Contracrítica: La hoguera de la cancelación incinera los libros de Roald Dald

Contracrítica: La hoguera de la cancelación incinera los libros de Roald Dald
Fecha de publicación: 
15 Marzo 2023
1
Imagen principal: 

El escritor británico Roald Dald. Foto tomada de internet.

Los cuentos del escritor Roald Dald están siendo desmontados según el nuevo canon de la cultura de la cancelación. Pocas obras clásicas de gran alcance se han salvado de la ola de destrucción derivada de esta falsa moralidad que niega el conflicto y que hace relecturas del pasado y de la ficción. Ahora le toca a uno de los más grandes referentes de la creación para niños y jóvenes. Las ediciones en inglés no solo incluyen variaciones en la trama sino en el léxico, palabras que antes pasaban como inocuas e inocentes. Dald es una de las voces que se atrevió en el siglo pasado a hablarles a los niños sobre los problemas universales de la humanidad y por ende del llamado “mundo de los adultos”. No hay falsificaciones en los argumentos, sino que los cuentos versan sobre la realidad que existe concretamente, por lo cual las piezas poseen un alto valor pedagógico al ofrecer rutas en el aprendizaje y el enfrentamiento a los antivalores. Pero la actual cultura de la cancelación ha preferido tapar esos aspectos. ¿Qué puede haber detrás de esta ola de censura a tantas obras clásicas?

Con las redes sociales se está viviendo una nueva lógica de consumo. La gente se adormece detrás del celular por largas horas y termina anestesiada. La mejor manera de destruir la conciencia crítica reside en el bombardeo constante de posts que versen sobre realidades alternas o paralelas que terminan por imponerse a las cuestiones prácticas que definen la vida real. En ese ambiente de consumo cultural surge la postverdad. Se trata de un fenómeno que puede resultar aprovechable por los grandes poderes para impedir debates en la red e imponer su idea única. El pensamiento centrado en un solo aspecto de la existencia: el consumo, puede de hecho favorecer a las empresas y demás entidades corporativas que construyen el nuevo panorama. Pero en ese contexto se pierde la capacidad de la gente de decidir y de emitir juicios morales. Las redes sociales han hecho posible que las élites hagan estudios pormenorizados de las audiencias y que puedan cambiar el ethos de una época a partir del consumo masivo. Esa univocidad que reduce el pensamiento a un bonsái que se corta cada día para que no pase de determinada estatura, hace que se llegue a aspectos ridículos, como el de empequeñecer la obra de grandes personalidades como la de Dald. 

Ya antes había pasado algo parecido con JK Rowling, una de las más leídas escritoras del siglo pasado. Se le ha perseguido, cancelando sus libros y presentaciones. La nueva moralidad no solo es absoluta en sus juicios, sino que no admite réplica y opera en forma de castigos y de premios. Se trata de un adoctrinamiento sutil que va más allá del simple bombardeo y que explota las nociones latentes en el ser humano en torno al sentido de pertenencia a la manada. Si nos apartan del círculo social, nos sentimos inferiores y hasta deshumanizados, por lo cual se nos coloca como condición el profesar determinadas ideas y mantenernos en silencio. En esa dinámica es muy conveniente construir desde determinada arista la postverdad. No hay más controles que lo aceptado por el poder corporativo y por ende lo que se diga tiene que ir sobre la base de dichos cánones. El poder cultural ejercido sobre cada usuario de las redes sociales es inmenso y ello determina que las obras clásicas y los referentes sean alterados. Ahora le tocó el turno a Roald Dald, pero antes hubo un episodio parecido con Michael Foucault. No importaba que buena parte del saber occidental del último siglo se cimentara en las investigaciones en torno al poder de este pensador, sino la moralidad interna de su vida que “contamina” toda su producción que tendrá que ser limitada o puesta en silencio. Obviamente, las élites siguen bebiendo de la verdadera sabiduría, mientras les entregan a las masas estos sucedáneos maltrechos y censurados, esta imitación barata de la cultura que no empodera, sino que crea mentes dóciles. Porque la cancelación de hecho funciona como una forma de que las masas no accedan al conocimiento, sino que se queden en las burbujas de consumo cultural convenientes. 

En este aspecto, es justo destacar que existen esfuerzos por construir una alternatividad, como lo fue el caso de WikiLeaks, lo que desembocó en una persecución feroz contra los administradores e incluso contra la misma filosofía colaborativa de ese tipo de web. La ingeniería social derivada de los algoritmos de las redes sociales ha tendido a recortar la libertad de pensamiento y a saltar hasta la vida concreta y real para impactar en las políticas públicas y en los Estados en función de poderes corporativos. La supuesta gran libertad de opinión que se esperaba se ha convertido en terror a hablar y a parecer diferente, al linchamiento y el silencio. 

En el caso de Julián Assange hubo de todo, pero más que nada una concertación del entramado de agencias informativas y de poder para cancelar un tipo de contenido y un comportamiento rebelde determinado en la red. Por ello, no solo se trató de la cárcel y de la violencia fáctica, sino de la manifestación simbólica. El asesinato de carácter es aún más efectivo en estos tiempos ya que implica la muerte universal a todas las escalas posibles de la información. Cuando usted es linchado mediáticamente en las redes, ello ocurre de forma global y con una duración infinita. Es el perfecto castigo, solo comparado con el que sufre Prometeo, cuyo hígado es comido por un águila una y otra vez según la mitología clásica. Y es que la construcción política de las redes sociales se basa en esas nociones de crimen y castigo, de premios y prohibiciones propia de la dimensión cultural de Occidente. 

En la nueva dinámica civilizatoria existe la posibilidad fáctica de ejercer un control persona a persona de la sociedad y con ello construir una forma de poder insólita que puede acercarse a los sueños húmedos del peor esclavismo. No se trata ya de una sutil dominación ejercida mediante la hegemonía ideológica, sino de violencia legitimada que se esparce en las redes y que obliga al silencio a todos o a la adhesión a las ideas del centro de poder global. Y ello se dirime en términos de capital. Quien posee los servidores y la tecnología domina el mundo. Nada nuevo, ya que algo parecido sucedió en el pasado con la pólvora, el petróleo, la navegación y la bomba atómica. Solo que ahora las formas de poder pueden ser herramientas de biopoder individualizadas que controlan a cada ser humano y que son capaces de llevar un registro de absolutamente toda nuestra ontología existencial. Incluso las redes sociales hacen que cambiemos de formas de pensar, solo por seguir el instinto de la manada. Por ello se modifica el ethos de la cultura, se le moldea, se le censura. El poder quiere dejar a la resistencia sin referentes y para ello se levanta un pensamiento único que ejerce el monopolio de la verdad y establece pautas de castigos y de severas consecuencias para aquellos que lo desafíen. En el caso de la geopolítica, Occidente le ha ido con todo a Rusia, tratando de borrarla como entidad creadora de sentido. Y la causa está en la amenaza que para el globalismo constituyen los poderes emergentes que generan comandos soberanos propios de los pueblos y por encima de los entes corporativos. 

Rusia ha creado una nación nueva basada en lo mejor de su Historia. Moscú no se avergüenza de su pasado, sino que lo potencia desde el presente. Por ello, geopolíticamente representa un desafío. La guerra se está librando en primera instancia en términos culturales y ello implica que no se va a dejar por alto ninguno de los escenarios en los cuales la cultura sea definitoria. En el siglo XXI, las redes crearon un tecnoparadigma en el cual van a caer determinadas caretas que hasta el momento mantenían oculto o camuflado al poder real, al elemento fáctico que ejercía su dominio de manera velada y que en 1991 se erigió en “único camino” para hacer la Historia, luego del descalabro del socialismo europeo. 

¿Cómo se relaciona lo anterior con el cambio en los clásicos de la literatura y del cine como por ejemplo lo que sucede ahora mismo con Roald Dald? 

La primera meta de estos instrumentos de poder es manipular los significantes de la cultura y crear nuevos paradigmas desde la comunicación. El pretexto es el cambio de moral o el nuevo ethos del siglo, el cual se usa a partir de los intereses de clase que subyacen en los centros de poder y los organismos decisorios. La red funciona de esta manera como un enorme campo de concentración y se pone de manifiesto la lógica del panóptico descrita por Foucault y que es propia de las sociedades en la era moderna y posmoderna en la cual se usa la tecnología como biopoder sobre las mentes y los cuerpos. Modificar el consumo es hacerlo con las personas. De esta forma se hace que los creadores se autocensuren o que al menos busquen formas inocuas de expresión que bordeen los temas peliagudos. El interés del poder es maniatar el pensamiento crítico y tornar dócil a la clase profesional e intelectual, la cual viéndola desde un punto de vista gramsciano de la política, tiene que reproducir las ideas que dicta el centro y hacerlas accesibles de forma masiva. Dicho de otra forma, el cine y la literatura no están para pensar sino para ser cómplices de las lógicas del poder y de esta manera es que el creador puede subsistir dentro de un panorama dominado por la mercancía y sus formas de fetichización y alienación. 

Immanuel Kant escribió la crítica de la razón en los albores de la modernidad, con el objetivo de construir un paradigma trascendente de moralidad y de poder que fuese funcional a los nuevos tiempos. Hegel, en esa misma línea, legitimó el Estado prusiano como ente moderno y poderoso, como non plus ultra de la política. El cine y la literatura, en esta etapa del capital, existen para respaldar estas otras novísimas formas de poder de la burguesía: la estupidización y la irracionalidad, el paradigma del no pensamiento y del consumo, así como el miedo y la censura como elementos constitutivos de la creatividad. Lo que pudiera parecer inaudito es propio de una lógica constructiva del capital posmoderno y sus instrumentos de poder, sus dispositivos de vigilancia y sus métodos de tortura y chantaje. La estructura del poder, salvando las distancias, asume la máxima de Nietzsche de que no interesan los hechos, sino las interpretaciones. O sea, nada es real, sino que lo real depende de lo que dictamine el poder. La objetividad se transforma en un dictum directo de la clase dominante, cosa que no resulta novedosa, aunque sí más implacable. 

Ahora fue el turno de Roald Dald y lo que parece un chiste de mal gusto o un suceso de censura absurdo, puede llegar a transformarse en una Inquisición tecnológica e hiperconectada, la cual establezca los cánones de lo que resulta moral y aceptable e incluso tenga el poder en un futuro de usar sus propias hogueras para quemar a los Giordano Bruno de nuestra era. 

Comentarios

Inmenso Mauricio, acá lo leo en el actuar de los jóvenes que me rodean, como corderos al matadero.
raulj.mainet@nauta.cu

Añadir nuevo comentario

CAPTCHA
Esta pregunta es para comprobar si usted es un visitante humano y prevenir envíos de spam automatizado.
CAPTCHA de imagen
Introduzca los caracteres mostrados en la imagen.