Estados Unidos bajo la amenaza del virus Donald Trump

Estados Unidos bajo la amenaza del virus Donald Trump
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Fecha de publicación: 
10 Junio 2021
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La política llevada a cabo por la actual administración norteamericana para enfrentar la pandemia del COVID 19 parece empezar a dar resultados satisfactorios. Todo apunta a que los casos de contagio han disminuido, las hospitalizaciones han disminuido y las estadísticas de nuevas muertes descienden drásticamente a medida que más estadounidenses se vacunan. 

Sin embargo, el gobierno encabezado por Joe Biden no parece haber tenido igual suerte para contener esa otra pandemia que azota a Estados Unidos propagada por su antecesor en la Casa Blanca Donald Trump: la de la mentira.

En su primera aparición pública, luego de que apareciera en la Conferencia de Acción Política Conservadora (CPAC) en febrero, el expresidente Donald Trump regresó a la campaña electoral para las elecciones de 2021 para afirmar que su derrota en las elecciones fue fraudulenta.

Sus últimas declaraciones sobre el tema tuvieron lugar el pasado sábado en la convención republicana de Carolina del Norte en Greenville, donde insistió, nuevamente, en que la carrera electoral de 2020 fue robada y corrupta.

Después de jactarse sobre el papel de su administración en el desarrollo de la vacuna contra el coronavirus y de atacar también la política exterior, energética y migratoria de la administración Biden, volvió a insistir en la mentira del fraude electoral.

“La evidencia es demasiado voluminosa para siquiera mencionarla”, dijo.

Según él, los muertos habían votado en la pasada contienda, Facebook había alentado la realización de campañas de votación en enclaves liberales y a los “indios” (aparentemente refiriéndose a los nativos americanos) se les había pagado para votar.

 “Fue una elección del tercer mundo como nunca antes habíamos visto”, dijo el expresidente, citado por POLITICO.

Y después de aplaudir las auditorías a los resultados de las elecciones de 2020, que se estaban realizando en varios estados, se burló de la idea de que todo esto era subversivo y problemático para la sociedad. 

“No soy yo el que está tratando de socavar la democracia”, dijo Trump mientras la multitud se ponía de pie. “Yo soy el que está tratando de salvarla”.

Según testimonios de algunos de sus asesores ofrecidos al Post, el ex mandatario sigue obsesionado con las elecciones de 2020 y convencerlo de que perdió es como “escupir al viento”. 

Se empeña en creer que la posibilidad inexistente de que las revisiones y auditorías de las boletas impulsadas por sus partidarios aún puedan demostrar que ganó y anular las elecciones a su favor y regresar a la Casa Blanca.

Tales desvaríos fueron confirmados ayer en una columna de opinión publicada en Los Angeles Times bajo el título "Trump y sus seguidores republicanos luchan desesperados por un golpe de Estado" donde se afirma que: "Estados Unidos y el mundo siguen incrédulos, paso a paso, la intensa preparación, abiertamente, de un nuevo intento de golpe de Estado de Donald Trump, con apoyo total de los republicanos determinados a hacer “cuanto sea necesario” para “reinstalar” al expresidente, anulando el resultado de la elección del pasado mes de noviembre, basándose en el recuento de votos de empresas privadas en Arizona, Georgia y posiblemente Pensilvania".

Y para ello, tanto el expresidente como los legisladores republicanos más fieles, han propagado la infundada versión de que la Suprema Corte de Justicia de la Nación reinstalaría a Donald Trump en la Casa Blanca, antes del fin de semana de Labor Day o Día del Trabajo.

En su afán de regresar lo más rápido posible a la Casa Blanca -recordar que sobre Trump penden 30 investigaciones civiles y criminales que podrían convertirlo en el primer expresidente condenado a prisión- urge a los republicanos que le apoyan, a “encontrar argumentos creíbles” como la supuesta “impresión de boletas en China, con residuos de bambú” y que sus fanáticos seguidores dicen “fueron lanzadas desde un avión” en Arizona.

Según Los Angeles Times, Trump le asegura una y otra vez a los republicanos, que han contribuido a un fondo de 31 millones de dólares, que será reinstalado en el cargo de presidente el mes de agosto.

La credibilidad de los cerca de 73 millones de votantes que lo apoyan, dados a creerse cualquier falacia sobre el supuesto “fraude electoral” y “robo de la presidencia”, han lanzado las alarmas sobre las tensiones y la violencia que tales mentiras pudieran desatar en el país. 

Una prueba de ello es que el pasado viernes, hasta El Nuevo Herald, que no es para nada un santuario de la verdad -su política editorial tiene entre sus líneas habituales mentir sobre Cuba-, llegó a llamar desvergonzados a los senadores anticubanos María Elvira Salazar y Mario Díaz-Balart por el hecho de servir como vectores mediáticos de las teorías de las falsedades propagadas por Trump.

Los llamados de atención de la prensa están más que justificados si se tiene en cuenta que en una Convención de la organización Qanon, el general retirado Michael Flynn, quien fuera el primer Asesor Nacional de Seguridad de Trump, dijo que “no había razón alguna por la que en Estados Unidos no pudiera realizarse un golpe de Estado similar al de Myanmar” “para destituir al presidente Joe Biden y reinstalar a Donald Trump”, afirmación que después trató de desmentir a través de redes sociales.

De acuerdo con el articulista Gregorio A. Meraz, entre otras razones: "frustrado porque en solo 6 meses, el presidente Demócrata Joe Biden impulsa a Estados Unidos hacia el control de la pandemia de coronavirus, Trump trata de bloquearlo por todos los medios".

La actual administración es consciente del peligro. En su discurso por el centenario de la masacre racial en el barrio de Greenwood, Biden aseguró que la amenaza más letal que acecha a Estados Unidos hoy no es ni ISIS ni Al Qaeda, sino el supremacismo blanco.

Ahora queda por ver cuáles serán las medidas que tomará el gobierno democrata para contener, en los próximos meses -en el mejor de los casos-, un rebrote del odio y la sedición al estilo del ocurrido el pasado 6 de enero en la llamada meca de la democracia americana: el Capitolio de Washington.

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