Aunque lo esencial sea invisible para los ojos

Aunque lo esencial sea invisible para los ojos
Fecha de publicación: 
11 Noviembre 2022
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Foto: @JanetGornick

Saint-Exupéry lo relataba de manera insuperable en su Pequeño Príncipe, traducido a más de doscientos cincuenta idiomas y dialectos: al astrónomo turco que explicó en un congreso internacional su descubrimiento del asteroide B 612 —donde habitaba el Principito— nadie le creyó «por su extraña manera de vestir». Pero cuando, años después, volvió a dar la noticia de su descubrimiento, «como lucía un traje muy elegante, todo el mundo aceptó su demostración».

Si vuelvo a este maravilloso libro es porque una reciente noticia pareciera ser la segunda temporada de este pasaje. Pero la diferencia está en que si el primero es ficción, el segundo caso es resultado de una investigación científica realizada por el Centro de Graduados de la Universidad de la Ciudad de Nueva York.

Un equipo de investigadores de esa entidad realizó el siguiente experimento en seis zonas concurridas de Nueva York y Chicago: ubicaron en la calle a uno de los estudiosos —a Bennett Callaghan, doctorado en Psicología Social por la Universidad de Yale e Investigador postdoctoral del Centro Stone sobre Desigualdad Socioeconómica— portando un letrero donde anunciaba que no tenía hogar y necesitaba ayuda, mientras en la otra mano sostenía un vaso de papel para recibir donaciones.

Lo que variaba era el modo en que iba vestido el sujeto. En oportunidades llevaba jean y pulóver, y en otras, vestía de traje.

El estudio, publicado en la revista Frontiers in Psychology, constató que al ir con elegante traje y bien peinado, Callaghan recibió 2,55 veces más dinero que cuando vestía jean y pulóver.

Comprobaron también que símbolos asociados a la clase alta (en este experimento, vestimenta elegante, aspecto atildado) hacían que los transeúntes percibieran al sujeto que pedía como confiable, con elevada competitividad y semejante a ellos; todo lo cual les motivaba una mayor compasividad.

Los resultados sugieren, indicaban los estudiosos, que al hacer donaciones en las calles, los peatones juzgan la clase social de quienes les piden dinero basándose únicamente en la apariencia de esas personas.


Foto: Gina Sanders

«La capacidad de percibir la clase social en los demás no solo hace que los humanos identifiquen las jerarquías sociales —y su propio lugar dentro de ellas—, sino que también condiciona patrones de percepción social que justifican implícitamente estas jerarquías, retratando a los de abajo como incompetentes o indignos», escribieron los autores.

«A medida que aumenta la desigualdad económica en muchas partes del mundo, y países como EE.UU. hacen retroceder los programas de la red de seguridad social, la responsabilidad de hacer frente a los efectos nocivos de la desigualdad recae cada vez más en los propios individuos económicamente precarios o en los ciudadanos particulares que ejercen la compasión», concluyeron.

Los compasivos transeúntes no solo obviaron lo esencial, aquello invisible para los ojos, sino condicionaron su conducta solo por «la cáscara que guarda al palo», como diría cualquier cubano.

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