Fidel en las victorias y la memoria

Fidel en las victorias y la memoria
Fecha de publicación: 
23 Noviembre 2020
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Cuando el 25 de noviembre de 2016 el pueblo cubano sufrió el impacto doloroso de la partida  del Comandante en Jefe Fidel Castro, casi todos se estremecieron ante la coincidencia traída por la casualidad: el hecho infausto ocurrió en el día en que se conmemoraba el 60 aniversario del inicio de la expedición del yate Granma, liderada por él, e integrada por 82 audaces combatientes, dispuestos a luchar a toda costa para alcanzar la liberación definitiva.

   Y el mensaje del azar, que seguramente el líder de la Revolución hubiera refutado como misterio, debido a su sólida formación científica y principios marxistas-leninistas, fue tomado por su pueblo fidelista y martiano como una lección del tiempo, empeñado en recordar su invencible espíritu de lucha en el momento en que la vida física declinaba por ley natural, reafirmando el camino de siempre. El pueblo en medio de su tristeza dijo entonces: “Yo soy Fidel”.

   Había nacido el 13 de agosto de 1926 en la demarcación rural de Birán, en el oriente del país, hoy perteneciente a la provincia de Holguín. Era hijo de un hacendado de origen español y una cubana: el gallego Angel Castro y la pinareña Lina Ruz.

   De modo que en el momento de su deceso tenía 90 años cumplidos para alegría y beneplácito de los cubanos, quienes seguían de cerca la evolución de su delicado estado de salud. Vivía al calor de su familia, cultivando plantas útiles, estudiando, leyendo, escribiendo artículos, y sobre todo compartiendo su invaluable experiencia y sus conocimientos vastos con el pueblo y los amigos que los necesitaran. Su corazón y sus puertas siempre abiertas.

   Habló de ello en más de una ocasión y lo cumplió hasta el último día. Nació para luchar y el combate por las causas justas, que siempre fue con espíritu optimista , pues solo concebía la victoria, dio sentido a su vida provecta y descollante, no solo para sus connacionales sino para los pobres y oprimidos de puntos lejanos del planeta. La vocación martiana de servir era esencial en él.

   Fue ese revolucionario y rebelde casi nato desde la niñez, luego forjado por sólidos principios éticos y conocimientos en la juventud, quien, tras el arribo a Cuba del yate Granma en 1956, y el primer golpe demoledor a su fuerza, no claudicó ni cejó, decidió volver a empezar con mayor brío.

   Se adentró en la agreste Sierra Maestra con escasos sobrevivientes e ínfimos fusiles, combatió, organizó, sumó y convenció, y formó el Ejército Rebelde, que derrotó a la tiranía de Fulgencio Batista y declaró la Revolución triunfante el  Primero de Enero de 1959.

   Además de su espíritu de combate, sus compatriotas recuerdan al líder justiciero, desde que era un joven abogado defensor de los desposeídos, y en el cumplimiento del llamado Programa del Moncada, puesto en marcha desde la misma victoria de enero, basado en La Historia me Absolverá, su histórico alegato en el juicio de los asaltantes al cuartel Moncada (1953).

   Y conste que para llevar al pueblo cubano la equidad y la justicia prometida debió enfrentar acciones, agresiones y la guerra sucia que los EE.UU. desataron contra Cuba desde la misma victoria. Batallas libradas junto al pueblo cubano.

   A pesar de los ataques y sabotajes, de los crímenes concebidos y pagados por la CIA y el Pentágono yanqui, los hijos de esta tierra siguieron a su líder, con profunda convicción en la maravillosa, aunque difícil Campaña de Alfabetización, lo respaldaron en las nacionalizaciones a empresas norteamericanas, se movilizó en la Crisis de Octubre, y combatió heroicamente en las arenas de Girón, propiciando la primera derrota al imperialismo en América.

   Un pueblo que lo acompañaba no solo porque era siempre el primer combatiente, sino porque siempre decía la  verdad y se regía por valores.

   Esto lo hizo emprender otra batalla singular en los años 80, cuando estimó que ciertas manifestaciones de la conciencia social, de tendencia negativa, se entronizaban en colectivos laborales y obstaculizaban su buen desempeño.

   El período de rectificación de errores y tendencias negativas, dirigido por él con firmeza, se vio interrumpido por la grave situación generada por la caída del campo socialista y la llegada abrupta del llamado período especial, por la  sensible depresión económica que padeció el país.

   Una vez aliviada esa cruda etapa, siempre bajo la presión despiadada del bloqueo económico y financiero ordenado por Estados Unidos, la inmensa mayoría del  pueblo cubano permaneció al lado de Fidel y de la construcción de un modelo social socialista, a pesar del alto costo material y espiritual pagado en los años precedentes por la crisis. Bajo ataques, presiones y agresiones colosales del Imperio.

   No por gusto había contribuido tan decisivamente a dar justicia, educación y cultura al pueblo que ayudó a liberar y al cual también estimuló a desarrollar la ciencia, el espíritu humanista, la dignidad, algo que pudiera ser una utopía para una pequeña nación del Tercer Mundo, que todavía lucha por el desarrollo. Y también un sueño para los tiempos que corren.

   Forjó otra grandeza: el incremento de la solidaridad con el prójimo, con otros pueblos del mundo, como el apoyo a la lucha por la independencia de Angola, así como los miles de trabajadores de la salud y la educación cubana que han salvado vidas y formado a ciudadanos del mundo, de manera altruista.

   Si en Cuba hay un orgullo inmenso por el Fidel combatiente, también lo hay por el estadista brillante, el político y ciudadano del mundo comprometido con causas como la lucha contra el cambio climático y el hambre. Un nuevo 25 de noviembre llega, entonces, con el aliento de su vida. 

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