ARCHIVOS PARLANCHINES: Al Circo Razzore se lo tragó el mar…

ARCHIVOS PARLANCHINES: Al Circo Razzore se lo tragó el mar…
Fecha de publicación: 
12 Noviembre 2021
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Accidentes en el circo siempre han existido en todo el mundo, pero ninguno de estos hechos lamentables y fortuitos se pueden comparar con la tragedia que sufren los integrantes del Circo Razzore, devorados en minutos por una mar inclemente e implacable.

Un circo centenario llega a La Habana

El Circo Razzore, fundado en 1836 en la ciudad brasileña de Río de Janeiro por un linaje de ancestro italiano, logra perdurar durante los novecientos frente a los espectáculos musicales, danzarios, teatrales y, sobre todo, cinematográficos propios de los nuevos tiempos.

Y conste, el éxito de los Razzore no se limita solo a Brasil. Esta familia, bohemia y trashumante, que recibe en su seno a numerosos hijos y nietos nacidos en varios países de Sudamérica, explora palmo a palmo casi todo el continente americano, en un viaje interminable que le gana el corazón de miles de personas gracias al ingenio, el arrojo y la temeridad de sus miembros más ilustres.

Por lo dicho, no resulta sorprendente que la llegada a La Habana en 1946 de este circo, dirigido por Emilio, el mayor de los hermanos, haya suscitado bastante interés.

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La primera temporada, en diciembre, con el patrocinio de la empresa Pascual, resulta un gran éxito económico y artístico. Miles de fanáticos concurren a un terreno ubicado entre las calles 23, N, 25 y O, en el pulmón del barrio capitalino de El Vedado, para disfrutar de los números de los leones amaestrados, dirigido por el propio Emilio, de las travesuras de la troupe de la familia Arriola y del temerario Vuelo de la Muerte, de Jubert Castle, equilibrista norteamericano de fama mundial.

No obstante, en el primer semestre de 1947, tras la disolución de la Pascual, los artistas tienen que afrontar continuos aguaceros e inundaciones en el Malecón, lo que obliga al empresario Razzore a realizar un recorrido bastante exitoso por el interior de la República entre finales de este año y julio del siguiente.

Durante esta gira se incorpora al elenco Rómulo (Chiquito), hermano de Emilio, quien había sufrido un grave accidente al caerse de un trapecio. Salvador de Pozadelas escribe en Carteles en septiembre de 1948:

La vista del Razzore en 1946 trajo a nuestro país un fervor sudamericano; una fe de gracia, agilidad y audacia de los argentinos, chilenos, peruanos, colombianos, que fue acogida con apego y hermandad. Algunos dudaron de que el programa fuera valioso; pero al producirse el debut la expectación fue grande y trajo a miles y miles.

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Durante su estadía habanera, los Razzore residen en una vivienda de la calle N número 332, entre 23 y 25, en El Vedado, donde La familia conquista la simpatía del vecindario. Betsabé Arenas de Razzore, hace una intensa vida social y se mezcla con lo mejor del mundillo artístico capitalino, junto a sus dos hijos adoptivos: William, de 12 años, alias Macambo, y Guillermina, de 14, una trapecista que ejecuta el peligroso número La Escalera Volante. Ambos quedaron huérfanos tras el fallecimiento de su mamá, una desgraciada acróbata.

Otro que se echa La Habana en un bolsillo es Tony Razzore, un sobrino de Emilio, nombrado en realidad, Juanito Laudo, equilibrista y malabarista, que forma con Rosita Illanes, hija del payaso Zapatín, un dúo de baile acrobático que tiene un lugar de preferencia en la carpa.

Los domingos, el dueño del circo, en calidad de cicerone, comparte muy buenos almuerzos criollos con sus hermanos Amada, viuda de Laudo; Rómulo (Chiquito) y Juan Eulogio, el más benjamín del cuarteto, junto a María Moraima Campos, ahijada de Emilio, que se sostiene por el pelo a gran altura y realiza temerarias acrobacias.

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Emilio rodeados de los pequeños seguidores del circo
 

Al terminar su tournée en julio de 1948, los Razzore deciden abandonar Cuba para establecer su cuartel general en Bogotá, la capital de Colombia. El plan es poder viajar por carretera y realizar presentaciones en Venezuela, Ecuador y otras naciones de Sudamérica.

Entonces, se decide que Emilio viajara en avión para atender los detalles de la instalación de la carpa en su nueva sede, mientras que Betsabé, enemiga de los vuelos aéreos, trasladaría por mar todos los ahorros del clan a fin de construir su próxima casa. El reencuentro se produciría en el puerto de Cartagena.

¡A toda marcha!

 

Después estudiar algunas ofertas, Emilio decide emprender el viaje a bordo del Euzkera, una motonave de factura inglesa construida en los comienzos de los novecientos a fin de ser usada como yate del presidente norteamericano McKinley.

El barco, fue adquirido posteriormente por los hermanos vascos Gaspar, Jesús y Román Ayo Lopategui, y desde hacía poco tiempo, estaba bajo el mando de Joseph C. Pouchie, un británico cincuentón.

El Euzkera, parece reunir todas las condiciones para el viaje, a pesar de ello, el propio Emilio supervisa el proceso de carga en el puerto del Mariel sin imaginarse que estaba cometiendo el peor error de su vida.

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En la batería de cubierta, a popa, son colocadas las jaulas de los leones, que eran 11; en uno de los pasillos de cubierta más de 20 monos y los osos, los caballos, perros, y el resto de los casi 60 animales domesticados por Razzore y en el corredor opuesto, buscando una buen balance y equilibrio.

 Además de los ochenta baúles del Razzore, son subidas a bordo otros cargamentos de ropas, perfumes y productor farmacéuticos. En total el peso no sobrepasa las 214 toneladas, cifra muy inferior a las 400 que, en teoría, puede llegar a cargar el buque.

Los 6 camarotes de la embarcación son ocupados por la familia de Razzore y varias figuras de renombre. El resto del elenco se amontona en la batería de cubierta, a proa, un lugar protegido por alguna rara deidad, pues casi todas las personas que se salvan están alojadas allí, casi a la intemperie.

El navío, que tiene una póliza de seguro del Lloyd's of London por 40 000 pesos, zarpa del Mariel a las 11:30 a.m. del día 28 de agosto de 1948 y tiene previsto llegar a Cartagena en 4 o 5 días. En total viajan 57 personas: 46 miembros del circo y 11 tripulantes. A partir del segundo día, Emilio, hospedado ya en el Hotel Colonial de Cartagena, se comunicaba dos veces al día con el capitán hasta que los sucesos posteriores se lo impiden y comienza su calvario.

¡Vuelta de campana!

El Euzkera tiene pocos días felices. A partir del 1ro. de septiembre, cuando navega un poco más abajo de la isla Gran Caimán, penetra en una zona de mar gruesa, con vientos de 35 millas por hora y abundante chubasquería.

Ante esta situación, el capitán ordena aminorar la marcha a un cuarto de la velocidad normal y trata de comunicarse con las autoridades navales de La Habana. El barco se resiente un poco, y se escora ligeramente; no obstante, según los oficiales y los tripulantes el escenario no ofrece peligro, ni siquiera remoto.

 De repente, pasada la medianoche, cuando apenas nacía el día 2, la motonave empieza a dar golpes extraños contra el océano y en minutos se desata el pánico entre los pasajeros. Todos empiezan a correr, desorientados y presintiendo lo peor. Unos minutos más tardes se va la luz y los pobres diablos solo pueden encomendarse al Santísimo.

 Hay varias versiones sobre el hundimiento. Todo parece indicar que la borrasca provoca una vía de agua en una de las bodegas del Euzkera por lo que su carga se corre a una banda. Acto seguido, una enorme ola lo azota, lo inclina a babor, y le parte uno de los guardines del timón, el cual empieza a dar bandazos e impide gobernar el buque.

Otros sobrevivientes del hecho aseguran que tras el feroz golpe de mar la embarcación da una «vuelta de campana» y se hunde por la popa, casi en minutos, antes de que los pasajeros y los tripulantes puedan abordar la balsa y dos de las chalupas salvavidas.

El naufragio se produce entre el llamado Banco Serrano y la isla de Providencia, una zona de un intenso tráfico comercial y con varios cayos repletos de pescadores. El navío ya había recorrido el 85 por ciento del camino y casi estaba a la vista de las costas colombianas.

Arañando las olas

Sin embargo, no todo está perdido. Antes de que el contramaestre diera la orden de abandonar el barco, Santiago Bravo, carismático domador, negro como un azabache, y Raúl Chang Montalvo, integrante con sus hermanos Gilberto y Felipe y sus esposas de una famosa trouppe de acróbatas, logran zafar los amarres de un bote, el cual empieza a hacer agua tras ser golpeado por un grueso hierro.

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Raúl Chang Montalvo con sus hermanos

Es espectáculo es asustadizo: gritos de auxilio, las madres llaman a sus hijos, los familiares se buscan asidos a palos, muebles, tablas y toda clase de tarecos flotantes en un radio de casi dos cuadras, en medio de una total oscuridad, y una mar picada.

Santiago y Raúl comienzan la dura labor de achicar y taponear la barcaza, donde vivirán unos cinco días expuestos al sol y al salitre. Por fortuna, pronto tendrán compañía: Rubén Morales, instrumentista de solo veinte años de edad, llega de inmediato nadando, después, con intervalos de varios minutos, se les unen Felipe Blas Yánez, músico, herido en los pies; Jesús Vargas, el español que tiene un número de chimpancés amaestrados; César Manuel Godínez, integrante de la orquesta del circo, Juan Castellanos, artista peruano; y el primer oficial Alberto Iglesias, uncido casi a la fuerza de un madero que casi lo hace santo.

A las pocas horas, cuando ya el olor a cementerio se impone en el ambiente y no se esperan nuevos náufragos, una marejada acerca a varios metros de la barca a un «guardapole» (pieza de madera u otro material) al que se agarra con desespero Hilda García, y, en lo alto de la cresta de una ola, llegan Liduvina García, esposa de Raúl y hermana de Hilda, y el primer maquinista Gaspar Ayo, uno de los dueños del Euzkera. Más tarde, los supervivientes recogen al capitán Pouchie, cuando nada con vigor junto a un tronco. Es el último.

Es bueno precisar que el arribo de Ayo resulta providencial, pues el bote salvavidas se había llenado de agua y su hundimiento es cuestión de minutos. De inmediato, obliga a nueve de sus ocupantes a tirarse al mar para que los dos restantes procedieran al achique taponeando el peligroso orificio con ropas y pedazos de salvavidas. Ello, implica un enorme peligro, pues estaban rodeados por decenas de fieros escuálidos borrachos de sangre.

A partir de ahí comienza una odisea que muchos se niegan a creer: la sed y el sol los mata, cuando cae un chubasco tienen que pasar la lengua por la banda del bote, con un alfiler se pincha las yemas de los dedos para chupar la sangre, se beben su propio orine y prueban el agua salada para evitar volverse locos. «Cogimos un pajarito que osó posarse sobre un remo colocado verticalmente como señal en la barca e hicimos lo imposible para tratar de comérnoslo», narra días después Gaspar Ayo.

Después de ver dos barcos en la lejanía y varios aviones sin poder hacer nada, deciden encomendarse, como recurso supremo, a la Caridad del Cobre, la patrona de Cuba: amarran una imagen de la virgencita en el extremo del remo vigía. Y, entonces, ¡llega el milagro!

¡Gracias, virgencita!

En la noche del 6 al 7 de septiembre, los únicos sobrevivientes del Euzkera son rescatados por El Caribe, un buque petrolero de matrícula noruega que viajaba desde Puerto Cabezas, en Nicaragua, a Willemstad, en la isla de Curazao, antigua posesión holandesa.

Por cierto, el salvamento es hijo de una buena desvelada. Waggnes Master, el capitán, cuenta a una estación de radio de ese territorio insular:

Al escuchar gritos en la noche, enseguida ordené registrar los alrededores de mi barco con un reflector y casi junto a la proa, en peligro de haberlos pasado por ojo, estaban ellos. Tuvimos que izarlos a todos como fardos, estaban desfallecidos y extenuados.

Todos pedían agua, y lo que necesitaban más con urgencia eran medicinas y ropas. Tenían la piel abrazada por el sol y los ojos desorbitados, casi a un paso de la locura. Dos de ellos vieron una jarra llena sobre la mesa de uno de los oficiales y se lanzaron sobre ella como bestias.

 En Curazao los náufragos son recibidos por el elenco casi completo del circo Arriola, que hacía temporada allí, y por el periodista José Hernández Toraño, enviado especial de Bohemia, el único miembro de la prensa nacional que entra en contacto con ellos de manera directa y quien el 19 de septiembre de 1948 da a conocer en esa revista una crónica que resulta imprescindible para conocer aquella desventura.

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El primer maquinista Gaspar Ayo y otro sobreviviente

Desde días antes de la llegada de El Caribe, aviones norteamericanos habían llevado a cabo una intensa búsqueda aérea, junto a aparatos panameños y de naciones vecinas. Vuelan 313 horas sobre el Mar Caribe durante cinco días y recorren 253 000 millas.

Igualmente, el Almirante Padilla, perteneciente a la escuela naval de Colombia, dotado con un moderno equipo de radar, recorre una y otra vez el área tratando de localizar los restos y a los posibles supervivientes, lo cuales podían haber perdido el rumbo.

Al final, todo resulta inútil. Cuarenta y cinco personas perecen. De ellas diez son niños que no debieron tener la menor esperanza.

Al final, el gobierno de Cuba envía un avión militar a Curazao para recoger a los damnificados del tercer circo más aplaudido de Cuba —tras el Pubillones y el de Santos y Artigas— y trasladarlos hacia la capital cubana.

¿Negligencia criminal?

Desde antes de que llegaran a La Habana los sobrevivientes, se producen las primeras denuncias de negligencia criminal.

«El navío venía muy cargado, no lo vimos navegar con facilidad ningún día». «Era muy feo, no debían permitir que estos trastos navegaran todavía… ¡Y con mujeres y niños menos!», declararon varios de los cirqueros a su arribo a Curazao.

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Las hermanas Hilda y Liduvina García

Incluso un reportero revela que Pouchie, en 1939, tuvo que abandonar el Paciencia, un maderero de bandera hondureña, cuando se hundió frente a las costas de Cojímar.

Por su parte, Eddy López, presidente de la Asociación de Artistas Teatrales cubanos, asevera en el Diario de la Marina del 15 de septiembre de 1948: «Nos encontramos frente una terrible adversidad que el cerebro del hombre pudo evitar. No podemos pensar en que el mal tiempo la ocasionara. La embarcación no reuní las condiciones necesarias para transportar la carga y los pasajeros».

El Estado Mayor General de la Marina de Guerra de Cuba designa a un teniente de navío, de apellido Ferrer, a fin de que realice una investigación. Muchos insisten en que la nave llevaba contrabando y que sus dueños podían haber provocado la hecatombe para cobrar un seguro.

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Sus compañeros siempre recordaron a los ahogados

 

El llanto de la fiera

Curiosamente, pocos parecen acordarse del hombre que lo ha perdido todo: Emilio Razzore, el hombre que cargaba sobre sus espaldas cuarenta años de circo.  Por suerte, Gabriel García Márquez, entonces un periodista imberbe de El Universal, en Cartagena, lo entrevista y lo hace inmortal: 

Un día —mucho antes de que se supiese algo sobre el naufragio del Euzkera— Emilio Razzore nos había mostrado en un cuarto del Hotel Colonial las tremendas cicatrices que le relumbraban en la espalda.

—Rasguños de los leones..., comentaba, en forma tan natural que en nuestra imaginación la bestia poderosa comenzó a retorcerse y a maullar como un gato.

Más tarde, cuando el vaho de la tragedia empezó a subir por los ánimos sobrecogidos, tuvimos la más amarga oportunidad de tratar al domador, mordido por dentro, tratando de dominar a la bestia del dolor.

Emilio Razzore, el hombre más tremendamente humano que he conocido, dio lecciones.  Cuando ya no pudo dudar, cuando comprendió que nada tenía ya sobre el mundo, deseaba que uno —siquiera uno de los suyos— sobreviviera al espanto para empezar de nuevo a domesticar cachorros, para rehacer el circo.

Epílogo

La desaparición del circo Razzore es recreada por el trío La Rosa y la legendaria India de Oriente (Luisa María Hernández) en el tema La tragedia del circo:

En una noche cuando todos descansaban 
el Mar Caribe hizo pedazos al Euzquera 
y entre los gritos de las madres y las fieras 
hacia el fondo de los mares descendió... (…).

En el sitio Web de Ramón Díaz se indica que luego del accidente se hace una colecta popular y se reorganiza el circo para realizar una gira por varios países, pero el enorme peso de su maldición familiar termina con el empeño de Emilio Razzore, alejado a edad madura de los espectáculos.

 Fue el fin de una leyenda de lentejuelas y rugidos que terminó convertida en agua, espuma y sal.

 

 

 

Comentarios

Ya trabajo, con la colaboración del Dr. Fermín de la Fuente, mi próximo libro dedicado a mis desaparecidos; 2 en el Euzquera y los que la vida se llevó. Este artículo es muy completo, sin embarg, pretendo agregar todas QhHXlas vivencias compartidas con mi familia.
fc138553@gmail.com
Vi el circo en el año 54 en Venezuela Barquisimeto Estado Lara en los terrenos dónde está hoy en día El Estadio de fútbol Farid Richard y la Urbanización Antonio José de Sucre eran terrenos baldíos. Felicitaciones por la reseña, no sabía el año del acidente creía qué el Circo dónde me llevaron mis padres muy niño era el qué se avía undido en el mar, muy lamentable suceso, Conosco hoy en día algunos familiares qué viven en la via a Carorita de Barquisimeto. Muy impresionante la historia.
gransonido571@gmail.com

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