ARCHIVOS PARLANCHINES: Tomás y su galería de refranes

ARCHIVOS PARLANCHINES: Tomás y su galería de refranes
Fecha de publicación: 
15 Agosto 2021
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A Tomás Álvarez de los Ríos, el fundador del único Museo de los Refranes de que se tengan noticias en el mundo, lo incluí en mi diccionario de personajes populares, publicado en 2012, y no satisfecho del todo con ese primer esbozo, en 2017 partí para Sancti Spíritus con el serio propósito de desentrañar los secretos de un hombre perseverante, valiente e implacable a la hora de promover la mitología campesina.

«Ojalá el embrujo de Tomás dure tanto como las sonrisas de todos los bromistas del planeta», me comentó el escritor Eduardo E. Bernal (Juanelo), en cuanto puse un pie en la Villa del Yayabo. Y pronto me percaté de la validez de su deseo.

Tomás y Fayad

Tomás nace el 28 de julio de 1918, en el poblado de Guayos, perteneciente al municipio de Cabaiguán, en la antigua provincia de Las Villas. Su familia, de vieja cepa canaria, es muy pobre y tras terminar el cuarto grado en una escuela pública empieza a trabajar como machetero, tabaquero, herrero de caballos, peón de vaquería y hasta de vendedor de papas fritas.

No obstante, su mamá Carmen de los Ríos Valdivia nunca abandona el secreto propósito de ver al vástago ejerciendo una profesión. Por las tardes, tras las faenas diaria, lo pone a realizar sumas matemáticas en el piso con carbón o yeso, debido a la falta de lápices.

Aunque no tiene herencias intelectuales en su familia, Tomás comienza desde adolescente a devorar cuanto libro cae en sus manos, y con más de 20 años, se inicia como lector en las escogidas de tabaco, un oficio que le pone el alma sobre patines.

En 1943 ocurre un hecho que le cambia la vida: la llegada a Guayos de Fayad Jamís, futuro pintor, periodista y poeta, originario del estado mexicano de Zacatecas, quien tras recorrer varias ciudades y pueblos de Cuba se radica en esta localidad, donde su padre pone una tiendecita.

Héctor Cabrera Bernal (Macholín), historiador de Cabaiguán, explica:

Fayad, con solo 13 años, enseguida entabló amistad con Tomás, que tenía 25, y con Rafael Garriga Tejeda, futuro escritor también. Ellos se veían en la plaza o en el café de Nicolás. Esta fue la génesis del Grupo de los Nueve, entidad cultural de Guayos integrada en los años cuarenta por pensadores novatos que formaron un taller literario totalmente empírico. Así empezaron a aparecer poemas y textos narrativas dados a conocer en recitaciones y lecturas de textos ofrecidas en el cine Alkazar, de Guayos. ¡Aquello era inédito en la zona!

Ellos, más tarde, convencieron al dueño de la imprenta del pueblo para hacer un periodiquito local de una hoja o dos que no poseía ni franquicia, ni nombre fijo, ni pagaba nada. Al paso del tiempo, surgieron varios más como Superación, Acción, Adelante y La Escoba, de denuncia política, que dirigió el propio Tomás, más maduro en lo ideológico que el resto.

Y a fines de los años cuarenta Tomás le prepara a su amigo una primera exposición a plumilla, la cual tiene como sede una feria agropecuaria efectuada en Sancti Spíritus. De igual manera, le edita su primer libro de poesía titulado Brújula.

Por estas fechas, Fayad Jamís Bernal se marcha de Guayos, pero nunca olvidará a Tomás, incluso, estando ya en París, se comunica a menudo con él para interesarse por el funcionamiento de los órganos de prensa que fundaron juntos.

Cachita revolucionaria

Tomás vivirá hasta su vejez en la calle Capitán Reyes, número 67, del barrio de Cantarrana, en Guayos. En esa singular trinchera, de piso de tierra y fuerte olor a monte, consolida su interés por el periodismo y los trajines literarios y comienza a vincularse a los movimientos sindicales.

En 1943 participa en la famosa huelga tabacalera de ese año, y siete años más tarde, ya como miembro de la juventud ortodoxa que encabeza Eduardo Chibás, coloca frente a su vivienda una virgencita de la Caridad del Cobre, la cual se transforma a partir de 1959 en Cachita revolucionaria, el altar preferido por los guayenses para realizar donaciones en favor del nuevo proceso.

Su maduración en la lucha contra la dictadura batistiana se hace más evidente en 1953 cuando pone un busto de Martí en la calle Capitán Reyes y organiza un acto de repulsa al régimen que es intervenido por la policía. Con estos avales, toma parte, en 1955, en una reunión secreta en la que Faustino Pérez deja constituida una célula del Movimiento 26 de julio de Fidel, la cual es dirigida, desde el comienzo, por Elcire Pérez González, un mártir estudiantil de Guayos, discípulo de Tomás.

Tomás se casa con Esperanza Reyes Pérez, su amor de la cruz, y en 1958, a los cuarenta años, tiene que marchar a Venezuela, pues cae preso casi todos los días por su militancia revolucionaria. En ese país sudamericano logra recaudar un millón de bolívares destinados a los guerrilleros en la Sierra Maestra.

El periodista

Cuando Tomás Álvarez de los Ríos llega de su exilio en 1959, se vincula en Santa Clara a Vanguardia, el principal diario de la provincia de Las Villas, y comienza a inclinarse en favor de un periodismo reflexivo, sagaz y de pelea.  Allí escribe un grupo de importantes crónicas sobre el líder azucarero Jesús Menéndez «que son un dulce», como comentó un cronista amigo, y da a conocer, en 1963, su libro de cuentos campesinos Humo de Yaba.

Autor, además, de piezas de teatro como Barbudos a la vista y El cubo y la baraja, representadas en los años sesenta, Tomás, integrante de un matrimonio sin hijos, decide adoptar en 1973 a Maylet Marín Álvarez, de cinco años de edad, e hija de Teresa Fortunata Álvarez de los Ríos, su sobrina, una persona de escasos recursos económicos. En una entrevista que le hizo a Maylet en 2017 comenta:

Como tío tenía muchas fantasías. Era obsesivo en el cuidado de los patrones básicos de la familia. Tampoco aceptaba el maltrato ni el irrespeto. Para él solo existía el buen camino. Era, sobre todo, honesto en todo. Quiso que yo estudiara en La Habana y terminé como ingeniera. Adoraba su manera de hacer periodismo.


 “Todos nuestros trabajos están basados en las palpitaciones de las grandes masas, en sus anhelos y costumbres”, afirma Tomás en el prólogo de su libro de cuentos.

Las Farfanes y sus otras novelas

Más allá de su aventurerismo y rico anecdotario, Tomás no empieza a ser conocido por los cubanos hasta 1978 cuando la Uneac saca de la imprenta Las Farfanes, una novela que redacta durante unos diez o quince años, a mano, en una húmeda habitación situada en el fondo de su domicilio principal y luego transcribe usando una vieja y roñosa máquina de escribir.

Narran viejos compinches que cuando la termina amarra las hojas con dos alambres de la manera más rústica y se las envía a los narradores Onelio Jorge Cardoso y a Félix Pita Rodríguez. Ellos, después de revisar el texto, le mandaron un mensaje donde se lee: «Guajiro, pero qué es lo que has hecho, es arte, esto se lo bebe uno, es el criollismo completo metido en un libro».

Las Farfanes (Trini, Trinidad y Trifásica) es una novela de 114 personajes, escrita en forma de sucesivas historias, que explora en el momento histórico que va de la insurrección a la edificación del socialismo, sin dejar de profundizar en los abusos a que eran sometidos los hombres de campo.

Por los derechos de autor de Las Farfanes Tomás recibe unos 5 000 pesos que dona de manera íntegra a la escuela primaria 21 de diciembre, de Guayos, donde él dirige el Consejo de Escuela, a fin de que compraran los instrumentos de una banda de música y realizaran labores de mantenimiento.


Las Farfanes es presentada por Félix Pita Rodríguez en la Escuela Militar Camilo Cienfuegos, de Sancti Spíritus.

En 1979, Tomás se incorpora al rotativo Escambray, principal órgano de difusión de la nueva provincia de Sancti Spíritus, y en ese territorio figura entre los fundadores de la Unión de Periodista de Cuba (Upec) y de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (Uneac), institución que preside durante ocho años antes de jubilarse en 1988.

En la década del noventa Tomás, ya retirado, da a conocer otros títulos como Los triángulos del amor (1992), Candelaria (1997) y ¡Esos carreteros…! Los textos de las dos primeras novelas son adaptados por Radio Sancti Spíritus, junto a Radio Arte, y con Las Farfanes se prepara una escuchada radionovela de Radio Progreso.

El Museo de los Refranes

A mediados de los setenta, Arnaldo Milián, primer secretario del Comité Provincial del PCC en Las Villas lo visita en el barrio de Cantarrana de Guayos y le dice: «Tomás, tienes que mudarte de aquí… no puedes seguir viviendo así…».

En una entrevista que le hacen Rosa Miriam Elizalde y Alina Perera, en 1999, en Juventud Rebelde, apunta: «Me iban a hacer una casa de placa; sin embargo, yo quería algo típico, de guano, y que el cuartico del patio donde iba a tener mi oficina no tuviera piso para tener los pies puestos en la tierra».

La magia del techo rústico se descarta, ya que el nuevo domicilio se levantaría en el kilómetro 383, número 109, de la Carretera Central, en la periferia de la ciudad de Sancti Spíritus, y la zona, donde se asienta el motel Los Laureles, es proclive a los incendios.

En consecuencia, a Tomás, le entregan, a principios de los ochenta, un inmueble de mampostería a tres aguas, de tejas, con cuatro largos portales que marcan los puntos cardinales y dan un gran lucimiento a sus ladrillos rojos, sin repello. Está pintada en su interior de un color ocre, muy oscuro.

Lo cierto es que a Tomás no le gusta del todo su nueva morada, le parece que tiene la pinta de un convento o una funeraria, y trata enseguida de cambiarle la imagen. Una tarde va a saludar a los hermanos Epigmenio, Israel y Pánfilo Navia, unos artesanos a quienes siempre había defendido de los extremistas, y de repente, sin ninguna previsión, nace la rocambolesca idea de usar los refranes para cubrir las paredes.

En una entrevista que le hacen Idania Trujillo y Elizabet Rodríguez en la revista Habanera, en 2000, Tomás reconoce:   

Al poco tiempo me dije: «Sí… sí… sí… mi vivienda tiene que adornarse con memorias ancestrales, pues va a estar el pueblo ahí». Aquí tengo las ocurrencias de los desmochadores, carreteros, juglares, isleños de las Canarias, poceros, haitianos, chinos.... Cuando comencé, pensé en los humildes. El refrán no lo hacen los filósofos, ni los politólogos, ni los poetas, ni los intelectuales en general; al contrario, son la esencia misma de la sabiduría popular.

Al principio los aforismos son sacados de obras como Don Quijote de la Mancha y de los cuentos de Samuel Feijóo. Además, muchas personas hacen propuestas que Tomás copia en una agenda que alguien le regala. Sin embargo, hay más. Eduardo E. Bernal (Juanelo), subraya:   

En los momentos iniciales yo participé en la selección, junto a Maritza Martínez, de Jatibonico, una especialista de literatura. Tomás, ciertamente, buscó las frases populares… las buscó en libros, en revistas, en periódicos; no obstante, hubo muchas de ellas que no aparecían en ninguno de los textos consultados. ¡Yo no dudo que muchos hayan salido de su propia imaginación! Las expresiones fueron arbitrarias a la hora de coleccionarlas y situarlas. Este aparente desorden es lo que le da fuerza a la idea.

Fue un proyecto raro para todo el mundo. Los intelectuales lo miraron como una cosa loca y plantearon que Tomás solo deseaba reafirmar su imagen pública. No obstante, Tomás se refugió en un dicho que escuchó desde niño: “En este mundo lleno de quimeras, cada cual come la mierda a su manera”. Así se divirtió a costa de todos».

Lo cierto es que la colocación en su residencia de más de 5 000 refranes picarescos, sentenciosos, históricos, maliciosos y hasta ecológicos no es un proceso sencillo. La idea se la regalan; sin embargo, todo «no es Chiflar y sacar la lengua…».   

Los Navia hacen los moldes de yeso y le dan el barro a Tomas, quien hace las tablillas que se endurecen en dos o tres días. Después, él y su sobrina Maylet, escriben los aforismos con la punta dura de una de las cuerdas que usan las niñas  para jugar «a la suiza», la cual es forrada con el aluminio de las pastas de diente Perla. Concluido el bávaro proceso, los «bizcochitos largos», de unas 10 pulgadas de largo y unas 4 de ancho, regresan a la alfarería para cocinar el barro.

Era como un juego que nos hacía sudar y nos ha dado alegrías a montones —relata Maylet Marín Álvarez—. Cuando mi tío se aparecía con las tablillas ya horneadas, había que acondicionarlas y pegarlas con cemento a la pared. Cuando se pusieron las primeras en el frente hubo un error en la mezcla de cemento y arena y algunas se han ido cayendo. ¡Ah…! y no se pintaron en un inicio de blanco, sino usando un aluminio que el sol atacó de forma despiadada. En los laterales se corrigieron estos desaciertos, por eso no falta ninguno y se ven mejor las palabras.

 
Aquí tengo las ocurrencias de los desmochadores, carreteros, juglares, isleños de las Canarias, poceros, haitianos, chinos...

Tomás funda un museo diferente, carente de un horario de apertura o cierra, que se convierte en el templo de los amantes de la gracia y la sandunga. Se coloca un libro del visitante, y casi a diario, se acogen a los alumnos de numerosas escuelas y a los miembros de las instituciones culturales, quienes, sin complejo, se beben el «guaraparrón», mezcla de guarapo y ron, que se prepara en un colonial trapiche, y disfrutan de un lindo paseo por un patio lleno de árboles.

En los días finales de cada mes, convoca a su Peña de los Refranes, la cual se llena de niños y jóvenes ávidos de los conocimientos y las bromas del viejo patriarca de espíritu rebelde y fabulador.

Por supuesto, hay preferencias. A Raúl Castro el proverbio que más le gusta fue «Al mal bailador hasta los huevos le estorban». Faustino Pérez, en particular, disfruta mucho al leer «al domador de leones no lo mata la papera», mientras que Farah María no cesaba de reír cuando le muestran esta sentencia: «Nunca pierdas la cabeza por un rabo».


Durante una de las visitas que hace Raúl Castro a su provincia.

Al dueño, por el contrario, le complacen más estos tres: «No hay hotel como mamá», «amor es nunca tener que pedir perdón» y «a la naturaleza cáele atrás, pero no la pases, porque te tumba» (es un defensor del medio ambiente).

Durante toda su vida, Tomás se comporta como un hombre desaliñado por completo en lo físico que, según los burlones, exagera su «guajirismo». Tiene, asimismo, la manía de acaparar los tarecos que le traen como ofrendas.

Con los años, se van acumulando en su selvático patio trasero una gran variedad de ellos: calderos de tres patas, donde los esclavos preparan el rancho; ladrillos primitivos de la Iglesia Mayor de Sancti-Spíritus; un pilón, hecho del tronco de una caoba, un ariete, de origen español, que eleva el agua a unos veinte metros de altura; una piedra volcánica del Teide, ubicado en la isla canaria de Tenerife; una cabeza de vaca disecada; grilletes; campanas y hasta sables.  

 
Uno de los calderos que utilizaban los esclavos para preparar su rancho.

Tiene en su otoño dos últimos proyectos: trasladar los restos de su amigo Fayad Jamís desde la metrópolis de Colón hacia el cementerio de Guayos, y crear un museo de la palma real. El primero logra concretarlo tras muchas penurias y el segundo permanece inconcluso por falta de recursos.

Tipo campechano y de mucha gracia a la hora de entablar una conversación, Tomás Álvarez de los Ríos fallece el 7 de noviembre de 2008, a los noventa años de edad, luego de recibir numerosas condecoraciones que escapan a los propósitos de este recuento (y reencuentro).


Fue el creador del «guaraparrón», mezcla de guarapo y ron.

Inmortalizado por Enrique Bernal con el tema El refranero mayor, en voz del Trío Gómez y protagonista del documental Tomás de los refranes de los realizadores Aníbal Betancourt y Osliani Figueiras, estrenado en 2008, le pide a un cronista del Escambray que lo visita en sus días finales: «Nunca digas que te despides de mi casa, sino que sales de la tuya».

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