EN GALERÍAS: Ritos, jolgorios y silencio de Bejarano 

EN GALERÍAS: Ritos, jolgorios y silencio de Bejarano 
Fecha de publicación: 
23 Enero 2022
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Imagen principal: 

Monumento al riesgo, obra de Agustín Bejarano.

El reconocido creador cubano de las artes visuales Agustín Bejarano Caballero (Camagüey, 1964) concurre al más importante encuentro del arte en nuestro país, con la seguridad de que su proyecto moverá criterios e incentivará neuronas, tal lo está haciendo a través de su exposición Los ritos del silencio. La austeridad del jolgorio, con 13 obras de grandes formatos presentadas en la galería Cernuda, del Centro Hispanoamericano de Cultura.

Con su habitual pulcritud en la limpieza de los dibujos, en la perfección de los trazos y el empaste y transparencia de los colores —con una sorprendente gama que desplaza a las anteriores monocromías y economía de pigmentos—, amén de la elaboración de discursos fuertemente anclados en complicados juicios sobre el cosmos existencial del hombre y su filosofía de vida entre milenios, el artista extiende la mirada escudriñadora hacia el pasado, para incentivar, con nuevos bríos creativos, una nueva producción que, si bien echa anclas sobre determinados pretextos ideo-estéticos muy bien acentuados en la serie Los ritos del silencio (2003)ahora va mucho más lejos en estos presupuestos.

Desde su primera muestra, recreada bajo la premisa de Los ritos del silencio, este artífice, tal cual expresa en las palabras del catálogo, cerró «filas con el hombre del tercer mundo y su problemática existencial, con ese hombre que nos toca a nosotros, a los humildes, al cubano como una parte o extensión de ese hombre que vive al sur del río Bravo, el mismo que ha sido expoliado, marginado y vejado una y otra vez por el Gigante de las siete leguas».

La muestra, concebida como parte de la programación de la 14 Bienal de La Habana, reúne trabajos nunca antes expuestos en Cuba; otros que han sido icónicos dentro de la serie Los ritos del silencio (2003), y un tercer período creativo con cuadros en los que sobresalen novedosos tratamientos en los discursos e, incluso, en las técnicas que prevalecieron en aquel sonado conjunto que hace dos décadas atrajo la mirada de la crítica, así como de los galeristas, coleccionistas y especialistas en arte contemporáneo.

A esta nueva entrega se suman valoraciones y puntos de vista imposibles de tener en cuenta por Bejarano a principios de la actual centuria. Situaciones que ya no solo tienen que ver con categóricas reflexiones sobre el equilibrio entre el ser y el no ser, el bien y el mal, lo conocido y lo desconocido…; sino asimismo con determinados procesos relativos al desarrollo personal del artífice, así como a transformaciones socio-culturales, políticas, religiosas e históricas de las que saca hondas conclusiones mediante un arte desprovisto de trivialidades, ausente de guiños festinados que intenten el fatuo encantamiento, para tratar de buscar la estética de la concreción humana. Con tal fin, Los ritos... del 2003 constituye un «acomodo» o una suerte de referente con el que, sin dudas, ciertamente esta nueva serie establece marcada interdependencia.

Este creador ha optado siempre por la síntesis, a veces casi minimal, de sus narraciones iconográficas; estilo que ha defendido con éxito y reconocimiento internacional desde aquellos tiempos y que se hicieron evidentes en conjuntos como Tierra húmeda (1996), Marea baja (1997), El hombre inconcluso (1998), Anunciaciones (2000), Cabezas mágicas (2001), Imágenes en el tiempo (2002) y Meditaciones (2004); a lo que se han sumado las últimas creaciones reunidas en La cámara del eco (2018), Olympus (2020) y Diamantes en la noche (2019), esta última exhibida durante la anterior Bienal de La Habana.

Bejarano adjudica en estas obras un particular papel psicológico al concepto del «silencio», implicado en cada uno de los discursos, ahora no solo con la intención de exorcizarlo, sino más bien encumbrándolo como requisito indispensable para la contemplación, la fantasía, la plegaria y la creación, amén de devenir ineludible fuente de la que emana el lenguaje, e impregna nuestros espacios más privados y sagrados, propiciando, además, el recogimiento y la calma. Él parte de la premisa de que la ausencia de sonidos engendra la solidez interior, el autorreconocimiento del alma y la conciencia individual en la que, a través de la historia, se han refugiado los más sobresalientes escritores, pintores, escultores, pensadores y religiosos.

En tales circunstancias se mueve el recurrente personaje (hombrecillo) utilizado por el artista desde Los ritos… primarios como hilo conductor, en tanto protagonista de sus historias. Silenciosa y ligera, pero con sorprendente carga semántica que mueve disímiles simbologías, esta figura sin rostro —en ella se resumen todos los rostros— ni detalles sobresalientes en su vestimenta, trasciende al cuadro para llamar la atención del espectador sobre la realidad de este tiempo signado por la pérdida de valores, la inseguridad, las enfermedades, el miedo y la desidia.

Pero Los ritos del silencio. La austeridad del jolgorio no es una serie pesimista. En esta el maestro da riendas sueltas al color y vuelve a representar figuras-símbolos, como la escalera, ese milenario artilugio que en esencia sirve para bajar y subir, permitiendo acceder a lugares que se encuentran en distintos niveles. Sin embargo, aquí aparece como distintivo de ascensión, de comunicación de dos o más espacios diferentes, que desde la lírica imaginativa pueden referirse a modos de pensar y de actuar, de vivir y de crear (en el concepto más extenso de la palabra), mímesis pictórica que conduce al entendimiento y la razón humanas.

Asimismo, en tanto nos introduce en paradisíacos pasajes existenciales, en estas composiciones —pensadas para todos los públicos— el espectador igualmente potencia, con energía contenida, la fe, la esperanza y la alegría (la vida, a pesar de todo, es una fiesta, un jolgorio), desde «la maldita circunstancia del agua por todas partes», como expresó Virgilio Piñera, con angustia y pesar, en su célebre poema La isla en peso. En tal sentido, el concepto de «isla» trasciende en cada cuadro, mediante advertidas formulaciones compositivas que, en última instancia, constituyen provocativas y responsables recreaciones de la vida insular.

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