DE LA HISTORIA DEPORTIVA: Lo antiolímpico hirió desde los I Juegos
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París 1900. El arbitraje se ensañó con el cubano Ramón Fonst: debió lograr tres veces el toque decisivo en la final de espada.
El descuido, la falta de prevención, el olvido a las reglas olímpicas dañaron, desde el inicio, al gran certamen rescatado por Pierre de Coubertin del desván de la humanidad. La debilidad de la criatura, algunos dirán, obligó a hacer concesiones para salvarla. Pero lo que mal anda, mal acaba. No curar las heridas permitió a estas llegar hasta hemorragias. Y, como siempre, los que más perdieron fueron “los de abajo”, los países subdesarrollados.
Esto no excluye páginas maravillosas realizadas por participantes de los Juegos en diversas etapas. Mas hace falta mostrar la fealdad para que no reaparezca y se adueñe de todo. Siempre existe en cualquier obra: negarlo, ocultarlo es un error: de las raíces de la maldad crecen manchas obstaculizadoras del camino.
En la justa de apertura, Atenas 1896, se permitió ir contra las reglas en el doble de tenis: el francés John Boland y el alemán Fritz Fraum se aliaron para imponerse. Sería la primera vez que se compartiría un cetro por dos países de manera ilegal, aunque no la única.
Hay más: la magnífica carrera del maratonista griego Spiridon Louis no es disculpa para usar tierra y pisón sobre la descalificación de su paisano Belokas, tercero en llegar sin que pudiera ascender oficialmente a ese sitio: el cuarto arribante, el húngaro Kellner, lo ocupó. Se taparon las tropelías del sancionado “...para no lastimar la sensibilidad de la sede", según los organizadores. A la prensa se le limitó el vuelo acerca del asunto. Las convenencias por encima de la verdad.
París 1900. El arbitraje se ensañó con el cubano Ramón Fonst: debió lograr tres veces el toque decisivo en la final de espada. En la tercera ocasión, el propio rival del antillano, el galo Louis Perree, se manifestó tocado. A los jueces no les quedó más remedio y declararon vencedor a ese joven de 17 años, representante de un país sin ser república aún y que la mayoría de los asistentes al torneo no sabían dónde quedaba; entre ellos, los árbitros.
Más allá fue lo ilegal: final de la de par de remos con timonel. Los holandeses Francois Brandt y Reolof Klein temen que el demasiado peso de su timonel, Hermanis Brockman, les dificulte ganar, y lo sustituyen por un muchacho francés, de entre 7 a 10 años, mucho más delgado. El trío al imponerse, convierten al escogido al azar en el más joven campeón olímpico de la historia Pero, niño al fin, se pierde entre el público, sin darle gran importancia al suceso. Jamás se supo quién era ni como se llamaba este as fruto de la ilegalidad.
Seguimos en la mar: en los cuatro remos largos con timonel, en medio de las protestas por la mala organización y las reiteradas equivocaciones de los jueces, se declararon a los dos botes semifinalistas como titulares. Y a premiar se ha dicho. Por cierto, todavía no se entregaban medallas sino diversos obsequios a los triunfadores: libros, sombrillas, aun cajas de tabaco y cachimbas. Las preseas se dieron por primera ocasión en San Louis 1904.
El historiador cubano José Elías Bermúdez Brito, en su libro Por los caminos del olimpismo, señala de otras irregularidades en las disciplinas de conjunto: "…la mayoría de los equipos participantes en las lides colectivas representaban sociedades o universidades de sus respectivos países y en algunos casos, compitieron y se titularon en un mismo equipo atletas de diferentes naciones los cuales llegaron a obtener 2 medallas de oro, 3 de plata y cuatro de bronce".
Muchas de estas barbaridades estaban motivadas por la ligazón los Juegos con Exposiciones Internacionales, comerciales en su esencia, que le quitaron prestancia y hasta protagonismo a lo deportivo, alargaron la duración e impulsaron las corrupciones. Aquella hermandad a lo Caín ya no apareció en la quinta edición efectuada en Suecia en 1912, sin que por ello se acabara el antiolimpismo.
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