Archivos Parlanchines: El Tarzán cubano andaba en canoa

Archivos Parlanchines: El Tarzán cubano andaba en canoa
Fecha de publicación: 
10 Diciembre 2022
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En materia de personajes leyendarios siempre habrá sus polémicas y comparaciones de acuerdo con el gentilicio de cada cual, aunque en el caso del hombre-mono, las evidencias son innegables: el Tarzán de Hollywood, era blanco y lampiño, mientras el cubano lucía barba y tenía una tez algo amulatada.

Tampoco nuestro hombre hacía de las suyas en los estudios de cine de la urbe californiana, donde se convirtió en una leyenda, sino en el humilde, pero atractivo y misterioso, Bosque La Habana.

En los años 40 Ángel de la Torre quiso vivir en pleno contacto con la naturaleza y para hacerlo se instaló por su cuenta en ese paraíso tropical, donde, no mucho tiempo después, se hizo célebre en la medida que sus proezas eran reseñadas por la prensa y la radio.

Las autoridades lo ignoraban por considerarlo un lunático o un tarado inofensivo; no obstante, no pudieron impedir que con los meses el público comenzara a llamarlo con el sobrenombre de Tarzán cubano.

En realidad, él tenía claro su propósito: alcanzar fama y renombre con sus locuras, que él llamaba hazañas, y poco a poco ganó seguidores y detractores. Incluso, es sabido que muchos seguían sus travesuras con un poco de intriga y sorpresa, aburridos del tedio de una ciudad que tenía hambre de héroes. 

Primeras proezas

Cuando nuestro hombre se sintió verdaderamente popular le dio vida a varias excentricidades para probar que era bien valiente y amigo de los riesgos. O sea, que como tenía mucho pelo en pecho, le importaba un comino perder la vida en uno de sus shows. 

Una mañana se tiró desde el puente Asbert —el llamado puente de 23— a las aguas del Almendares con un clavado perfecto que le cortó el aliento a los cientos de personas y a no pocos periodistas, quienes, avisados de antemano, lo vieron sumergirse en las aguas todavía limpias del río habanero y levantar el brazo en señal de triunfo.

Más adelante, salió del territorio de sus habituales fechorías y, montado en una frágil canoa, ganó la desembocadura del Almendares para, luego, bordear el litoral hasta situarse a la altura de la fortaleza de La Punta. 
Aunque solo vestía un taparrabos aborigen y varios policías intentaron agarrarlo por faltar a la moralidad, Ángel de la Torre, rápido como una gacela, cruzó la avenida del Malecón y, desafiando los vehículos, llegó al Prado para encontró refugio en la emisora RHC Cadena Azul, donde permaneció escondido hasta que pasó el alboroto.

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Las cosas no le salieron tan bien, cuando, en otra ocasión, saltó de la azotea del Diario de la Marina, en Prado y Teniente Rey, hacia la calle. La caída le provocó la fractura de varios huesos y los empleados de la Cruz Roja lo tuvieron que recoger y trasladar a un hospital.

En un apunte de EcuRed se lee: 

«Muchas personas acudían al Bosque de La Habana, donde se instaló, a conocerlo, y era todo un espectáculo, sobre todo para los niños, quienes lo veían trepar en los árboles y remar en su canoa. No faltaban, sin embargo, los que iban al lugar a molestarlo e, incluso, agredirlo a pedradas, pero él nunca ripostó. Jamás le hizo daño a nadie».

¡A la conquista de Varadero!

Como la prensa no paraba de darle vuelo a sus hazañas y la leyenda del Tarzán cubano se inflaba a la manera de un globo, el aventurero decidió subir la apuesta y anunció, a todo trapo, que remaría desde el Almendares hasta Varadero en una canoa de los indios siboneyes que tenía pinta de trasto viejo. 

Marineros y expertos se rieron a carcajadas de las pretensiones de Ángel de la Torre, y los más, le vaticinaron el fracaso más rotundo. 

Los augurios fueron fatales: la canoa se estrellaría contra los dientes de perro o sería arrastrada mar afuera, se haría triza en los rompientes de Jaruco o dormiría un sueño eterno en la profunda bahía de Matanzas.

Sin embargo, los milagros, a veces, se escapan de los cuentos de hadas. El fulano, venció todos los obstáculos y, arropado por el cariño y el aliento de sus admiradores, llegó con éxito a su destino en julio de 1946.

Su arribo al famoso balneario coincidió con las regatas nacionales para embarcaciones de remos que allí tenían lugar, las cuales este guerrero de las causas perdidas pudo presenciar en calidad de invitado de honor en medio del aplauso y el respeto de los propios competidores. 

Se había convertido en el primer cubano que remó 90 millas y el agasajo no tardó en llegar. Rafael Posso, el comodoro del Habana Yacht Club, le entregó una medalla de oro en nombre de la Federación Náutica de Cuba y el cariño del gentío impidió que se lo tragara el agujero de la memoria.

No estaba tan loco

Según varios biógrafos, durante el gobierno de Carlos Prío Socarrás este incansable trotamundo obtuvo un nombramiento de profesor de Educación Física en el Instituto de Segunda Enseñanza de Marianao y, al triunfo de la Revolución, le dieron el puesto de inspector en la Cooperativa de Ómnibus Aliados.

Más tarde, el Tarzán cubano, quien, para sorpresa de muchos, estaba casado y tenía dos hijas, emigró a Miami para marchar, con el tiempo, hacia Nueva York y Chicago, donde, al parecer,  falleció. 

Por cierto, un conocido sorprendió a Ángel de la Torre mientras corría en taparrabos por Biscayne Bulevard en la principal ciudad de la Florida. Su estampa delirante de un hombre que quiso comerse el mundo nunca se la pudo quitar nadie. 

 

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