El Club Antiglobalista: Cuando el régimen derriba sus propias estatuas

El Club Antiglobalista: Cuando el régimen derriba sus propias estatuas
Fecha de publicación: 
13 Noviembre 2020
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Un taxista coloca su brazo sobre la puerta del auto y, horas después, es notificado que fue despedido de la compañía para la cual trabajaba. ¿La razón?, un transeúnte fotografió su gesto y lo denunció como “discurso de odio” según determinados cánones de una cultura particular. El conductor, que declara no estar consciente del suceso, no tuvo oportunidad de defenderse, ni siquiera sabe quién es la persona que le hizo la denuncia. Lamentando la pérdida de un empleo que era el sostén de su familia, pasó a engrosar las filas de los tantos que en esta era, conocida como la “generación de cristal”, son víctimas de la cultura de la cancelación.

¿De qué fenómeno estamos hablando?, se conoce como tal al procedimiento que, establecido por determinado discurso mediático reciente, tiende a emitir juicios sin valor lego, basados en una supuesta causa de la inclusión y de la diversidad. En teoría, según los defensores de tales tácticas, estamos viviendo una revolución mundial, en la cual la “nueva izquierda” ha tomado la delantera, “reivindicando” determinadas causas e invirtiendo la carga civilizatoria a favor de sectores oprimidos. En la búsqueda de ese supuesto equilibrio, en la deconstrucción de ese llamado núcleo duro, los arquitectos de esta ingeniería social se justifican en la frase de “todo acto de civilización es uno de barbarie”, por ende no les interesa el daño que puedan causar, por ejemplo, a la familia de bajos ingresos que dependía del salario de ese taxista. La “nueva izquierda”, de tal forma, se desentiende del humanismo, adoptando tácticas de lucha basadas en los enfoques identitarios que, de manera oportunista y selectiva, buscan herir no al sistema, no a los ricos que controlan y financian, sino a otros pobres, a otros oprimidos. Porque la cultura de la cancelación, como espejismo que es, no pretende una lucha real, sino un impacto mediático, acontece sobre todo en el plano de la percepción social.

Pero, ¿estamos hablando de veras de una cultura de la cancelación donde la mayoría decide no consumir un producto, por determinadas razones morales? En realidad, se trata de una matriz ideológica, que parodia el efecto de las multitudes, pero que es funcional a una minoría poderosa que sostiene el control sobre los medios y la cultura de masas. De tal forma, se cancela aquello que no conviene a una política específica, siendo así una práctica del terror que repercute en las carreras y el nivel de vida de personas, llevándolas incluso al suicidio. Yéndonos a los orígenes de toda política, sistematizados por Maquiavelo, o aceptas esos términos o te desaparecen.

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La cultura de la cancelación ha sido posible gracias a un fenómeno descrito por Karl Marx, el de la acumulación del capital, ese proceso que tiende a concentrar el poder en las mismas manos y que, en el siglo XXI, se ha convertido en control sobre las masas a partir del cambio de paradigma que significan las redes sociales. La esfera pública, donde sucede la política, se ha mudado de lo real a lo virtual, siendo lo primero una consecuencia de lo segundo. En esta inversión de las verdades, el poder que resulta vencedor está en los dueños de las compañías de redes sociales, quienes potencian un discurso a la par que combaten o suprimen otro, en función de intereses de clase.

¿En qué óptica filosófica residen estos procedimientos de la cultura de la cancelación?, los que aplican dichos métodos se basan en un pensador liberal, padre de hecho del actual orden financiero, Karl Popper, quien en su libro “La sociedad abierta y sus enemigos” declara que: “no se puede ser tolerante con el intolerante”. Pero, ¿quién decide qué ideas se pueden aceptar o no, en manos de quiénes está ese consenso? El espejismo de las sociedades neoliberales nos dice que, en un conglomerado humano regido por el libre mercado, la esfera pública es un fiel reflejo de los deseos de la masa. Sin embargo, esta quimera está obviando el carácter clasista del poder, a la vez que los mecanismos de hegemonía y de dominación que se ejercen a través de las instancias culturales.

La izquierda de café con leche

Literalmente estamos hablando de un partidismo seudo revolucionario, que incluso intenta apropiarse de Karl Marx, haciendo uso de determinados conceptos de forma selectiva, pero obviando la crítica sistémica y de ruptura que el pensador alemán lanzó hacia el capital. Como todo lo que acontece en la nueva esfera pública de las redes sociales, la cultura de la cancelación es bulla, humo, ataca determinados puntos, parodiando también a la revolución, con lo cual se torna contrarrevolucionaria. Un anuncio de la famosa compañía Starbucks mostraba un café con leche descremado con el logotipo de Blacks Lives Matter, haciendo evidente que se trata más de un hecho comercial, de un suceso más del mercado, que algo antisistema.

Esta cultura de la cancelación no solo se usa como arma silenciadora y de censura hacia intelectuales críticos, en virtud de un hipócrita enfoque identitario, sino que intenta cambiar el relato histórico, haciéndolo “más inclusivo”. La trampa que esconde esta maniobra está en que, suavizando el pasado, nos lo presentan como algo aceptable, no “tan malo”, lo cual adormece el sentido de la comprensión del presente y de las causas reales que debemos emancipar hacia un mundo de veras libre. El relato ideológico funciona así: nosotros, el sistema, somos tan  buenos, que incluso derribamos nuestras propias estatuas y cambiamos los libros, para rectificar esos errores. El lavado de imagen no incluye, por supuesto, que el actual orden sea más sanguinario que nunca y, que en esa misma maquinaria mediática que se dice antirracista, apenas haya espacio para reflejar noticias sobre la realidad de África. Es un hecho que las agencias apenas tocan los conflictos y realidades de dicho continente, al parecer esas vidas negras “no matter at all” para los fabricantes de Starbucks.

Y es que la izquierda de café con leche, la que se vincula a las agencias pantallas de la CIA y participa en los golpes de Estado y las revueltas de colores, es pro sistema. Desde el mismo seno de la Guerra Fría Cultural, se ha trabajado para captar no a intelectuales y activistas conservadores, sino a aquellos que pudieran percibirse como progresistas, para hacerlos esclavos al sistema, o por lo menos silenciarlos. Sabido es el largo rosario de congresos, revistas, eventos, financiamientos, que se les dedicara a los “encuentros por la libertad” en distintas naciones, los cuales eran ríos de pesca de intelectuales progres para los agentes enlaces de la CIA y el MI6 británico.

Hacia el fin de la política

En realidad lo que hoy estamos viviendo es la antesala de la muerte de la esfera pública, ya que en teoría es posible, mediante la inteligencia artificial y los algoritmos, predecir nuestros impulsos y pensamientos y aplicar, de antemano, una cultura de la cancelación, con lo cual el paradigma civilizatorio humano estará en manos totalmente de los ingenieros sociales del sistema. Lo que se presenta como “reivindicativo”, “diverso”, “de apertura mental”, en realidad nos está escondiendo un mensaje que es bien autoritario: nosotros, los dueños, los propietarios, decidimos qué es lo correcto, lo moral, lo aceptable y lo civilizatorio. Con lo cual nada ha cambiado, solo se perfecciona.

Si leemos bien despacio los puntos de la "nueva izquierda" veremos dos elementos bien llamativos: renuncian a la lucha de clases y a la idea de tomar el poder. Para ellos, ya existe una revolución triunfante, cuyos efectos habría que verlos en la cultura de la cancelación en los medios y la esfera pública, a la vez que la lucha de clases es sustituida por los enfoques identitarios que “transversalizan” a la sociedad. Curiosamente, los llamados movimientos emancipatorios de este tipo no tienen escrúpulos para tomar dinero de manos de los amos del sistema financiero globalista, como los banqueros, especuladores, impulsores de agendas capitalistas. De tal manera, tenemos a organismos como el FMI, la OEA o el Banco Mundial, en cuyas páginas webs se ofrecen becas, oportunidades, visibilidad a los enfoques identitarios.

¿Y qué pasó con el conflicto de base del sistema, trabajo asalariado versus capital?, los sindicatos o son abolidos o ninguneados en la esfera pública, más aún en la era de las redes sociales en la cual lo visible no es nada democrático, sino algo que se fabrica, se vende y se controla. El fin de la política es el del humano, al cual se lo quiere aplanar, tornándolo predecible en toda su naturaleza, siendo innecesaria toda actividad hegemónica e implementándose de forma descarada la dominación.

Una revolución que “ha triunfao”

¿Quién decide lo que es revolucionario y progre?, la misma minoría poderosa que parodia el efecto de una mayoría que guarda silencio. El paradigma civilizatorio en curso se permite todos los excesos posibles, en virtud de una supuesta toma de conciencia social, de una reivindicación de sectores desfavorecidos. De tal manera, cancelan a todo el que no concuerde, usando las palabras mordaza, esas que son capaces de paralizar todo debate o inquietud: fascista, machista.
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El sistema, en tales experimentos, se ha apropiado de las causas de la liberación humana, reproduciendo la misma lógica explotadora del capital y mistificando el gran conflicto del trabajo asalariado. A la vez, en nombre de la justicia, silencia a aquellos que no coinciden con determinada idea de la justicia.

La dinámica del presente, a manos de la cultura de la cancelación, nos recuerda aquella jornada de la Revolución Francesa en la cual, viendo los carromatos llenos de cabezas cortadas, un personaje de la época dijera: “Oh libertad, cuántos crímenes se cometen en tu nombre”. El capital, desde entonces, ha sido ducho en escabullirse entre las banderas y las guadañas, para proseguir su camino de sangre y opresión.

Esta cultura canceladora pasará, como todo lo que es mediático, pero para entonces habrá hecho mucho daño y habrá ganado más tiempo para que el régimen se reorganice e intente otras tácticas de supervivencia, en este mundo complejo. En todo caso, la abolición de la esfera pública real es ya un paso que avizora hacia dónde nos dirigimos. 

 

 

 

 

Comentarios

Y para colmo de males se aparece un tipo como Donald Trump y llama Socialistas a los demócratas, a Biden y Kamala Harris que precisamente responden al sistema y a los grandes capitales. Cuánto sufrir para una Humanidad que se merece la felicidad. Una limpia, justa, solidaria, equitativa, no moldeada en laboratorios imperiales. Pero no nos la van a regalar, hay que conquistarla. Gracias a Mauricio Escuela por tan magnífico análisis, como siempre!.
mariavictoriavaldes49@gmail.com

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