Celeste Mendoza, la Reina del Guaguancó

Celeste Mendoza, la Reina del Guaguancó
Fecha de publicación: 
6 Abril 2021
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El título no lo heredó, ni se lo dio la crítica especializada; fue Rita Montaner, la Única, quien notó su realeza y la coronó para siempre: «¡Al fin veo a una estrella verdadera! Es la Reina del Guaguancó».

Celeste Mendoza nació en Santiago de Cuba, el 6 de abril de 1930. Llegó con trece años a La Habana y ya no se fue a vivir a otro sitio que al alma de la rumba, y esa, créame, es eterna. 

Se abrió paso en una época donde ser mujer y negra en el mundo de la música suponía necesariamente ser transgresora y valiente. Pagó, además, el precio de elegir quedarse en Cuba, algo que el mercado, desde entonces, no perdonaba. Pero contra prejuicios y perjuicios, Celeste dejó su impronta en la música cubana. 

Abordó una amplia variedad de géneros. Se le puede recordar en un bolero, una guaracha o un son, pero siempre con el estilo propio, ese donde todo venía sazonado con la sonoridad en la que era dueña y señora: el guaguancó. «Guaguancoseado», he leído por ahí sobre su auténtico modo de interpretar cualquier género.

Para describirla, todos los adjetivos apuntan hacia el interior de la isla donde echó raíces. Se le atribuyen el poder de «cubanizar» una ranchera; la sandunga y la elegancia en un solo cuerpo; un timbre inigualable y aquella proyección escénica fascinante.

«Celeste Mendoza es, sin duda, la gran dama mestiza, humilde y santiaguera que vistió la rumba de mujer sin pensarlo dos veces, abogando por la igualdad de género, no con diatribas vacías o ataques virulentos, sino con su propia obra musical», escribió hace unos años en el periódico Granma el periodista y musicólogo Oni Acosta.

El cine cubano dejó constancia de su imagen y su voz en la película Nosotros la música, del realizador Rogelio París. La reina mostró su versatilidad también cuando actuó en el filme Tin Tan en La Habana, y en un corto musical para la televisión francesa.

México, Puerto Rico, Venezuela, Panamá, Estados Unidos, París, Rusia, Alemania y Japón la vieron cantar y bailar con esa gracia que Dios le dio. Compartió escena con el Benny, Bola, Edith Piaf, Ninón Sevilla, Carmen Miranda, Josephine Baker y Pedro Infante.

Grabó varios discos en solitario y otros junto a agrupaciones como el conjunto Sierra Maestra o Los Papines. Precisamente con estos últimos alcanzó el Premio Cubadisco por el fonograma El reino de la rumba, en 1998, el mismo año en que una noticia estremeció a Cuba, América y el mundo. Así lo dijo el diario español El País: «... falleció el sábado a los 68 años en su casa de La Habana, después de haber llevado la rumba al cielo». 

La Reina, bendecida por «Papá Ogún», se había ido a la eternidad, seguramente a ritmo de guaguancó y sin susto: «Échame la culpa a mí» y «Que me castigue Dios». Desde entonces, sigue naciendo cada 6 de abril en el alma entrañable de la rumba.

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