capítulo de la guerra en Ucrania puede ser el último

Geopolítica: El próximo capítulo de la guerra en Ucrania puede ser el último
Fecha de publicación: 
1 Octubre 2022
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Rusia acaba de anunciar la unión de los territorios del Donbass con la Federación. El plebiscito se hizo sin la aprobación de Occidente, que lleva amenazando meses con subir la parada en la región hasta el ataque nuclear. Las narrativas se disparan en los medios y prosigue la guerra cultural. Tanto los organismos de inteligencia como las agencias de noticias plegadas a los Estados Unidos sostienen que fue un proceso ilegal, una anexión, mientras que esconden las limpiezas étnicas ordenadas por Kiev desde 2014. La crisis humanitaria contra la población ruso hablante es una realidad desatada por Occidente y permitida por los paraguas desinformativos desde hace mucho. Ante esto, ¿había otra alternativa para Moscú que proceder a la protección de su gente? La OTAN había prometido en 1991 que no se iba a expandir hacia el este, que ya la Guerra Fría era cosa del pasado. Pero el bloque no ha parado de hacer guerras y de anexarse naciones. Todo ello ha tenido la complicidad y el silencio de la prensa que hoy crucifica a Rusia. Nada de hablar de las agresiones del grupo atlantista en Serbia, de las invasiones en el Medio Oriente, ni de su rearme a Zelensky. Todo se dirime en una narrativa de malos y buenos en la cual Washington tiene un papel de “salvador del mundo” frente a la malvada cúpula rusa que se quiere apoderar de la “infeliz” Ucrania. 

Ni siquiera se respetaron los acuerdos de Minsk que hubieran evitado la operación rusa y miles de bajas y de daños. Todo lo que Occidente y Kiev hicieron mal, ha quedado sepultado en una avalancha de argumentos infantiles y emocionales que no apelan a la razón sino al odio, a la rusofobia y a justificar cualquier aislamiento contra Moscú. En cambio, pareciera habérseles olvidado a los políticos occidentales que Rusia es la primera potencia nuclear del mundo, que ha tenido además la ecuanimidad de sostener sobre sus hombros todo ese acoso y jamás ni siquiera insinuar el uso de tal poderío. Estados Unidos, en cambio, tiene en su haber la vergüenza de ser la única nación que usó dicha arma en un conflicto con las consecuencias devastadoras aun en el presente. Pero además, recordar que Zelensky sí pidió armas atómicas para colocarlas frente a Moscú, lo cual tampoco es tenido en cuenta por la prensa occidental. Lo que vemos hoy en este asunto es una guerra de cuarta generación en la cual no importa la realidad, sino el teatro de operaciones virtual, o sea la ideología y sus variaciones de cara a la justificación del conflicto. 

Y es que el fin de la guerra es lo que Occidente no quiere. Por un lado, satisfacen sus ambiciones geopolíticas y por otro el complejo militar industrial tiene clientes para exportar y probar sus armas. La existencia de un enemigo es rentable para el capital, no importa si antes era el fundamentalismo del islam y ahora lo es Rusia. Hacen falta hipótesis de conflicto que les den salida a las ambiciones de las élites globalistas enfrascadas en un solo modelo de sociedad y una sola lógica geopolítica, la del capital financiero con base en Londres y Nueva York. Pero esta gente de Occidente ha puesto el mundo al borde de una catástrofe y ha instaurado de nuevo el chantaje atómico, como aconteciera en los finales de la segunda guerra mundial. La política hecha a partir de la diplomacia está en crisis y la división  global en dos bloques hace que la economía se resienta, favoreciendo solo a los poderosos. La caída del nivel de vida de la clase obrera o los muertos en Ucrania son víctimas colaterales. Hace falta criminalizar a Putin y lo van a hacer hasta el final, imponiendo una sola manera de entender la guerra. 

 Los lobos dominan el panorama y creen que pueden mantenerlo bajo control, jugando con fuego. Una llama que por demás va a quemar tanto a tirios como a troyanos, sin dejar títere con cabeza. Una tercera guerra mundial será la del fin de la humanidad y de la historia, cosa que ya no puede expresarse a través de la simplona metáfora de Fukuyama, sino del cementerio que será el planeta tras el lanzamiento de los cohetes. Rusia y sus aliados poseen un sistema supersónico que puede rebasar la capacidad de contragolpe de los occidentales, aun así, Estados Unidos provoca, envía armas, hace boicot diplomático y manipula la situación. Otras naciones europeas, en tanto, se aprestan a entrar en la OTAN. Unas anexiones por cierto que nadie condena, sino que parecen ante la prensa como actos de soberanía nacional y de autodefensa. El mundo del revés dibujado por los periodistas y los analistas de tres por quilo no da para un circo de mal gusto, pero engañan a una clase obrera alienada, sin conciencia de sí misma, que se halla desmovilizada, sin fuerzas y dividida. El capital ha logrado que la guerra sea además un mecanismo de adormecimiento hacia el interior de sus naciones, de manera que el malo sea Putin y no el gobierno que está tomando unas acciones cada vez más suicidas en la arena internacional, las cuales encarecen el nivel de vida y de los combustibles. 

Las verdaderas anexiones son las que colocan los misiles delante de Moscú, tratando a una superpotencia con desprecio y estableciendo una geopolítica del chantaje. Son las que incorporan más naciones a la OTAN bajo un pretexto de autodefensa cuando las armas emplazadas todas son ofensivas y de alta capacidad de destrucción. Ahí está el verdadero calor de este conflicto y en el cual los medios occidentales no quieren meterse pues se les cae el tinglado antirruso a través del cual justifican lo que sucede con Ucrania. La partición cultural de un país, su destrucción, la impunidad de fuerzas militares neonazis no son hechos que estén en la agenda de los periodistas de las agencias hegemónicas. Tampoco las limpiezas étnicas y las víctimas civiles de la población prorrusa, ni las leyes que contra ese segmento dictaron en Kiev. La ceguera llega a ser sintomática y provoca un verdadero tsunami de mentiras. Es Occidente quien hizo fracasar la diplomacia alentando que se violaran los tratados de paz y los derechos de una parte de los firmantes, es Occidente quien arma a Kiev y desalienta los intentos de paz, es Occidente quien dice que usará la fuerza hasta las últimas consecuencias. El sistema internacional de Naciones Unidas se ha mostrado incapaz de contener este fenómeno y en ocasiones ha servido de escenario para el acoso contra Rusia. Se ha revivido el discurso incluso del anticomunismo, aun cuando Moscú no es comunista. Todo dardo les es válido, todo veneno, toda postverdad. 

En esta guerra-negocio las empresas además se frotan las manos con la reconstrucción de Ucrania, los contratistas occidentales hacen dinero vendiendo armas y prestando grandes sumas y luego siguen sus dividendos cuando entran con las compañías inmobiliarias para reconstruir. La guerra es un pico de mercado, una oportunidad de oro creada por la estupidez de los políticos, de la cual siempre salen perdiendo los mismos. El enfoque clasista en este asunto sigue siendo central, cuando no perentorio. Aunque todo se intente ver como un show en el cual Putin es como una especie de archienemigo. ¿Qué le queda al mundo? Tratar de evitar la guerra. La votación condenando la unión del Donbass con Rusia puede ser polémica, podrá haber opiniones válidas o no de un lado o de otro. Pero la realidad es que Occidente lo que defiende es el crecimiento del conflicto, del cual sacan réditos las élites. Se está abogando por la ganancia, la misma que empobrece al de abajo, pero que establece capitales crecientes a los grandes propietarios de las empresas de todo tipo que viven de la renta de la guerra. 

No obstante, el negocio de la guerra ha fracasado en la parte de debilitar a Rusia. La moneda del Kremlin no solo es más fuerte sino que está respaldada por mercados crecientes y más diversos en los cuales se vende tanto el petróleo como el gas. La superpotencia se ha hecho independiente de los mecanismos financieros de Occidente y eso marca el inicio de nuevas formas de entender el flujo del capital que no pasen por los centros globalistas de antaño. A la larga la guerra va a dañar la geopolítica imperial y va a establecer otras formas de negociar y de hacer diplomacia, basadas en la energía, en la viabilidad, en la soberanía. Y no, en el chantaje, la mentira y la postverdad. Los nuevos mercados del gas y del petróleo no solo pagan bien sino que son tierras que se industrializan y que poseen la voracidad por el crecimiento. Se trata de las potencias del sudeste asiático, como China e India, en las cuales Rusia posee grandes intereses. El negocio de Occidente puede ser un fiasco a largo plazo, aunque las empresas vinculadas a Biden digan ahora que conviene. Es pan para hoy y hambre para mañana para el capital  decadente de Londres y Washington. ¿Qué le viene quedando a Occidente? La OTAN y su sistema de presiones, su geopolítica del terror y del expansionismo, las anexiones de tierras que amenazan con incorporar a otros países para colocar ahí ojivas nucleares. A tal punto se ha reducido la prestancia y la fuerza de Occidente, que fuera la primera potencia durante décadas y supuestamente el vencedor de la Guerra Fría. Hablar de soberanía y de derechos de los pueblos no les queda a los otanistas ahora mismo, aunque esa sea su carta de juego en medio de las manipulaciones por los referendos en el Donbass. La ONU no debería prestarse para ser un escenario en el cual se obvien realidades duras, hechos comprobables y maniobras. 

Por ejemplo, Rusia ya posee las pruebas sobre los laboratorios occidentales con COVID 19 en Ucrania, pero las matrices lo desmienten sin mostrar otras cosas que los endebles argumentos de siempre. Cualquier nación en medio de una pandemia consideraría que armas nucleares, más biológicas, más un discurso antirruso era suficiente para la defensa, pero los medios occidentales son especialistas en justificar, en linchar y en invisibilizar. Se está a las puertas de un conflicto mayor que defina el mundo y aun se sigue alentando la matriz de que “Rusia es mala” y nosotros los “buenos”. 

Ni como negocio ni como jugada geopolítica saldrá bien esta guerra, que no es local, que no es solo rusa y ucraniana, sino que es una expresión de una tercera conflagración mundial soterrada y en marcha que ojalá no aflore. Se está jugando demasiado en estos comicios en el Donbass, pero más que nada la paz del mundo. 

Una cosa sí es cierta, cuando Rusia entre en estas provincias y las considere su territorio, ya la guerra será plenamente de defensa nacional. Las consecuencias para Kiev y sus limpiezas étnicas son previsiblemente mayores. Hay que esperar. El próximo capítulo de esta saga promete. Ojalá no sea el último. 

Queremos seguir vivos.  
 

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